Al final la culpa es tuya, querido lector. Nos lo pones muy difícil. Compras pocos periódicos y el yate de Cebrián no se va a pagar solo. Así que ese yate y su combustible son unos de los impulsores más efectivos de la innovación en el periodismo.
Hay que encontrar buenas ideas, nuevas manera de contar historias, maneras capaces de atraer a nuevos lectores que se rasquen el bolsillo como en los tiempos en los que Juan Cruz era un joven periodista dispuesto a comerse el mundo.
En 2011, por ejemplo, El País tuvo una maravillosa idea: envió a Juan Ángel Vela del Campo, especialista de la casa en música clásica, a cubrir un concierto. ¿El concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena? ¿Aida, de Verdi, en la Scala de Milán? ¿Così fan tutte en el Metropolitan? Casi, pero no.
Vela del Campo fue a Getafe a cubrir el concierto de Iron Maiden en el festival Sonisphere –antes ya tuvo experiencias místicas en un concierto de Scorpions y en el after de la Macumba–.
La crónica tuvo su gracia (ya que ofrecía una visión ajena al universo metalero) y un final glorioso: «Así, el concierto enamora desde el desgarro y la intensidad. A pesar del polvo ambiental –los expertos iban con mascarillas– y de las toneladas de basura». Esperamos que Vela del Campo llevase el pipí hecho de casa y no tuviese que entrar a un WC químico a morir lentamente.
Que esto saliese bien una vez no quiere decir que fuera a resultar siempre con positivo balance y, de hecho, seguramente alguien en la dirección de El País se olía que esto que te contamos podría llegar a pasar. Llámanos locos.
El País volvió a intentar esta misma semana el crossover que probó con Vela del Campo y el heavy metal. Envió a Antonio Lorca, su crítico taurino, a un estreno cinematográfico. Lorca se encargó de hacer la crítica de Ferdinand, un viejo alegato animalista en el que un toro se niega a ser asesinado en la plaza. Y, claro, Lorca se lio.
Lejos de realizar un análisis técnico o formal de la cinta, Lorca se centra en el argumento de la película y lo desgrana en la primera parte de su crítica. Bueno, no lo desgrana: lo destripa mejor que el carnicero del mercado de Chamberí.
Tras el destripe viene la valoración. «Se te queda cara de bobo porque la peli es una pasada artística, un divertimento total para chicos y mayores, que hace reír, llorar, gozar y te emociona de principio a fin», escribe Lorca.
En este momento, el muñequito rojo de la ira de Inside Out coge las riendas de la pluma de Lorca y es aquí donde empieza la fiesta. «Qué pena que Ferdinand sea una mentira como una catedral; qué triste que, una vez más, se manipulen mensajes tan válidos como el amor y el respeto a los animales para intentar engañarnos a todos».
¡Alto ahí, señor Lorca! ¿Nos está diciendo usted que alguna pérfida mente de 20th Century Fox quiso engañarnos vilmente? ¿Nos está usted desvelando que los toros, en realidad, no hablan, ni tienen personalidad humana, ni pasean por callejones oliendo el aroma de los geranios? ¿Nos está usted revelando, en definitiva, señor Lorca, que Ferdinand no es un documental? Acaba usted de asesinar la inocencia y los sueños de miles de personas. Ya le vale.
El crítico taurino se viene arriba. «Ferdinand rechaza su destino de toro bravo, como si la gallina pudiera renunciar a poner huevos, el perro a andar a cuatro patas o el león a perseguir y devorar al ñu». Es decir, la gallina tiene que poner huevos, el perro caminar a cuatro patas y el toro morir conforme a su destino de manera inevitable.
«El mensaje de la película es profundamente antinatural», prosigue el periodista sugiriendo que lo natural, lo que dicta la Madre Tierra, es construir un coso de hormigón y acero para 15.000 personas, vender entradas de 20 euros para arriba, llamar a Manuel Molés para la retransmisión en Canal +, vestir a una persona con mallas y lentejuelas, darle una espada y dejar que, tras una tortura de un cuarto de hora, se la clave a un animal en el lomo mientras la gente toma manzanilla La Guita en la grada. Cosas naturales, mi querido Sancho.
La crítica continúa. «Lo más grave no es que los niños que abarrotaban el cine sevillano sean los antitaurinos de mañana; lo peor es que la manipulación les lleve a la ignorancia. Si no quieren ser aficionados a los toros, que no lo sean; pero que no los engañen: un toro bravo es un animal y no una persona».
Don Antonio, no queremos desvelarle realidades que le dejen sumido en la más profunda de las conmociones, pero vamos a ser valientes y a apostar por arrojar luz sobre este turbio asunto del cine de animación.
Mire, cabe la posibilidad de que sea también mentira que Mickey Mouse, el ratón ese con las orejillas tan graciosas, sea capaz de hablar. O de que el Tío Gilito, un pato con chistera, sea un millonario capaz de entrar en la lista de Forbes. Es incluso posible que Toy Story muestre habilidades excesivas e impropias en unos juguetes y que el Mr. Potato de la película sea bastante más molón que el mustio juguete que tiene mi hija pequeña. Y ojo con esto: que exista La Patrulla Canina en una serie de animación no quiere decir que no necesitemos a policías o bomberos humanos. De Star Wars ni hablamos.
Sabemos que esto puede ser difícil de asimilar, pero aquí estamos para apoyarle y ayudarle en lo que haga falta.
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