Se arregla todo. Pide presupuesto

27 de noviembre de 2014
27 de noviembre de 2014
4 mins de lectura

George Gurdjieff era un tipo extravagante donde los haya. Místico, sin profesión concreta, deambuló por medio mundo y recogió conocimientos de diferentes culturas para crear su propia filosofía de vida, que después se ocuparía de difundir.
Más que su filosofía, aquí nos interesa su vida azarosa y, más concretamente, un episodio. En algunos de sus viajes nadó en la indigencia y en muchas circunstancias se vio obligado a ganarse el pan como pudiera, empezando desde cero en cada sitio. Gurdjieff, nacido en Armenia en 1872, cuenta en su libro Encuentros con hombres notables que en cierta ocasión, llegado a un lugar, con poco en los bolsillos y ansias de seguir viajando, puso una tienda para costearse sus próximos meses de vida.
En la puerta de la tienda colgó un letrero que ponía «Se arregla todo». Así de sencillo. Y se sentó a esperar. Los clientes empezaron a llegar, nada perdían por probar y todo el mundo tenía algo que se había estropeado. (Ahora, si algo se rompe, se compra otra cosa igual y punto, es el sello de la sociedad industrial; entonces la gente todavía arreglaba sus cosas). Daba igual el objeto que fuera y lo roto que estuviera, Gurdjieff lo estudiaba y lo intentaba arreglar como fuera.
Llegaban máquinas de coser que no cosían, alfombras raídas, muebles que habían dejado de llamarse así. El tendero estudiaba a conciencia el mecanismo de las máquinas, buscaba minuciosamente dónde estaba el fallo en los tejidos y hacía los arreglos que fueran necesarios. No rechazaba trabajos. El letrero de su tienda lo dejaba claro.

Georges Gurdjieff, By Janet Flanner-Solita Solano papers. (http://www.loc.gov/pictures/item/95507085/) [Public domain], via Wikimedia Commons
El bueno de Georges Gurdjieff, by Janet Flanner-Solita Solano papers. (http://www.loc.gov/pictures/item/95507085/) [Public domain], via Wikimedia Commons
Parece como si esta situación teñida de cierto romanticismo de trotamundos no se pudiera repetir hoy en día. ¿Quién va a poner una tienda donde ofrezca repararlo todo? No tiene pinta de ser una buena idea para una startup. Pero en realidad el ideal de abarcar cualquier trabajo no está tan desactualizado. Se puede aplicar a un buen puñado de profesionales que día a día se ganan su salario.
Pluriempleo sin remedio
Si en las empresas la falta de contratación hace que un empleado realice siete tareas diferentes aparte de las que le corresponden, con los autónomos el rizo se riza varias vueltas. No se arregla todo, pero sí que se hace de todo. La famosa figura del freelance antes molaba; ahora muchas veces significa hacer lo que sea, incluso recoger leña seca para Satanás (si paga bien y a menos de sesenta días). Bueno, hay gente que tiene principios, pero también mucha gente necesita dinero.
Son muchos los que trabajan en más de una actividad para cuadrar el mes. El truco hoy es no dejar escapar ningún trabajillo y mucho menos dejar descontento a un cliente cuando puede quedar perfectamente satisfecho. Es el viejo lema del tendero ‘el cliente siempre tiene la razón’, que viene a traducirse en un clásico del refranero, ‘no muerdas la mano que te da de comer’, y que al final no significa otra cosa que ‘cuida la mano que te da de comer, no vaya a ser que se revuelva y te suelte una bofetada’. Esta última expresión siempre ha sido muy larga para entrar en el refranero.
Si alguien te pregunta: «oye, ¿tú haces..?», la respuesta automática es «sí, claro, te paso presupuesto». Así, tenemos a periodistas que además de sus colaboraciones editoriales ofrecen marketing online, SEO y community management, diseñadores que lo mismo hacen carteles que páginas web o programadores todoterreno, a los que se les puede pedir cualquier cosa que ya se arreglan ellos para sacarla adelante. Si hay que aprender algo, se aprende.
Algunos freelance acaban con el cerebro frito de tanto cambiar de actividad. Foto: Patrick Gensel, bajo licencia CC
Algunos freelance acaban con el cerebro frito de tanto cambiar de actividad. Foto: Patrick Gensel, bajo licencia CC

En un coworking concreto de Madrid (aunque algo parecido habrá en muchos otros coworkings) trabaja un periodista que presta servicios de consultoría a empresas cuando se lo piden, una especialista en comunicación que también hace consultoría, organiza eventos, orienta en protocolo y lo que se tercie, mientras que otro de los que están tiene una empresa de comunicación, escribe artículos, ha publicado libros y además es socio del coworking.
En otros lugares se pueden encontrar casos como el de un diseñador que se tira dos días sin dormir, li-te-ral-men-te, a base de cafés y a costa de ojos enronquecidos y pérdida de cabello, para poner bonita una presentación de cientos de páginas sin tiempo material para hacerlo. Pero es igual, el trabajo se acepta y se hace, como sea (incluso yendo en contra de todos los preceptos saludables como en este caso). O aquel ilustrador que escribe ebooks para niños con el fin de ganarse un suplemento.
En cuanto a los libros digitales, charlando con una persona que aparte de su trabajo escribía ebooks, me dijo «yo soy una prostituta de esto. Escribo de todo». Hace poco encontré a otra persona que hacía de todo. Fue en un trayecto desde el aeropuerto de Nueva York a un hotel. Era conductor del coche que nos llevaba. Dijo que tenía varios trabajos. «Un currito», pensé. Uno de tantos. Luego me explicó que sus otros trabajos consistían en ser cantante contratado por Sony (hacía coros de jazz y R&B para la discográfica) y en alquilar dos pisos de su propiedad. Además de eso al tío le quedaban ganas para llevar a gente desde el aeropuerto. Decía que en Nueva York todo el mundo tiene varios trabajos, está todo muy caro. A lo mejor resulta que nos estamos acercando al futuro y lo del pluriempleo no era una broma.
—–
Imagen de portada: Max Griboedov / Shutterstock

No te pierdas...