Helados en verano y castaรฑas en invierno, eso es lo que la gente piensa que es un negocio de temporada. Pero la temporada puede ser mรกs que la estaciรณn del aรฑo, puede ser una temporada econรณmica. El tipo de tiendas que florece o desaparece en nuestras ciudades es un buen indicador de cรณmo es nuestra sociedad. Al menos si interpretamos al pie de la letra la teorรญa econรณmica de la oferta y la demanda.
Las sociedades cambian segรบn en quรฉ momento econรณmico estรฉn, y el mapa de nuestras ciudades cambia con ellas. Con la crisis actual, el nรบmero de grises persianas metรกlicas que adornan nuestras calles se ha multiplicado. Pero como cada cosa tiene su consecuencia, a cada negocio cerrado se le intenta sustituir con otro de diferentes caracterรญsticas. Si triunfa, se queda. Y si se queda es por algo, transmite un fiel retrato de cรณmo es esa sociedad en ese momento atendiendo a quรฉ le interesa a la gente comprar.
Veamos. Se supone que si algo gusta o se necesita, aumenta la demanda. Y si aumenta la demanda, los comerciantes que busquen rentabilidad intentarรกn ofrecer ese producto que la gente quiere. Hasta ahรญ se producirรญa una lectura expansiva, que es el palabrejo tรฉcnico que los economistas usan. Traducido, es cuando se gana dinero.
Pero multiplicar la oferta acaba por saciar la demanda y, ademรกs, obliga a que exista una competencia: si todos ofrecen un producto igual, equivalente o similar, lo lรณgico es que el consumidor compre lo que tenga mejores condiciones (diseรฑo, comodidad o, normalmente, precio). Hay quien pelea produciendo en masa o con menor calidad para abaratar costes y bajar precios. Y ahรญ es cuando empieza a complicarse la cosa: no todos sobreviven a esa competencia, a esa producciรณn en masa o a esa bajada de precios, y tienen que cerrar.
Pero no todo tiene que ver con la crisis, sino con cuestiones culturales. Por ejemplo, ยฟte has parado a observar la enorme cantidad de restaurantes japoneses que hay en nuestras ciudades? Grandes, pequeรฑos, elegantes, low-cost o pensados รบnicamente para llevar a domicilio, el sushi, el sashimi y demรกs platos nipones se han convertido en una plaga en los nรบcleos urbanos ยฟCrees que han estado ahรญ siempre? Ni mucho menos: hace una dรฉcada le decรญas a algรบn espaรฑol algo sobre comer pescado crudo y te hubiera mirado como si estuvieras enfermo.
ยฟA quรฉ han venido a sustituir los restaurantes japoneses? Posiblemente, a los restaurantes chinos. Hace una dรฉcada, justo cuando te hubieran mirado con cara rara por lo del pescado crudo, la gente consumรญa en masa rollitos de primavera y arroces tres delicias. En cada barrio habรญa varios. Baratos, rรกpidos, serviciales y exรณticos, hordas de familias comรญan sus platosโฆ hasta que fueron demasiado. Demasiado numerosos, demasiado vistos, demasiado. ยฟSe fueron los chinos pues y vinieron los japoneses? Mรกs bien no. Prueba a saludar con un โnihaoโ en muchos de ellos y verรกs cรณmo te sonrรญen. Los cocineros son los mismos, los platos no.
No son los รบnicos negocios gastronรณmicos forรกneos que han florecido en estos aรฑos. La รฉpoca de bonanza de nuestra economรญa atrajo a millones de inmigrantes, tanto que un 10% de la poblaciรณn espaรฑola actual es de origen extranjero (parte importante de ella europea, con un autรฉntico Babel en la costa mediterrรกnea). La comida low-cost siempre ha maridado bien con esta Espaรฑa del bocadillo, asรญ que a los kebab no les costรณ demasiado encontrar su nicho, especialmente en zonas de fiesta. Tras la barra regularmente inmigrantes del Indo o magrebรญes, segรบn de quรฉ ciudad se trate, por mรกs que los carteles que enseรฑen -seguramente para evitar cierto rechazo cultural- sea de recetas turcas.
La lรณgica funciona en ambos sentidos: es raro no encontrar pollo Halal en el supermercado, o secciones enteras dedicadas a las marcas de alimentaciรณn extranjeras. Las tiendas venden arepa, algunos comercios de alimentaciรณn se especializan. Y no es sรณlo una cuestiรณn de alimentaciรณn: surgen medios de comunicaciรณn pensados para comunidades como la latina, especialmente en el รกmbito radiofรณnico, que lanza una mรบsica que luego se baila en pubs y discotecas igualmente dedicadas a estilos que en Europa nunca antes habรญan sido tรญpicos del ocio nocturno.
Pero si hay un colectivo inmigrante que ha marcado la diferencia y ha cambiado profundamente a esta sociedad ese ha sido el latinoamericano, con toda la inmensa diversidad cultural que esa palabra encierra. No deja de ser curioso que este paรญs, que hasta mediados de los โ90 no tenรญa en el extranjero ni jugadores de fรบtbol, tenga ahora tantos lazos con paรญses a miles de kilรณmetros. Y para cubrir esas distancias empezaron a florecer establecimientos como los de envรญo de dinero, ideales para aquellas familias partidas que tenรญan a un miembro trabajando fuera para enviar dinero a los suyos en su paรญs, estรฉ รฉste al otro lado del Atlรกntico o del Mediterrรกneo.
