Pompeii: yo no quiero ser un unicornio

Todos quieren un unicornio. Jaime Garrastazu y sus socios, los hermanos Nacho y Jorge Vidri, soñaban con uno llamado Pompeii que calzaba unas modernas zapatillas aterciopeladas. Pero pronto se dieron cuenta de que su sueño era demasiado ambicioso, demasiado absurdo, así que desterraron al animal mitológico de la ecuación y se quedaron solo con las zapatillas. Y ahora sí, convirtieron su sueño en realidad.

Se conoce con el nombre de unicornio a las empresas valoradas en más de mil millones de dólares. Histórias de éxito fraguadas, sobre todo, al otro lado del Atlántico han embotado las mentes de muchos emprendedores que apuestan por la audiencia sacrificando el producto para conseguir convertirse en unicornio. «A nosotros nos pasó al principio», reconoce Garrastazu, «empezamos a obsesionarnos con coger velocidad, pero nos dimos cuenta de que este no era el camino».

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Ayudó a alimentar esos sueños de grandeza la rápida expansión de su empresa, Pompeii. Durante su último año de carrera, estos tres amigos, cuatro por aquel entonces, se plantaron en varias fábricas con unos dibujos de zapatillas hechos a Paint y sin tener mucha idea de qué decir. Al año estaban vendiendo su primera colección, agotando existencias por todas las pop ups stores en las que se presentaron.

Supieron hacer de la necesidad virtud. En un primer momento sus tiradas eran, por razones de producción, reducidas. Decidieron estampar en cada zapatilla un número, del 1 al 349, así de limitado era su stock. Con este movimiento crearon una sensación de exclusividad accesible, de zapatilla única. «Hacíamos unas zapas que nacían y morían en cada tirada», explica Garrastazu. Primero pasearon estos diseños por tiendas efímeras, después trasladaron ese modelo al mundo online. «Nuestra web solo tenía opción de compra durante tres días al mes», explica su cofundador. «Volaban».

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En la actualidad Pompeii fabrica más de 349 zapatillas por tirada. Sus unidades no están numeradas. Y sin embargo ha sabido retener ese intangible que convierte una prenda en una pieza de coleccionista. Todos estos factores daban a su negocio el potencial de convertirse en un unicornio. Al menos, en un caballo de carreras. Además tenían los conocimientos para intentarlo, todos ellos venían de formarse en el mundo de la empresa.

Creatividad versus negocio

Jaime Garrastazu tiene un discurso elaborado en el que se mezclan nombres de modelos, de empresas y de hitos en el mercado zapatero. Conoce el negocio. Podría pasar por un empresario al uso si no fuera por algunos detalles. El primero es que nunca habla de zapatillas. Siempre usa el diminutivo zapas, casi como un apelativo cariñoso. El segundo es que calza unas Pompeii Egret y que cuando se le pregunta por ellas, puede hablar sin solución de continuidad. No lo hace con el discurso vacío de un vendedor sino con la pasión de quien lleva coleccionando zapatillas, zapas, desde su adolescencia.

[pullquote author=»Jaime Garrastazu » tagline=»cofundador de Pompeii»]Con las zapas pasa algo extraño. Creas con ellas un vínculo emocional que no se forma con otras prenda[/pullquote]

«Las primeras fueron unas Vans burdeos», recuerda. «Tenía 14 años y me subí solo a la calle Montera a comprarlas. Aún las tengo, aunque están destrozadas». Esta afición, asegura, fue compartida por todos los socios durante muchos años. «Ellos se apuntaban en listas online para conseguir modelos limitados de Nike o Adidas», recuerda, «Nos encantaban».

Al calor de estos recuerdos, Garrastazu concluye que con las zapatillas «pasa algo extraño». «Creas con ellas un vínculo emocional que no se forma con otras prendas», explica. Fue quizá este intangible el que les hizo alejarse de senda de los unicornios y marcarse una ruta alternativa. Así que en lugar de centrarse en las ventas, estos tres apasionados de las zapatillas se centraron en el producto.

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«Nos preguntamos, vale, ¿por qué nuestras zapas son diferentes?. El diseño lo es, pero esto puede ser algo subjetivo, tenemos que hacer las cosas de forma diferente». Garrastazu narra cómo esta filosofía diferenciadora les ha llevado a vender zapatillas en un barco, dando su geolocalización a los clientes, que se tenían que acercar en paddel surf o patinetes acuáticos. Recuerda cómo acabaron vendido zapatillas dentro de un ataúd para una versión especial que lanzaron en Halloween. Les llevó a crear una piñata gigantesca para el cumpleaños de su marca y preñar las cajas de envíos con los regalos que esta escupía.

Todas estas ideas locas les alejaban de lo que haría un proyecto de unicornio. Les acercaban a un modelo de negocio diferente. Y eso era justo lo que querían ser.

«Soy un firme creyente en la creatividad, tanto a la hora de diseñar zapas como a la hora de crear una imagen de marca», explica Garrastazu. Ha sido esa creatividad la que ha guiado su proyecto de negocio, alejado de rutas prefijadas, de números, márgenes de beneficios y proyectos de crecimiento. Asegura que su mantra es Let’s try y en eso llevan los últimos años. Ya no intentan ser un unicornio, solo quieren hacer las cosas de otra forma.

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