Aunque a muchos da repelús, el poliamor es tan correcto como la monogamia

La monogamia se inventó. No sabemos bien con qué fin. Los científicos no se ponen de acuerdo, pero el caso es que no responde a un impulso natural. Aun así algunos estudios la calificaban como la forma más sana de convivencia: ahora, una investigación dice que estos trabajos estaban sesgados desde el inicio.

Un matrimonio octogenario gritándose, asqueando el gesto, buscando el hueco en la discusión para colar antiguos reproches, resoplando, rehuyendo cualquier contacto físico. Probablemente se conocieron muy jóvenes, se casaron y ahí siguen, enclavijando de impaciencia sus dentaduras postizas. Son los abuelos de muchos de nosotros y son el ejemplo de lo que una idea de monogamia santificada acaba haciendo con las relaciones.

Ahora se habla mucho sobre el poliamor o las relaciones alternativas, pero debajo de tanta reflexión y promoción suele anidar un temor: que no seamos capaces de soportar lo que proponen nuestros impulsos. En esa cosa llamada amor, la estructura de nuestra irracionalidad viene cimentada, más que por el sentimiento de propiedad, por la idea egocéntrica de ser únicos para el otro. Ese «ser especial» nos criba del mogollón, de lo común, y convierte en una ofensa terrible el hecho de que nuestra pareja se apasione con alguien más.

Aunque se asume que la naturaleza empuja a una promiscuidad más o menos impulsiva, mucha gente todavía duda de la viabilidad de las relaciones de este tipo. Es un pensamiento más racional que febril. La impresión es que al final se apuesta por la monogamia por facilidad de gestión.

Un estudio de la Universidad de Michigan va más allá. Ni siquiera la gestión resulta más útil en la monogamia. La investigación sostiene que los estudios y encuestas que fijaban esta modalidad como la mejor versión del amor nacían contaminadas.

«He encontrado que muchos investigadores asumen que las relaciones alternativas no funcionan, así que muchos las ignoran», dice Terri Conely, psicólogo y uno de los responsables del estudio. «Creo que nosotros tenemos suficiente información para indicar que funcionan», opina. Conely apuesta por no invisibilizar estas opciones para que con el tiempo podamos plantear sin tapujos preguntas de interés teórico.

Las conclusiones de los de Michigan crisparon los nervios de parte de la comunidad científica. «Los reseñadores tuvieron fuertes reacciones emocionales hacia los estudios. Ellos asumían que esas investigaciones ya se habían hecho y que se había determinado que [las relaciones no monógamas] no funcionaban», relata Conely.

El psicólogo no achaca la parcialidad a la mala fe de los científicos. A su entender, simplemente asumían que era lo mejor porque era la normal. Pero, ¿cómo se materializaban esa manipulación involuntaria?

Analizando el material publicado, el equipo de Conely advirtió que, por ejemplo, el hecho de buscar otro compañero sentimental o sexual se valoraba como una carencia de deseo hacia una pareja concreta. También, a través de la llamada ‘escala del amor apasionado, algunos establecían una correspondencia entre los celos y la pasión amorosa.

Los celos recibían puntos positivos y no se contemplaban como una reacción ante la desconexión y la falta de confianza entre los miembros de la pareja. Mediante este baremo, las relaciones polígamas, que consienten y consensuan el derecho de cada uno a disfrutar de otros amantes, tenían las de perder.

Además, a la hora de valorar o clasificar las aventuras extraconyugales, se introducían conceptos y juicios de valor que condicionaban a los sujetos. «Se incluía un lenguaje prejuicioso como ‘infidelidad’, ‘engaño’ o ‘parte ofendida’», desarrolla Conely.

No obstante, el resultado de sus indagaciones no crea una jerarquía entre ambas opciones, simplemente aclara que la no monogamia es tan correcta y funcional como la monogamia. El estudio parte de una encuesta a 2.000 personas que mide la confianza, los celos, la pasión y la satisfacción general.

Otro aspecto que destacó Quartz en una pieza sobre este estudio es que se demuestra que las parejas no monógamas tienen más tendencia a practicar sexo seguro que las parejas monógamas que caían en la infidelidad.

Ante los recelos despertados por su trabajo, Conely ofrece una especulación desasosegante: «Puedo imaginar a algunas personas sintiendo una amenaza. Quizás si ellos realmente no prefieren la monogamia y han sido monógamos durante mucho tiempo, no quieren descubrir que podrían haber tenido una relación más acorde a sus deseos».

Sea como sea, los resultados del equipo de la Universidad de Michigan vienen a surfear una ola que lleva tiempo creciendo. El poliamor está de moda en medios de comunicación, en el cine genérico y en el cine porno, incluso se ha convertido en un tema de debate o fantasía habitual en los grupos de amigos.

Conely no se atreve a señalar que las relaciones abiertas estén creciendo, pero sí que están acaparando algo más de atención. «La comunidad poliamorosa en particular parece haber evolucionado de manera más rápida porque internet provee una manera de conocerse unos a otros y crear foros. También sospecho que el movimiento por el matrimonio homosexual ayudó a promover la visibilidad de formas alternativas de relación», detalla.

Resulta difícil abordar este tema sin implicarse emocionalmente y apostarse en una línea defensiva. Hay gran riesgo de descubrir que uno se ha sacrificado cuando no hacía falta porque la felicidad y la estabilidad no dependían de eso.

Pocos de quienes se consideran monógamos lo son: cuesta encontrar a alguien haya tenido una sola pareja en su vida y que no haya deseado a otra. El autor de Un mono desnudo, Desmond Morris, catalizó el concepto que define con más acierto a la mayoría de las personas: la monogamia sucesiva. Ismael Serrano lo cantaba de otro modo: «El amor es eterno mientras dura». Ambas cosas son la misma, negarnos ciegamente la provisionalidad de las relaciones amorosas, creer que trascender significa no cambiar nunca de opinión.

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