Estaba presentando su proyecto de fin de carrera en el IED y le preguntaron en qué marca creía que sus creaciones podían encajar. Paula Ulargui no lo dudó un momento: en Loewe.
La sorpresa llegó poco tiempo después cuando alguien de la marca contactó con ella desde sus oficinas centrales en París: querían que participara en su desfile de primavera/verano 2023 de la línea para hombre que se celebraría en junio en la capital francesa.
Fue así como vimos brotar musgo de las solapas de los abrigos de la prestigiosa marca, césped de sus zapatos y hojas de sus vaqueros. En eso consiste el proyecto de Ulargui, una sorprendente reconquista por parte de la naturaleza de un terreno, el de la moda, que durante mucho tiempo ha optado por alejarse de ella, por contribuir a su destrucción.
Resulta difícil definir exactamente qué es Paula, a qué se dedica. Hace unos días, en la revista Dazed la definían como horticultora, pero definitivamente esa profesión se queda corta para describir su trabajo. «He de decir que horticultora no me disgusta», reconoce.
«Me siento un poco eso, pero también artesana, artista o diseñadora. Pero sí que trabajo con las plantas, aunque con plantas muy pequeñas. No trabajo la tierra, sino que utilizo cultivos hidropónicos más parecidos a los que se realizan en granjas experimentales, en las que se busca aminorar el impacto y optimizar los procesos agrícolas. Me resulta difícil definirme. Me considero artista, artesana, y todo mi trabajo está alimentado por una cierta fascinación por cómo funciona la naturaleza, lo que le da a todo un carácter científico».
Un perfil tan nuevo, tan mestizo y futurista tiene su origen, en este caso, en una formación algo peculiar. «Soy la mediana de tres hermanos, los tres disléxicos», explica Paula. «Desde que éramos pequeños, mi madre buscó nuevas formas de educar donde la dislexia no fuese considerada un problema, sino que se viera como una característica más. Existe una parte positiva en la dislexia. Por ejemplo, se considera que los disléxicos somos más creativos que la media».
La creadora comenzó sus estudios en un centro en el que se seguía el sistema pedagógico Waldorf, creado por Rudolf Steiner, que se centra en el plano creativo del alumno mucho más que los sistemas tradicionales. «Allí teníamos clases de diferentes tipos de artesanía, cerámica, talla de madera, mucha pintura, música», recuerda la artista. «También de horticultura, por cierto», bromea.
«Más tarde fui a la Brockwood Park School, un internado en Reino Unido cuya filosofía de educación estaba basada en las enseñanzas de Krishnamurti. Era un centro vegetariano con clases de yoga, meditación… Un lugar muy libre aunque seguía el bachillerato británico, que es bastante duro».
Fue en aquella institución, ya con unos 15 años, donde Paula comenzó a cultivarse en temas de diseño, arte o diseño de moda. En Brockwood también se prestaba mucha atención a la naturaleza y a nuestra relación con ella.
«Al terminar allí se me planteó la dicotomía de si estudiar moda, que me encantaba, o bellas artes», afirma. «La pintura tenía muchos puntos. Además, tenía mis dudas respecto a la industria de la moda porque en muchos aspectos es oscura y totalmente opuesta al mundo del que yo venía. Finalmente, me di cuenta de que dentro del sector existía ya un movimiento de moda sostenible que quería cambiar las cosas y eso sí que me interesaba. Allí tenían cabida, además, mis ganas de investigar, de aportar algo, de recuperar técnicas artesanales, experimentar con nuevos materiales, etc. Así que estudié moda».
Tras trabajar un tiempo con la diseñadora Raquel Buj, de Buj Studio, ampliar su conocimientos sobre experimentación textil, y con una creciente sensibilidad sobre los daños de los efectos de la acción humana en el medioambiente, un día se le ocurrió la idea de hacer crecer plantas en prendas de vestir.
«Pensé que quería contribuir a reconectar al hombre con la naturaleza y una forma simbólica de hacerlo era convirtiéndolo en su soporte, su sostén», recuerda. «Encajaba totalmente con mi formación y además yo siempre he tenido una relación muy estrecha con las plantas y sabía cómo hacerlas crecer en la ropa. Estaba convencida de que, aunque las prendas eran necesariamente efímeras, harían que las personas que las llevaran experimentasen una conexión entre la naturaleza, su cuerpo y la necesidad de buscar cierta simbiosis entre los dos».
El resultado, que acabó convirtiéndose, como hemos dicho antes, en su proyecto de final de carrera, era, pues, todo un statement en forma de prendas de vestir que, obviamente, a día de hoy no están pensadas para llevarse por la calle. «Estoy haciendo pruebas para conseguir que los brotes vivan más tiempo», explica Paula.
«Pero si lo consiguiera, el resultado podría ir, en parte, en contra de la propia filosofía del proyecto. En realidad, estas plantas crecen en el tejido, se enraízan en él y, por tanto, duran mientras tú las cuides. Si lo pienso, cuidar estas prendas podría resultar muy terapéutico, ya que le haría entender a su propietario lo importante que es conservar la ropa».
Tras presentar el proyecto y recibir la llamada para desfilar en París, la artista comenzó a hacer pruebas para ir definiendo lo que aparecería sobre la pasarela. Poco a poco fueron dando forma a la colección. «Resultaban un poco estresantes los momentos de las presentaciones», recuerda, «ya que yo trabajaba en España y enviaba las piezas a París en un camión. Tenía sudores fríos cada vez que se las llevaban. Además, los últimos viajes se realizaron cuando ya comenzaba a hacer mucho calor, lo que lo hacía todo más complicado».
Los días previos al desfile trabajó directamente en París, con cambios constantes, estrés y, finalmente, el evento. Para la creadora, la experiencia fue tan intensa que cuando terminó todo y volvió a casa no tenía muy claro ni qué había pasado.
Tras el verano, Paula ha podido retomar su experimentación, dedicándose a perfeccionar sus técnicas y trabajando con diversos museos, artistas y alguna pequeña marca para preparar varias colaboraciones que tendrán lugar en los próximos meses, pero sobre las que todavía no puede hablar. «Cada proyecto es un poco diferente del anterior», explica. «Es como volver a empezar, y con cada uno voy aprendiendo y avanzando».