Desde hace unos años, parte de nuestra vida transcurre en Twitter, Facebook o Instagram. Los contenidos que subimos a ellas no suelen caracterizarse por su espontaneidad; raro es el comentario que escribimos tal cual nos viene a la cabeza (sin pensar antes cómo redactarlo o de qué gif acompañarlo para que obtenga más ‘Me gusta’ o retuits) o la foto que subimos pese a saber que en ella aparecemos especialmente desfavorecidos.
Pero los filtros con los que tamizamos comentarios, enlaces e imágenes antes de compartirlos no evitan que, en ocasiones, nos llevemos las manos a la cabeza cuando nos topamos con nuestro pasado virtual («¿Cómo pude subir eso?». «¿Por qué le di un ‘Me gusta’ a esta mier..?»).
El paso del tiempo puede habernos dado una visión distinta sobre un determinado asunto o puede que nuestra actitud al respecto no sea tan visceral como antaño. O, simplemente, lo que no nos guste sea volver a ver imágenes que evocan situaciones o personas que ya no nos apetece recordar.
Eso, por no hablar de la información que todos esos contenidos revelan sobre nosotros (gustos, hábitos, tendencias políticas, aficiones, etc.). El caso Cambridge Analytica ha dejado a la luz la cantidad e insospechada naturaleza (y posteriores usos) de la información que Facebook almacena sobre sus usuarios.
El escándalo ha removido las tripas a muchos usuarios que, hartos de que la compañía de Zuckerberg juegue al trueque con sus datos, han decidido cerrar sus cuentas de Facebook y, por extensión, las de alguna otra red social más.
Una medida que el Brian X. Chen llega a entender, pero que considera radical. Antes de llegar a eso, el columnista de The New York Times invita a los usuarios a reflexionar: ¿por qué facilitan tal cantidad de «pistas» sobre sus vidas? Y, sobre todo, ¿por qué las acumulan durante años y años en sus timelines?
Puede que, tal y como ocurre con los reales, lleguemos a olvidar nuestros recuerdos digitales. Pero, a diferencia de aquellos, los virtuales no se quedan agazapados en un recóndito lugar de nuestro inconsciente, sino que permanecen online y al alcance de cualquier empresa dedicada a la minería de datos.
Pero también de potenciales empleadores, muchos de los cuales reconocen consultar los perfiles en redes sociales de sus candidatos para comprobar la reputación de estos. Un tema especialmente espinoso cuando el usuario aspira a un cargo público (aunque por suerte para ellos existen aplicaciones como Concejal App que «borra todo rastro canalla y macarra antes de emprender nuevas actividades»).
Pero volvamos a Chen. Intrigado por la razón por la que, de forma generalizada, no solemos borrar los contenidos antiguos de nuestros perfiles en redes, el periodista preguntó al respecto a Zizi Papacharissi, profesora de comunicación de la Universidad de Illinois-Chicago.
En opinión de esta, es lo difícil que lo ponen Twitter, Instagram y demás a la hora de hacer limpieza en los perfiles lo que favorece este hacinamiento de comentarios, enlaces e imágenes en los timelines. Chen se propuso entonces comprobar lo que comentaba Papacharissi y pronto confirmó que la profesora estaba en lo cierto.
Como su idea no pasaba precisamente por ir borrando mensajes uno a uno, sino deshacerse de los más antiguos del tirón, Chen recurrió a herramientas de terceros.
En Twitter optó por TweetDelete, aplicación que tuvo que ejecutar hasta en cuatro ocasiones ya que elimina los 3.200 últimos mensajes, y él tenía más de 14.000 («tenía mucho que decir en Twitter durante la última década, ¿verdad?»).
Twitwipe, DeleteAllTweets o Tweeteraser son otras de las herramientas que Chen podría haber utilizado para borrar de una tacada sus últimos 3.200 tuits (los que Twitter permite ver). El vaciado completo con todas estas herramientas puede conllevar minutos o incluso horas, en función de la cantidad de mensajes a eliminar. Frente al borrado indiscriminado de mensajes, existe otra opción como la que ofrece Cardigan. Mediante su herramienta de búsqueda, permite seleccionar tuits de los que el usuario se quiere deshacer en función de las palabras empleadas.
Una vez pulido su perfil de Twitter, Chen comenzó el zafarrancho en Facebook. «Aquí la cosa fue aún más complicada. Después de echar un ojo a las publicaciones de estos últimos años, me di cuenta de que no valía la pena conservar nada. Así que decidí borrarlo todo».
Chen instaló Social Book Post Manager, una extensión de Google Chrome que permite borrar ‘Me gusta’ y entradas de Facebook por fecha o en función del contenido de los mensajes. El periodista confiesa que la labor fue lo más parecido a ver pasar su última década en diapositivas. «Fue agonizante. Observé cómo los años de mi juventud se reproducían a cámara lenta, incluyendo chistes con mis amigos de la facultad y fotos en la que aparecía con ropa vintage (que por aquel entonces estaba de moda), antes de que la herramienta borrara cada publicación una por una».
[pullquote] Al igual que limpiar un armario, purgar nuestras redes sociales puede no resultar sencillo. Al fin y al cabo, nuestro pasado digital no se diferencia tanto del de la vida real[/pullquote]
El periodista calcula que la limpieza en sus redes le llevó unas cinco horas, repartidas en varias jornadas. ¿Y valió la pena? Él considera que no: «En mi caso, mi timeline seguía repleto de publicaciones de amigos que me habían etiquetado, incluidas, por ejemplo, las fotos de mi 21 cumpleaños (¿necesito alegar algo más?). Al no ser mío, no pude eliminar todo ese contenido».
Aunque, en realidad, no cree que la suya sea una preocupación generalizada entre los usuarios de redes sociales. De hecho, en su charla al respecto con Gennie Gebbart, de la ONG Electronic Frointier Foundation, esta le habló de la buena aceptación de aplicaciones como Timehop, que, al conectarse a los perfiles en las distintas redes sociales, permite recuperar recuerdos compartidos en una fecha concreta (algo que también hace Google Photos o la propia Facebook).
Al igual que limpiar un armario, purgar nuestras redes sociales puede no resultar sencillo. Al fin y al cabo, nuestro pasado digital no se diferencia tanto del de la vida real. Para Papacharissi, «las personas forman vínculos sentimentales con sus recuerdos en las redes sociales, como lo hacen con la ropa y las fotografías antiguas. Las redes presentan una cronología de quiénes éramos, de quiénes somos ahora y quiénes nos gustaría ser. Y desconectar eso es difícil».