Pedro Torrijos es arquitecto de historias. Sabe poner los cimientos de una buena narración, construye desarrollos nudos y desenlaces. Lo hace desde estas páginas, donde escribe sobre edificios, ciudades y lugares imposibles desde hace una década. Lo hace desde otras cabeceras como Jot Down o El País. Lo hace desde su cuenta de Twitter, donde levanta relatos a base de colocar un tuit sobre otro, como si fueran ladrillos.
De esta forma, no solo ha construido un buen puñado de historias, sino una comunidad de seguidores. Más de 150.000 están atentos cada jueves a #LabrasaTorrijos. Así ha bautizado a sus hilos, que se empiezan a publicar todos los jueves a las 20:30, puntual como un programa de televisión. Un programa en riguroso directo, pues a Torrijos le gusta escribir sobre el momento, como si estuviera dando un recital de piano.
Si sus hilos fueran conciertos, podríamos decir que Torrijos acaba de sacar su primer álbum de estudio. Se llama Territorios improbables y es un libro en el que repasa la historia de edificios, ciudades y lugares alucinantes. Con un brillante sentido del humor y de la pedagogía, Torrijos crea un almanaque de historias curiosas. Estas nos llevan desde un pueblo abandonado y devorado por el desierto hasta una ciudad hinchable. Desde un parque de atracciones dedicado a Jesús a los rascacielos de Benidorm. Hablamos con Pedro Torrijos para que nos dé la brasa y comparta con nosotros algunas de estas historias.
#LabrasaTorrijos da el salto de Twitter a las páginas de un libro, ¿cómo se ha fraguado este cambio?
Es una apuesta de la editorial, Kailas. Ellos me contactan cuando yo apenas tengo 14.000 o 15.000 seguidores. Y me preguntan, «Oye, ¿tú crees que esto lo podemos contar en un libro?». El libro es una recopilación de algunos textos que ya he contado en Twitter, pero te das cuenta de que a la gente no le interesa tanto el final, sino cómo lo cuentas, y aquí el formato te permite enriquecerlos, estirarlos. Y bueno, que también hay otros muchos textos que son inéditos.
El proceso de creación del libro ha sido muy divertido, pero ha supuesto mucho trabajo. He tenido que pelear con mi perfeccionismo, que a veces no me quedo nunca contento y empiezo a marear los textos. Además, al ser en papel, tan bonito, con esas fotos tan cuidadas, la portada de Lara Lars… Tienes un poco ese peso.
¿Este es un libro para amantes de la arquitectura o para amantes de las historias?
Sobre todo, es para apasionados de las historias. Si eres un erudito de la arquitectura te puede gustar, pero la vocación es gustar a más gente. No creo que llegue ni al 20% el número de mis seguidores en las redes sociales que esté relacionado con el mundo de la arquitectura. Creo que en el libro es lo mismo. Está pensado para pasar un buen rato.
Yo suelo decir que son historias para leer y que luego tú las puedas contar en una fiesta y seas el tío más guay de la fiesta. Yo siempre he querido ser ese tío, que me hagan corrillo. Y lo que hago en el libro es compartir esa capacidad de crear corrillo, explicar historias que tú luego puedes contar con tus colegas. Y les dices: «¿Sabes que había un parque temático de Jesús?».
Bueno, es que tremenda historia la del Heritage USA; con eso te hacen corrillo seguro.
Es una de mis historias preferidas. Un parque temático dedicado a Jesucristo, en Carolina del Sur, que llegó a ser más grande que Disneylandia. Tenía una versión a tamaño natural del Cenáculo y la piscina de olas más grande del mundo. Y todo esto no tiene ningún interés desde el punto de vista de la arquitectura, pero la historia es tan fascinante, se puede contar de una manera tan divertida… Heritage USA habla de la atmósfera de los pastores evangélicos en la América de los años setenta, del EEUU conservador de la época. Eso lo puedes contar desde un punto de vista erudito e histórico o lo puedes contar con la historia de un parque de atracciones.
