La empresa holandesa VanMoof, que se dedica a la venta de bicicletas, estaba atravesando serios problemas económicos. No tenían que ver con la calidad de su producto ni con problemas de comunicación. Su página de Facebook, por ejemplo, se mantiene bien cuidada y se esfuerza en fomentar la imagen de marca y en espolear a sus seguidores. Lo que ponía en riesgo la marcha de la compañía era algo ajeno a ellos: los servicios de envío entregaban las bicis al destinatario llenas de arañazos y golpes en gran parte de los casos.
Fallaba un pilar imprescindible del negocio que, además, no podían controlar y tampoco cubrir por ellos mismos. Así que se les ocurrió una idea tan absurda y tramposa como efectiva. «El momento de iluminación le vino a Ties Carlier, uno de nuestros fundadores. Estuvo mucho tiempo pensando una solución. Intentó contratar con otras compañías, pero ninguna funcionaba», cuentan a Yorokobu desde el equipo de VanMoof.
El objetivo de la empresa es que, en 2020, el 90% de sus ventas correspondan a clientes online. De modo que se lanzaron. Se percataron de que las bicicletas plegadas (así las empaquetaban) tenían el tamaño de una televisión de pantalla plana enorme y cayeron en la cuenta de que siendo mucho más frágiles, los plasmas llegaban íntegros e impolutos casi siempre. De forma que pintaron uno de esos monitores en la caja. Bien visible. Las bicicletas empezaron a viajar de incógnito. Y la cosa resultó. Los daños de envío se redujeron en un 70-80%.
Hay que decirlo ya. Algo pasa en el vientre de las empresas de transporte que se oculta a la opinión pública. Una suerte de conspiración del mundo de la paquetería, una piromanía en frío, sin fuego, un vicio inconfesable por la destrucción circula entre los empleados. Algunos rumores hablan de que igual que la gente agresiva se mete a policía para soltar galletas legalmente, las empresas de envíos están plagadas de individuos que padecen una parafilia en la que sólo se excitan (o sólo le encuentran sentido a la vida) con el sonido de los cristales y objetos rotos.
Los responsables de VanMoof contaron en su web que las bicicletas llegaban a su destino como si hubieran atravesado las mandíbulas de hierro de una cosechadora. Quizás sea ese el problema, las herramientas. Tal vez en algún momento pareció buena idea mover los bultos a martillazos o tal vez sea siempre el cumpleaños de alguien y usen los paquetes a modo de piñata.
El caso es que debe ser algo general porque desde VanMoof aseguran haber probado todas las empresas posibles: las más grandes, las más especializadas, las más innovadoras, las más caras; pero nada. «No sé decirte el número exacto de bicicletas rotas, pero eran tantas que empezaba a acarrearnos serios problemas; muchas sufrían daños, lo que se traducía en mucha frustración para nosotros y muchos clientes descontentos», explican.
«No sabemos por qué la gente no tiene cuidado con las cajas, es probable que sea más rápido tratarlas con menos cuidado, o que si un empleado rompe un envío, prefiera entregarla que reportar la incidencia, porque si eso se repite con frecuencia podrían despedirlo», especulan. ¿Y por qué las televisiones llegan en perfecto estado? ¿Es una cuestión de elección? Quizás son más duras las empresas de pantallas planas en sus reclamaciones en caso de rotura, ¿o será que respetamos mucho más el entretenimiento televisivo que el deporte?
Quim Monzó se interesó por el caso en un artículo para La Vanguardia y se preguntaba si el chanchullo con la caja es algo que los transportistas podrían denunciar. Él lo descarta porque sobre el pictograma negro de la pantalla de tele, la empresa ha puesto un texto en letra blanca que habla de bicicletas: «Nos gustan las bicis y nos gusta que tú y el resto del mundo vaya en bici y que también le gusten». Monzó tira de Perogrullo para señalar que cuando el contenido es frágil, se pone una copa rota; y para mostrar la posición correcta, se dibuja un paraguas abierto: «Y tanto en un caso como en otro, dentro no hay copas rotas ni paraguas abiertos», dedujo el escritor.
Pero puede que el fin del invento esté cerca. La empresa pretendía guardar el secreto, pero el columnista de deportes de The Wall Street Journal, Jason Gay, recibió un paquete y desveló la estratagema a través de un tuit. Si se enteran los trabajadores de las empresas de transporte, se confiarán de nuevo y volverán a inflar a palizas a las bicicletas para desplazarlas de un sitio a otro.
Al hilo de lo ocurrido, desde VanMoof le están dando vueltas a las pequeñas trampas que causan un impacto desproporcionado y positivo. Por ejemplo, dejan caer que podrían convertir Brooklyn en una ciudad más segura e inteligente para los ciclistas poniendo más ladrones de bicicletas en Ámsterdam. En este sentido, si una pareja tiene problemas de comunicación, podrían arreglarse llevando camisetas con un estampado de la mano de me gusta de Facebook. O podríamos poner una pegatina con el logo del ayuntamiento en el coche para poder aparcar en segunda fila sin que se lo lleve la grúa o nos multen. También podríamos amenazar con darnos de baja de una compañía telefónica para que no nos pasen facturas imaginativas cada mes. La lección es clara: a veces, para que otros respeten las normas, sólo nos queda romperlas.