Los portales son la entrada a la vida ajena

Hubo un tiempo en el que a los portales se los trataba como una extensión social del espacio familiar. Hace medio siglo no eran solo un lugar de paso. Eran lugares que se amueblaban, los vecinos le daban a la charleta y uno podía dedicar un rato a discutir los resultados de la quiniela con el portero. Sporting-Las Palmas, X. Eran, a fin de cuentas, el comienzo y fin del hogar.

A partir de esa sensación, el fotógrafo almeriense Francisco Úbeda Llorente ha creado una colección que cuenta ya con 27 portales madrileños. Úbeda Llorente se remonta a Lewis Trondheim y su cómic Génesis apocalípticos, donde el autor se explica «que la muerte era objeto de temor, hasta que se le dio una imagen y así se racionalizó este temor. Pienso que con los portales pasa más o menos lo mismo. Son espacios que se decoran para intentar hacerlos más amigables porque nuestra mente siempre está alerta sobre posibles peligros. De esta forma la engañamos. Los portales son otra estupidez más de este falso recurso».

Evidentemente, la construcción física y mental de espacios seguros en momentos históricos más convulsos era un recurso defensivo. «Si tuvieras que elegir entre un pasillo lleno de grafitis, con una luz titilante, o uno bien iluminado y decorado, no hay duda de con cuál te quedarías», señala el fotógrafo.

La ironía y el paso del tiempo han querido que muchos de aquellos portales que tenían la intención de reflejar estatus social hayan caído presos de una ridícula decadencia. «Muchos de los decorados se han quedado desfasados y ahora se parecen más a lo primero que a lo segundo».

Además de como refugio mental, los portales sirven como generador de sensaciones y como escenario de historias. O como escenario de historias que después dejan sensaciones en la memoria. Se trata del primer incentivo para la construcción de lo que está por venir y del atrezzo necesario para elucubrar historias pasadas. ¿Cómo será la gente que vive aquí? ¿Qué habrá ocurrido en este lugar?

[pullquote]No puedo evitarlo, me encanta lo sórdido. Imagino que será por haber nacido en los 80 en España[/pullquote]

Eso es lo que destila su colección de fotos y, por eso, al almeriense le atraen este tipo de portales frente a los impersonales espacios que ahora se abren ante los ascensores. «Me gustan mucho los portales que un día fueron elegantes y que, 30 años después, han degenerado en rancio. Quizá están igual de cuidados, pero los colores ocres, los muebles, las lámparas son de otra época y dan cierta sordidez que me ha perseguido y he buscado toda mi vida. No puedo evitarlo, me encanta lo sórdido. Imagino que será por haber nacido en los 80 en España», dice.

Su memoria está también asociada al viento y al frío que se deslizaba por las rendijas de su propio portal mientras esperaba a su padre; la sensación de seguridad frente a lo que ocurría fuera. O la inquietud que infligía lo peor de algunas personas. «Al volver del instituto y mientras esperábamos el ascensor, un hombre se me acercó y empezó a acariciarme la pierna. Bastante arriba. Decía: «Vente conmigo, estoy muy solo». Lo decía con mucha pena. Cuando llegó el ascensor le invité a que pasará primero y luego cerré la puerta tras él». Y de aquellos polvos, vienen estos lodos.

El 14 de marzo de 2001, una indigente de 29 años daba a luz a un bebé «en el portal de la zapatería Gutiérrez, sito en la calle de Serrano, 66», en Madrid. En estos casos, siempre se menciona a los ciudadanos anónimos que prestaron ayuda heroica. El médico fue Fernando Farreras y los enfermeros, Ángel Casas y Edurne Gil. El conductor de la ambulancia se llamaba Miguel Ruiz.

Un año y medio antes, el cantante y compositor Enrique Urquijo aparecía muerto en el portal del número 23 de la calle Espíritu Santo, también en Madrid. No trascendieron los nombres de las personas que hallaron la escena del músico fallecido por sobredosis de heroína.

Entre el nacimiento y la muerte, toda la vida ha visto cómo sus escenas se dibujaban en portales, los lugares donde se encontraban las personas y donde ocurrían las cosas. Por eso, sus imágenes son así de evocadoras. Por eso, Francisco Úbeda montaba en bicicleta las solitarias noches de verano en busca de una entrada decadente a la vida de los demás.

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