¿Y qué diferencias has encontrado entre contar una historia como esta para Twitter y hacerlo en un libro? ¿Qué limitaciones y ventajas tiene cada formato?
Leí una vez a alguien que decía que escribir un artículo es escribir una novela de 800 palabras. Y eso es lo que yo hago en todos los formatos. Es un hilo en Twitter, un reportaje, un libro o un podcast como estoy haciendo ahora para el museo ICO. Ahora, en verano, voy a estar en una pequeña sección en RNE. Y es lo mismo: es contar una historia, planteamiento nudo y desenlace.
Llevo diez años escribiendo en medios. Ya tengo callo para escribir en formato más largo. No creo que haya una dificultad específica, simplemente hay que entender que el formato es diferente. Aquí, por ejemplo, hay menos imágenes. Y eso puede ser un inconveniente o una ventaja, porque te permite culebrear dentro de la historia.
Fue una de las cosas que me llamó la atención del libro, no hay demasiadas fotos. No sé si fue una decisión consciente o impuesta.
Es que no se trataba de hacer un libro de fotos, no es un libro de Taschen. Tomamos la decisión de poner una gran foto al principio de cada capítulo, que a veces son del lugar y otras veces son meramente ilustrativas. Es lo que comentaba antes, si vas a contar historias en una fiesta, no vas a sacar las fotos y las diapositivas
Ya. Igual, si lo haces, más que el tío guay vas a ser el friki de la fiesta.
Ja, ja, ja. Claro, aquí se trata no de mostrar fotos, sino, sobre todo, de contar una historia. El ser humano lo que hace siempre es contar historias. Las contamos a los demás, nos las contamos a nosotros mismos. Es como lo que está pasando con Samuel. Aquí hay un montón de historias que se están contando, la gente del colectivo LGTBI está contado sus historias de discriminación, de violencia. Y nosotros, los heteros, estamos escuchando y aprendiendo. Es algo que provoca cambios, reacciones, pone en marcha un montón de engranajes. Las historias son la herramienta más poderosa que tiene el ser humano, son un motor de cambio.
Eso es muy bonito, pero ¿es aplicable a cualquier campo? Quiero decir, la arquitectura, para ser apreciada, ¿debe ser contada, debe ser explicada o debería ser autoexplicativa?
Yo creo que todo lo que puedas contar siempre va a ayudar a que se entienda mejor cualquier cosa. Idealmente, todos deberíamos entender que una vacuna contra la covid puede hacer que la pandemia acabe. Pero esto hay que contarlo, hay que explicarlo. Muchas veces hay que apoyarse en palabras. Idealmente, deberías proyectar un edificio, o una ciudad, y la gente debería entenderlo. Pero no siempre pasa. A veces, muchas veces, tienes que explicar por qué esto funciona así.
Como con el Museo del Holocausto de Berlín, que explicas en el libro
Claro, si no conoces la historia que hay detrás, es más difícil apreciarlo. Es una pastilla de hormigón y zinc que recorre el lugar en un zigzag retorcido y aparentemente caótico. Pero si sabes que su arquitecto, Daniel Libeskind, es un judío polaco nacido justo después de la II Guerra Mundial, que sus padres fueron supervivientes del Holocausto; si conoces todas las referencias que tiene el edificio, es más fácil apreciarlo. Puedes visitar el Museo del Holocausto sin saber todo esto y no pasa nada, pero te estarás perdiendo una parte de la historia que cuenta ese edificio.
Tú vives en Madrid, ¿por dónde empezarías una #BrasaTorrijos sobre cómo está la ciudad ahora mismo?
