Nunca me ha gustado mucho aquello de ‘esto o lo otro’. No me agradan el tono y la urgencia en el que se suele formular, y siempre me queda la duda de si se han explorado todas las soluciones o de si, como en muchos casos, las dos cosas son la misma, al fin y al cabo.
Bartleby el escribiente hubiera utilizado su elegante “preferiría no hacerlo” para huir del dilema, pero en estos tiempos parece que esta postura no es admisible. Hagámoslo pues, exploremos. Pero hagámoslo hacia adelante. Diluyamos el Estado y quedémonos nosotros, simples europeos, los primeros.
Imaginemos que un grupo de ciudadanos de una determinada demarcación, ciudad o estado de la Unión Europea decide libremente declararse territorio sometido a la legislación europea, sin la intermediación de ningún parlamento estatal que tuviera que refrendar la ley. Las leyes de la UE se aplicarían de modo automático.
Sus leyes estarían inmediatamente disponibles en todas las lenguas oficiales de la Unión, además de las propias si no lo fueran ya. Reclamarían a la recién nombrada premio Nobel de la Paz todas aquellas garantías que los Estados, quizás, pudieron darles alguna vez: la protección exterior y la moneda principal, por ejemplo. Del resto, se ocuparían ellos con el toque local que quisieran darle.
Todos los europeos (pero no necesariamente ellos solos) tendrían plenos derechos políticos en cuanto declarasen la vecindad. Se sentirían como en casa. De hecho, estarían ‘en casa’. Los habitantes históricos también se sentirían otra vez en casa; podrían volver a querer y admirar a aquellos familiares, amigos y vecinos que en esta cuestión piensan diferente.
Probablemente, la Unión no haya previsto el caso de que un grupo de ciudadanos europeos decida declararse nacional europeo con todas sus consecuencias. Ahora que los estados nos fallan aquí y allá, podríamos proponer empezar a construir Europa desde varios rincones de su geografía y extenderla por contagio.
Necesitamos un entorno abierto para inventar las nuevas dinámicas sociales y económicas derivadas del mundo real. Estos europeos primigenios serían los focos precursores, partirían con la ventaja de experimentar antes que ninguno y de guiar el desarrollo del posestado. Me consta que quedan muchas cosas por definir.
Pero aún y así, puestos a elegir, dejémonos invadir de futuro.
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Javier Creus es fundador de Ideas for Change