Existió una vez una palabra viajera que partió de su Francia natal y se instaló en España para comenzar una nueva vida. Aquella palabra era perruque y abandonó su país de origen por haber tenido ciertos conflictos con la Justicia.
Su verdadero nombre era perruquet, que significaba ‘loro’ y tenía en España un familiar lejano, ‘periquito’, de quien sabía de su existencia pero con el que jamás cruzó una palabra. Cosas de familia, no preguntéis más.
Lo cierto es que perruquet era una palabra atrevida. No contenta con nombrar a esas aves charlatanas y ruidosas cuyos sonidos trataba de imitar valiéndose del recurso de la onomatopeya, se atrevió a mofarse de los jueces, abogados y funcionarios de justicia en general, ya que su manera de hablar tan afectada e incomprensible para muchos mortales, además de su discurso aparentemente vacío, recordaba al estruendoso y desagradable canto de los loros. Si a eso sumamos el uso de enormes pelucas blancas para adornar sus cabezas, el símil con aquellas aves era obvio.
La gracia corrió de boca en boca de todos los hablantes y, preocupado por las consecuencias que su burla pudiera tener, probó a cambiarse el nombre para intentar despistar a la Justicia, pasando a llamarse perruque. Pero el truco no bastó para engañar a los jueces y letrados, y tuvo que escapar a toda prisa del país para no ser apresada.
Así fue como perruque llegó a la vecina Cataluña, quien la adoptó sin problemas rebautizándola como perruca. Pero ya nunca más volvió a dar nombre a un loro, sino que prefirió quedarse con el sentido que tantos problemas le había dado pero que tanta fama le otorgó: el de peluca.
Perruca conoció a pelo. Tras un tiempo de conquista y galanteo, de hacerse ojitos y de conocerse despacito, como ocurre con los grandes amores, la pareja se casó y de su unión nació peluca. Y así fue como aquella recién nacida se quedó para siempre en el idioma español tomando el oficio de nombrar la mata de pelo postizo que adorna aún hoy ciertas cabezas insatisfechas con el cabello que les ha tocado (o que las abandonó para siempre sin ninguna explicación ni carta de despedida).