Sobre todo Madrid es imposible. Sobre algo de cierto tamaño puedes contar historias pequeñitas sobre la ciudad, como la piscina que hubo en el río Manzanares, el parque de las Siete Tetas, cómo se peatonalizó todo… Y cómo, aunque se esté intentando echar para atrás, vamos hacia allá porque es imparable. Puedes contar cómo los bombadeos franquistas dañaron muy seriamente la Casa de las Flores, un edificio muy bonito de los años 30 donde vivió Pablo Neruda. Puedes contar una historia de Malasaña, sobre cómo pasó de ser un barrio chusco a ser un referente de modernidad. Madrid es como la Biblioteca de Alejandría, no se puede contar una sola historia sobre ella porque guarda muchas historias diferentes.
¿Y esas historias no se gastan?
Eso es lo que pienso yo casi todos los jueves, que se me han acabado las buenas historias. Y mira, luego funcionan de puta madre. Las historias no se acaban, aunque a veces se repiten de formas distintas. Es igual que Hamlet, que se ha contado mil veces. Una vez me dijo Juan Diego, el actor, en una entrevista, que al final todas las historias son ir de un sitio a otro par ser más feliz o menos feliz. En cuanto a #LabrasaTorrijos, yo tengo ahora mismo… Te lo voy a decir… [se hace el silencio al otro lado del teléfono acompañado de ligero rumor mecánico, teclas y clics]. Tengo ahora mismo 244 entradas.
¿Tienes por ahí un almacén de historias?
Sí, hubo un momento en que me coincidió que tenía que ir al médico y tenía que escribir un hilo. Ahí empecé a ser previsor y a hacer las historias de antemano. Pero no escribo las historias al completo, solo la estructura, lo más importante. Yo los hilos los escribo en directo.
¿Por qué?
Porque eso me impide manosear demasiado los textos. Esto es como salir a tocar el piano, sé que salgo a las ocho, tengo una hora de directo. Por otro lado, escribir en vivo te da un feedback constante, yo sé si la historia está funcionando más o menos bien al instante. Y te da tiempo de jugar, de improvisar. Si te fijas en mis hilos, no son una historia larga cortada en trocitos. El formato hilo es ya un subgénero en sí mismo. Hacer un buen hilo no consiste en escribir un texto y cortarlo. Yo, a veces, escribo un tuit que es solo una palabra. O solo una onomatopeya. Controlo mejor los tempos, sé dónde acelerar, dónde frenar… generas un ritmo. Todo esto tiene algo de musical.
Tú eres un arquitecto, pero no construyes edificios sino historias. ¿Te sientes menos arquitecto o menos realizado por ello?
No. A mí lo que siempre me ha gustado es contar historias. Yo he estudiado arquitectura, he hecho algún proyecto, de hecho a mi madre le he hecho su casa. Me preguntaba el otro día una periodista, «¿Pero tú trabajas?». Y claro que trabajo, esto es un trabajo. A veces se considera que si has estudiado una cosa y no te dedicas canónicamente a ello, has fracasado. Y mira, no. Y fíjate que digo canónicamente, pero yo considero que me dedico a la arquitectura. Que contar historias es parte de esta profesión, como lo es construir edificios. Y que me llena. Puedo decir que he encontrado mi lugar en el mundo, ¿qué te parece?
Que muy poca gente puede decir eso.
Pues yo creo que sí. Y no solo por el libro, sino por los hilos de Twitter, por los podcast, por todos los proyectos que estoy llevando a cabo. Esto es un trabajo que estoy disfrutando muchísimo.
Oye, ¿y cómo se consigue eso? Encontrar tu lugar en el mundo digo.
Pues yo empecé un poco de casualidad. Yo escribía hilos antes de que existieran los hilos. Ponía un hashtag en mis tuits para agruparlos. Me lo sugirió mi pareja un poco de broma. Me dijo: «Tú lo que haces es dar mucho la brasa», así que puse esa etiqueta para que todos mis tuits se pudieran agrupar. Pero lo usaba de manera muy irregular, no era constante. Me pasó por encima la vida, por alguna razón. Y bueno, hubo un hilo que se hizo viral, tuvo mucho alcance. Y mi pareja me dijo, «Esto te hace muy feliz, deberías hacerlo con más constancia». Y le hice caso, empecé a hacerlo, Y parece que funcionó.