Hace algunos aรฑos mandรฉ un email general a los mรกs de treinta colaboradores junto a los cuales hacรญa una pequeรฑa revista online de polรญtica. Les proponรญa, ya que nadie cobrรกbamos por nuestro trabajo, el incluir en su perfil un botรณn de Paypal. La idea era que, ademรกs de que saliera el nombre, la foto y los enlaces a las redes del autor en cada una de sus piezas, los lectores pudieran acceder a una vรญa de donaciรณn econรณmica.
La pretensiรณn, como buen proyecto comunitario, era el intentar aportar una vรญa de ingreso directa para los colaboradores, sin que pasara por la revista a travรฉs de la publicidad: si a tu lector le interesa lo que haces puede que quiera donarte algo para que sigas haciรฉndolo, de รฉl a ti, sin intermediaciรณn alguna. Sin embargo, al mandar el mail sabรญa lo que iba a pasar: algunos se animarรญan a hacerlo, pero ninguno recibirรญa nada.
Tiempo despuรฉs me enterรฉ de la apariciรณn de Dropcoin en varios medios emergentes, y la iniciativa era algo similar, aunque mejorada. En lugar de enlazar a una cuenta de PayPal, se podรญa donar directamente una pequeรฑa cantidad al autor de un artรญculo que habilitara el botรณn en su site. Eran siempre cantidades pequeรฑas preestablecidas, casi como invitar a un cafรฉ (a lo que habrรญa que descontar -supongo- la parte que se quedarรญa Dropcoin).
Cuando lo vi tuve el mismo convencimiento que cuando mandรฉ aquel mail, aunque por tratarse de algo mucho mรกs profesional y que habรญan adoptado algunos medios importantes quise pensar que me equivocarรญa. Por desgracia, no lo hice. Dropcoin anunciรณ su cierre hace unos dรญas.
Asรญ que las donaciones no funcionaban, o no de esta forma. Y a juzgar por las cifras, tampoco funciona la publicidad online hecha al modo tradicional, es decir, con banners. Y eso que ahora todo es medible: la efectividad, el nรบmero de impresiones, el nรบmero de clicksโฆ Hasta se puede sacar informaciรณn detallada de los usuarios y su forma de navegar a travรฉs de sus cookies o sus bรบsquedas para hacer anuncios personalizados y en directo.
Tampoco el modelo de pago por producto nos seduce: acostumbrados como estamos a obtener ciertas cosas gratis por internet, nos resistimos a pagar. Asรญ, leer un medio de comunicaciรณn, ver una pelรญcula, acceder a un estudio o usar WhatsApp se convierten en ejercicios que, aunque queremos hacer, nos cuesta si implica pagar por ello.
Porque, piรฉnsalo, pagar 0,89 por usar WhatsApp fue motivo de enfado para muchos que llevaban tiempo usรกndolo gratis. Era el precio de una suscripciรณn anual (en algunos casos, eterna) por un servicio que ahorra decenas de euros mensuales de tarificaciรณn por mensajerรญa. Sin embargo, como nos acostumbramos a usarlo gratis nos molestรณ el tener que pagar por รฉl, aunque fuera una cantidad irrisoria.
El reto: conseguir dinero
Estas cosas suceden especialmente en algunas zonas. Al sur de Europa, por ejemplo, es mรกs complicado que se pague por un servicio online. Incluso tambiรฉn por un offline, ya que fue en Espaรฑa donde la crisis de la piraterรญa despuntรณ pronto y con fuerza y donde se vio derrumbarse, por ejemplo, a la anteriormente boyante industria del videoclub -en concreto, pasรณ con Blockbuster siete aรฑos antes de lo que pasarรญa en EEUUโ
Precisamente por eso Spotify, una compaรฑรญa nacida en el norte de Europa, insistiรณ tanto en lanzarse al mercado de EEUU tras su expansiรณn hacia el sur: allรญ la gente sรญ paga por lo que consume online, y sabรญan que entrar en ese mercado podรญa disparar sus ingresos.
ยฟNo hay pues ninguna forma de conseguir lanzar un proyecto online y monetizarlo a partir de ventas o publicidad? En el caso periodรญstico, ademรกs de los modelos mรกs tradicionales, coexisten varias fรณrmulas. Existe la de ElDiario.es, que aboga por renunciar a los anuncios de grandes empresas por sus principios ideolรณgicos a cambio de funcionar econรณmicamente con lo que aportan sus socios (quienes obtienen como premio, ademรกs de no tener publicidad, adelantos de contenido, promociรณn de sus comentarios, encuentros con la redacciรณn o revistas impresas gratuitas). Y existe la de ElEspaรฑol, que ha batido el rรฉcord de un crowdfunding periodรญstico mundial.
Hay otras fรณrmulas incipientes, como la del โbranded contentโ, que por ejemplo se realiza en esta revista: supone crear contenido alrededor del producto o marca que se quiere promocionar. No es hacer un publirreportaje, sino contar una historia que enganche al lector no ya por el interรฉs en el producto solo, sino por la historia generada alrededor de รฉl y cรณmo le implica. Pero de cรณmo los medios periodรญsticos buscan dinero -y sus limitaciones, por ejemplo, con el patrocinio de contenido publicitario- ya os hablamos.
Pero si hay un sector del que aprender en lo que a monetizaciรณn se refiere, ese es el de las apps. ยฟAcaso la gente compra apps? No, no mucha. Apenas un 1%-3% de los usuarios de iOS y Android lo hacen, y apenas reportan un 2%-6% de los beneficios totales a las respectivas tiendas de Apple y Google.
ยฟEntonces? La respuesta es el modelo โfreemiumโ, un palabro nacido de la uniรณn de โfreeโ (gratis) y โmiumโ (de โpremiumโ). Se refiere a aquellas apps gratuitas de instalar y que ofrecen pagos dentro, algunos casi imprescindibles, otros reservados solo a โhard-usersโ.
ยฟY esto funciona? Segรบn los datos, sรญ. En Google Play, por ejemplo, ya hay casi un 40% de apps freemium por un 60% gratuitas aunque, y aquรญ reside su clave del รฉxito, casi el 97% de la facturaciรณn la compaรฑรญa la obtiene de esos pagos in-app.
En el caso de los usuarios de iOS el esquema es similar: unas pocas apps de pago que suponen una pequeรฑa porciรณn de ingresos (aunque, en este caso, algo mayor, cabe suponer que porque las apps de Apple son mรกs caras). El esquema sobre el โfreemiumโ es, sin embargo, similar: mรกs del 90% de las descargas tienen que ver con este modelo.
La cuestiรณn es que, mientras el mercado publicitario no se saque un as de la manga, este es el (menguante) panorama que tiene asfixiado al sector mediรกtico en todo el mundo.