De hecho esa adaptaciรณn marca un buen reflejo de cรณmo ha cambiado nuestra sociedad. Los cibercafรฉs, negocio boyante hace dรฉcada y media, sufrieron una rรกpida decadencia cuando los ordenadores domรฉsticos se abarataron y universalizaron. Esa generalizaciรณn, propia de una economรญa boyante, se uniรณ al estallido migratorio, consecuencia tambiรฉn de lo econรณmico, y propiciรณ que se reconvirtieran en locutorios, lugares destinados a llamar a los seres queridos o contactar con ellos a travรฉs de internet a precios relativamente bajos.
Precisamente esos extintos cibercafรฉs fueron, a su vez, la evoluciรณn de otro negocio del pasado que acabรณ por languidecer: las salas recreativas. Esas mรกquinas de videojuegos con monedas que, por un tiempo, se vieron sustituidas por otras mรกquinas mรกs modernas y equipadas y acabaron reducidas a testimoniales aparatos en salas de ocio y centros comerciales. Tambiรฉn la evoluciรณn tecnolรณgica, asรญ como el negocio de las descargas, acabรณ por llevarse por delante a los videoclubes, un negocio que ahora se disputa en la Red.
Hubo mรกs desapariciones, muchas mรกs, propias de un cambio de ciclo econรณmico. Las inmobiliarias que poblaban cada esquina son hoy una especie en extinciรณn: apenas quedan, mรกs allรก de las grandes franquicias que sobreviven de intentar ayudar a los bancos a liquidar su stock pendiente obtenido a base de excedentes de obra y embargos. En el barrio yacen otros cadรกveres inminentes: muchos kioscos han cerrado y la mayorรญa ya no son rentables. Tampoco dan mucho de sรญ los estancos, no hace mucho espacios limpios e iluminados y ahora, seguramente por la mayor restricciรณn al consumo de tabaco, a la subida de su precio y a la caรญda del correo postal, son oscuros negocios olvidados en nuestras calles.
Puestos antiguamente comunes en los barrios viven su nueva vida en los centros comerciales. Es el caso de las pequeรฑas franquicias tecnolรณgicas y culturales, las tiendas de ordenadores, de mรบsica y librerรญas de toda la vida que ahora no pueden competir con grandes superficies monotemรกticas. En los pasillos de los centros comerciales sobreviven puestos ambulantes de venta de complementos de telefonรญa, tales como fundas y carcasas, uno de los mercados que aguanta el apogeo de la crisis.
Tambiรฉn han sido liquidados por el tiempo los negocios textiles de barrio. Nadie compra en la mercerรญa, apenas nadie sabe coser un botรณn o hacer un arreglo: las franquicias, regularmente espaรฑolas aunque se camuflen en nombres pretendidamente extranjeros, son las marcas y creadoras de estilo.
La crisis, claro, tambiรฉn ha marcado el mapa de nuestros comercios en las ciudades. Proliferan las casas de empeรฑos, cada vez hay mรกs locales de compra-venta de oro, el รบnico valor que parece seguro. En las grandes ciudades florecen los Cash-Converters, un negocio presente desde hace mรกs de una dรฉcada pero que nunca habรญa tenido tanta pujanza. En la red trinfan las webs de compra colectiva, donde usuarios รกvidos buscan descuentos y oportunidades. Los antiguos puestos de loterรญas y quinielas palidecen junto a las luces de las salas de juego o con el brillo de las pantallas de las florecientes salas de apuestas.
En los barrios el cambio es profundo. Durante el รบltimo tramo de la crisis se multiplicaron las tiendas de fruta, baratas y con pocos requisitos, gran parte de ellas en manos de inmigrantes. Los antiguos โtodo a cienโ espaรฑoles son ahora โtodo a un euroโ mayoritariamente regidos por asiรกticos, que tienen presencia tambiรฉn en peluquerรญas, tiendas de decomisos y hasta en bares tradicionales de barrio.
Pero entre tanta reconversiรณn por la crisis tambiรฉn hay hueco para la imagen y la comodidad. El furor de los gimnasios y los rayos UVA ha dado paso a la multiplicaciรณn de franquicias de depilaciรณn lรกser; la esteticiรฉn de toda la vida ahora regenta una franquicia, otra mรกs, de manicura exprรฉs. Y, aรฑos despuรฉs de haber enterrado los ultramarinos, en cada barrio florecen nuevos ultramarinos regidos por asiรกticos que cobran a precio de oro cosas que puedes comprar en otros sitios mรกs lejanos. La clave, la proximidad a tu casa y un horario imbatible que les permite abrir por la maรฑana y cerrar al filo de la medianoche.
Esa tambiรฉn es una muestra de la profundidad del cambio social: hoy son los asiรกticos los que trabajan catorce horas al dรญa rentabilizando un negocio que sรณlo consiste en comprar en el supermercado y revender mรกs caro dando a cambio cercanรญa y horario. Quizรก el รบnico futuro laboral en unas calles como las nuestras pase por estar dispuestos a sacrificios semejantes. Pero mientras no sea asรญ sigamos comprando, sea en unas tiendas o en otras. Lo que compramos nos define, lo que nos venden nos retrata.