Y tú más: ¡Bruja piruja!

Suena gracioso. Incluso entrañable. Quién no se acuerda de la bruja piruja de los cuentos que nos leían antes de dormir. Pero ¿sabían nuestros padres lo que le estaban llamando a la bruja en realidad? Sospecho que no.

Piruja es una de esas palabras, como coger o concha, que según a qué hispanoparlante se la digas, te va a calzar una bofetada con toda la mano abierta o te va a ceder el asiento en el autobús en señal de respeto a tus canas, puesto que muy moderno no resultarás al decirla.
Para ser rigurosos, acudamos al diccionario.
Pirujo/a:
1. adj. El Salv. Que no cumple con sus deberes religiosos.
2. f. Mujer joven, libre y desenvuelta.
3. f. Méx. prostituta.

Ya tenemos las primeras pistas. Porque, efectivamente, puede que en España alguien identifique a una piruja con una modernilla, como parece querer indicarnos la segunda definición del DRAE. Yo -voy a hacer alarde aquí de mi total ignorancia- desconocía esto. Vamos, que la imagen que he tenido toda mi vida de una bruja piruja es más bien la de una señora muy muy muy fea, vieja y desagradable de ver (y de soportar). Nada que ver con el look modernete que debo suponerles según la definición del diccionario.
Sospecho que la verdadera dimensión de la palabreja en cuestión ha quedado difuminada en el tiempo. Al menos en los tiempos de Maricastaña a los que se remontan los cuentos. Y que es más probable que al llamar a las jóvenes «libres y desenvueltas» se las estuviera llamando frescas y libertinas. Así pues, una bruja –de las que te hechizaban con pócimas y te hacían conjuros malignos- seguramente fuera también una mujer que iba contra las normas de la moral. Piruja la llamaban. ¡Qué eufemismo!
En México da la impresión de que se quedaron con el verdadero sentido de piruja. Y ahí ya no tienes narices a llamárselo a una señorita, por muy positivamente libre y desenvuelta que te parezca, porque la estarás llamando puta reputa (Torrente dixit).
Piruja = prostituta se dice también en Chile, Guatemala y Venezuela, por poner tres ejemplos. Mientras que en Argentina, una piruja es una mujer de baja estofa, vulgar y sin modales. Al menos la de barrio y hasta los años 70 del siglo XX, según dicen aquí.
Luego está también el significado que le dan en El Salvador, según hace constar la RAE. «Que no cumple con sus deberes religiosos». Sin comentarios.
¿Y qué dice Pancracio Celdrán, gran experto en esto de los insultos, sobre piruja? Pues más o menos lo que os decía al principio: que su sentido primigenio era positivo (una jovencita desenvuelta y moderneta), pero que se empezó a usar con un sentido figurado negativo para identificar a una «persona de poca monta y escasa consideración social que dice tonterías y anda esparciendo patrañas». Especifica también que en Castilla se entiende por piruja una mujer joven de costumbres deshonestas. Y que en Écija (Sevilla) un pirujo es alguien que dice tonterías y mentiras, amén de unos cuantos cotilleos, mientras que en Canarias, una piruja es, al igual que en México, una puta.
Ya ves, mamá, lo que le estabas diciendo a la pobre hechicera de nariz aguileña y verrugosa cuando me leías los cuentos: con lo educada y respetuosa que tú has sido siempre.

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