Los muros del barrio socialmente dañado gritan. Gritan en muchas ocasiones lo que los ciudadanos que viven en él ni siquiera pueden susurrar. El suburbio es un lugar proclive a que sus habitantes callen y sus muros hablen. El habitante del suburbio responde a un código de silencio muy preciso que nada tiene que ver con el del cine delincuencial. Por propia supervivencia conoce lo que se puede decir en voz alta, lo que se puede hacer y lo que no. Utiliza para ello dos herramientas tan accesibles y básicas como la pared y el espray . Mientras tanto, el centro de las ciudades, los barrios de ensanche y clase media callan o son silenciados más a menudo por una imposición urbanística o de limpieza viaria.
No deja de ser paradójico que la imagen -quizá estereotipada- del barrio deprimido y de su habitante sea todo lo contrario. Nos imaginamos un lugar y unas personas nada propensos a la discreción de la voz baja. El teatro, la literatura o la televisión han alentado ese retrato del lugar y la persona que habla a gritos, con poca corrección, sin prever el discurso y sus consecuencias. No es así. Aquello responde más al prejuicio y al tópico que a la realidad. Aquello es a día de hoy un concepto trasnochado que -por suerte- tiende a desaparecer, a pesar de que la historia no acaba de ponérnoslo fácil.
Ni el habitante del suburbio es siempre aquel personaje ni su dialéctica es siempre esa. Conozco el suburbio bastante bien. Aunque no nací allí, me muevo a diario por él, no solo geográficamente: conozco a sus habitantes, cuento con bastantes de ellos entre mis amigos y amigas. Creo importante poner de relieve la pluralidad humana del mismo. Convivimos allí posgraduados universitarios y aluniceros profesionales, clase obrera en el sentido más ortodoxo con adinerados propietarios. Este lugar responde a esa mecánica de la globalización que hace que un niño soldado de Mali vista la misma marca de ropa que llevo yo. Mientras, el mensaje sobre el muro permanece.
Un «Jeny te quiero» (sic.) o la consigna política, pasando por mensajes infinitamente más crípticos y profundos («La vida es una búsqueda no una caverna») conviven con marcas de autor cuyo fin – supongo- es simplemente la autoafirmación o la advertencia territorial. Resulta imposible determinar con certeza a qué se refieren la mayoría de ellos. Sin embargo contienen un nosequé que los eleva dentro de cierta trascendentalidad urbana. Detrás de la mano que empuña el espray y escarifica los muros de esos barrios, siempre hay un motivo. Un motivo extraordinariamente prosaico y un mensaje gravemente contundente.
Dicho mensaje puede partir de cualquiera de sus habitantes independientemente de su formación o su capacidad económica. Esto sucede porque existe una impronta, ajena a todo origen o situación, que responde a la identidad del suburbio. Aquel que nace, crece o vive en el suburbio, no puede escapar a unas ciertas formas.
Performatividad o la capacidad de algunas expresiones de convertirse en acciones y transformar la realidad o el entorno. Impronta o huella, generalmente de orden moral, que deja una cosa en otra. Esas son las claves de lo que se lee en los muros de los suburbios, de los barrios con mala fama. Mensajes, si es que se puede calificar algo tan breve y tan ajeno al ciclo de la comunicación como mensaje, de rabia, de amor, de ira y de impostura. Mensajes políticos comparten soporte con insultos a la policía. Nombres y marcas que se nos escapan porque responden solo al lenguaje propio y secreto de algunos de sus habitantes.
Performatividad, impronta, hermetismo y vehículo ajeno a la comunicación convencional. Características todas ellas pertenecientes al paradigma de la expresión artística contemporánea. Creadores como Bansky o Alec Monopoly decidieron utilizar los muros de los lugares en conflicto (social o cultural, no necesariamente armado) para expresarse y permitir el acceso de cualquiera a su creación. Es esta una llamada de atención más hacia lo que sucede en torno a sus obras que a la obra misma. Por tanto, deja de leer esto, levántate, toma el metro o el autobús y dirígete al suburbio más cercano, si es que no vives en él. Observa allí lo que sucede en sus muros. Por pobre que parezca, contiene a su alrededor una vida de infinita valía. Verás que en realidad nada queda tan lejos.
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Fotos: Pablo Albacete