El arte contemporáneo tiene mala fama. «Eso lo haría hasta mi hijo de tres años», claman los no entendidos al ver un objeto cualquiera convertido, por la magia implícita de una firma, en un ente exclusivo y artístico por el que se pueden llegar a cobrar millones. El tiburón conservado en formol de Damien Hirst, la cama de Tracey Emin, los objetos de Jeff Koons… todos forman parte de una tradición inaugurada por el inigualable Marcel Duchamp.
Artista, bibliotecario y ajedrecista francés, este enemigo del estatismo nacido en 1887 fue un pionero cubista, con su Desnudo bajando una escalera como la obra con la que decidió que su camino evolucionaría siempre, sin un dejar que ningún cuadro u escultura repitiera un patrón anterior, y que viviría su vida artística al margen de grupos o tendencias.
Esto lo demuestra en que en El Gran Vidrio de 1923, su siguiente obra importante, usó cristal como lienzo de su tríptico y creó una imagen completamente nueva conjugando polvo, alambre y pintura. Pero, entre una y otra obra, este genio tuvo tiempo de revolucionar para siempre el mundo del arte. En 1913 Duchamp cogió una rueda de bicicleta, la ensartó en un taburete y le puso un título.
Acababa de crear el primer readymade o arte encontrado. Pero fue cuatro años después, cuando ya se había marchado a Nueva York huyendo de París, el momento en el que consagró esta nueva forma de arte. A principios de 1917, su círculo artístico de la Gran Manzana fundó una sociedad artistas con la intención de organizar sus propios salones expositivos sin premio ni jurado. Duchamp, respetado entre sus pares, era el responsable de presidir el comité que decidía qué obras se exhibirían y cuales no. En total, 2.125 obras de 1.200 creadores fueron expuestas. Ninguna con el nombre de Duchamp, pero sí una de su autoría: un urinario, dado la vuelta, titulado Fuente y firmado por R. Mutt.
El objeto en sí causo revuelo entre los organizadores. ¿Era una broma? ¿Quién podía ser tan indecente? Cuando, en una votación para decidir si entraba o no en la exposición, el resultado fue negativo, Duchamp dimitió y al poco publicó un editorial en la revista The Blind Man donde defendía la creación, ya que el artista había elegido ese objeto convirtiéndolo en arte. La broma de este pionero fue un éxito. Picasso, Beuys, el pop art del grupo Fluxus… cientos de artistas han continuado su senda. Es lo que tiene ser el primero, como razona Vodafone con su programa First, que quiere ayudar a este tipo de gente que cambia el mundo.
Tanto que, 50 años después de que esa fuente escandalizase a la supuesta vanguardia artística neoyorquina, Duchamp declaró: -Les lancé el urinario a la cara y ahora ellos lo admiran por su belleza.
Foto Portada: Eneas de Troya bajo lic. CC
El 'readymade' y la revolución del arte
