Esa es la pregunta. El fotógrafo Diego González Sanz y yo nos miramos. Le pregunto si tiene tatuajes, me pregunta lo mismo. Y resulta que no, que somos los únicos de piel virgen en todo el recinto: los sospechosos, los llamativos, los distintos.
Mulafest, la mayor concentración de tatuadores celebrada en Madrid, ha reunido a cientos de fanáticos del arte de pintar sobre piel y en medio, nosotros, dos tontos sin tinta, preguntando si duele. Ridículos amateurs.
«¿Quieres saber si duele?», me pregunta un tatuador tatuadísimo. Levanta la aguja, la enciende y aquello suena como en el dentista, exactamente igual que en el dentista. Doy un salto hacia atrás. Cobarde, me voy humillada, perseguida por su risa canina.
En Polinesia se marcan el cuerpo para presentarse sin decir palabra. Por identidad, no por estética. A Tamatarii le gusta el mar (en el pecho), su familia se dedica a la farmacia (en el brazo), lo protege el tiki del viento (en la cara). A los doce años tatuó a su primo pequeño en la nalga con la punta de un madero.
-Tu cuerpo define quién eres.
¿Qué se tatúa la gente? Todo: un perrito, un paquete de cigarrillos con la advertencia Fucking Kills, flores, la Gran Vía de Madrid, la cara de Jack Nicholson a través de la puerta en El Resplandor, Cristo, el padre y la madre ancianos, Al Pacino, la frase I was blind, una geisha, un caballo de mar, Sarah Michelle Gellar, calaveras, conejos, un billete de dólar. Todo.
Loli entregó su cuerpo al francés Octopus, uno de los tatuadores más famosos del mundo, su ídolo absoluto. Lo hizo ciega, enamorada: haz conmigo lo que quieras. Loli llora y se le ponen los tatuajes de gallina al recordar el día en que Octopus la hizo suya… A 650 euros los 16 centímetros.
-Como te hagas uno estás perdido -nos advierte Laura- Yo empecé con este (señala el tobillo) y ahora tengo todo esto. Se levanta la falda: Horror vacui.
Luis ha diseñado su propio tatuaje, lo lleva en una carpeta azul. Son palabras que recorrerán su brazo. Cotidie morimur, cotidie conmutamur et tamen aeternos esse nos credimus (‘cada día morimos, cada día cambiamos y sin embargo nos creemos eternos’). Busca a su tatuador soñado con la ilusión de quien busca novia.
¿Qué me tatuaría yo? ¿Qué te tatuarías tú?
En general, nadie sabe decir por qué diablos nos gustan los tatuajes. Tautologías tras tautologías: gustan porque gustan, molan porque molan, es guay porque son guays. Y los más sesudos: son una tradición, las tribus de todas partes del mundo se han tatuado desde tiempos inmemoriales. Y los que se desligan del cliché: no es cosa de presidiarios o de mafiosos o de criminales.
Loli, la que se entregó a Octopus, entre sollozos dice que es porque entregas tu cuerpo, tu lienzo, a un pintor para que haga arte sobre tu piel.
Diego dispara y dispara. En sus fotos, sin duda, están las mejores respuestas de por qué diablos nos gustan los tatuajes.
María Fernanda Ampuero es escritora
Diego González Sanz es fotógrafo