Lo llaman low profit y es el maná de la nueva economía emergente, que prefiere crecer menos, pero a un coste humano y ecológico más sostenible. Todavía es una nueva tendencia en Italia, ya que la idea nació y prosperó en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher, por improbable que parezca. «En la nueva economía hay quien funda una empresa o crea una aplicación tecnológica para móviles con el único objetivo de dar el pelotazo en pocos años. Paralelamente, existe una nueva generación de empresarios que trabajan con la innovación, pero la vinculan a los servicios sociales y al impacto sobre el territorio. Ellos creen que fundar una empresa no significa conseguir el máximo lucro, sino mantenerse dentro de un margen de rentabilidad y, al mismo tiempo, hacer algo que permanezca en el territorio y sea sostenible a medio y largo plazo», explica desde Milán Sergio Galasso, consultor en proyectos sociales y estrategias de desarrollo social.
Es el caso del Quartiere Intelligente (Q.I.) de Nápoles. Es un proyecto piloto de regeneración y reutilización de espacios urbanos según los principios de las llamadas ciudades inteligentes. Sus creadores lo definen como «un laboratorio experimental para la eco-sostenibilidad, que propone la realización de modelos de desarrollo urbanos basados en la interacción entre investigaciones de ámbito energético, sinergias territoriales, culturas autóctonas y la experimentación de nuevas tecnologías digitales».
Desde su nacimiento, en 2013, su principal objetivo ha sido recuperar el barrio de Montesanto, un área urbana del centro de Nápoles que, por múltiples razones, ha quedado postrada en un estado de abandono desde hace décadas. «Es un nudo ferroviario de importancia estratégica para la ciudad. Por aquí pasan a diario unas 50.000 personas», explica Cristina Di Stasio, coordinadora del proyecto. Son estudiantes y trabajadores que llegan en metro, bus, funicular o en el tren de cercanías a una zona en la que se concentran varias universidades, museos, el conservatorio y el Teatro San Carlo, el más importante de la ciudad. «Paradójicamente, es el lugar mejor conectado de Nápoles, pero también es uno de los más inhóspitos», afirma Cristina.
El Barrio Inteligente pretende operar principalmente sobre la escalera monumental Filangieri, una larga escalinata que une el centro histórico de Nápoles, tradicionalmente más humilde, con la parte alta de la ciudad, donde la burguesía napolitana estableció su residencia. «El proyecto nace de mi interés hacia los temas de reutilización y sostenibilidad, y de las ganas de recuperar estructuras arquitectónicas en un sentido ecosostenible. Siento una fascinación enorme por esta escalinata: es un lugar abandonado, un vacío urbano con un enorme potencial», explica Cristina. «Es una de las escaleras más hermosas de la ciudad. Fue construida a finales del siglo XIX para facilitar el acceso a un nuevo barrio, también llamado Filangieri, que sin embargo nunca llegó a existir. Su espectacular forma arquitectónica es ideal para acoger muestras y espectáculos teatrales. En el peculiar contexto histórico de Nápoles, puede tener una función mucho más amplia y no ser un simple atajo», agrega.
Como muchos lugares de Nápoles, la escalera estaba llena de basura y se había convertido en el hogar de okupas, toxicómanos e indigentes. Lo primero que hizo el equipo fundador de Q.I. fue limpiarla. «Este tipo de acciones tiene mucho que ver con el concepto de bien común. En este caso, se trata de espacios abandonados durante décadas que van a ser recuperados para el uso y beneficio de la sociedad», explica Sergio Galasso. «El patrimonio cultural en Italia es vastísimo y el Estado ni siquiera consigue gestionar la parte más importante, como Pompeya, que se cae a cachos. En este sentido, la iniciativa privada es bienvenida», añade.
Cristina invirtió su patrimonio personal en adquirir un edificio que ha rehabilitado y hoy funciona como cerebro y corazón del proyecto. La estructura está compuesta por una exfábrica, un edificio de tres plantas y un jardín: en total, cerca de 1.000 metros cuadrados. Desde allí se coordina el programa cultural y urbanístico del Quartiere Intelligente. Hasta la fecha, han sido organizados eventos como la Sera Bianca (Noche Blanca), un programa gastronómico que se realiza en la escalinata con música en vivo; Wine and the City, una jornada de degustación, yoga y proyecciones; Q.I. Vedo, un evento de artes visuales; o la proyección de películas de autor en la fachada de un edificio.
En el jardín, antiguamente transformado en basurero y hoy reconvertido en huerta urbana, se ofrecen cursos de agricultura ecológica, alimentación y reciclaje, un tema este último muy sensible en Nápoles desde aquella crisis de la basura que dejó la ciudad doblegada durante meses. El programa Q.I. ECO – así se llama – pretende promover el conocimiento y la difusión de las culturas sostenibles.
El proyecto se financia, entre otras formas, gracias a fondos europeos como URBACT,̀ un programa de promoción e intercambio en materia de desarrollo urbano sostenible. El equipo de Q.I. también fomenta la colaboración con el Ayuntamiento, que podría ceder un antiguo almacén para la manutención del funicular para las actividades organizadas por el centro. La idea es que en la escalera haya restaurantes y bares y que toda el área cobre vida. El fin último de Q.I. es mejorar el día a día de una de las ciudades más antiguas de Europa. Fundada hace 2.500 años, Nápoles padece problemas estructurales que se arrastran hace décadas y que la convierten en una urbe problemática.
«El Q.I. es un ejemplo excelente para explicar qué es un negocio social. Había que recalificar un espacio en una zona degradada de Nápoles en la que no hay muchos servicios. Una parte es pública y otra privada. Una empresaria decide invertir su capital y compra inmuebles. Habría podido hacer una tienda o un centro comercial, pero decide crear un centro de experimentación de políticas ambientales y de sostenibilidad en ámbito urbano. Está claro que muchas de estas actividades no son lucrativas. Por eso, tiene que buscar el dinero en otro lugar, ya sean los fondos europeos o actividades paralelas como el bar o el curso de yoga», explica Sergio Galasso
Para este consultor, los empresarios que invierten en negocios sociales son unos visionarios, porque arriesgan su patrimonio personal y su capital en una empresa que, en el mejor de los casos, ofrecerá un low profit. «Cualquier empresario aspira a recuperar su inversión con cierto margen de ganancia. Ahora, si la remuneración es baja, tiene que haber por lo menos un retorno en otro sentido. Puede ser el conseguir ocuparte de lo que te gusta y hacer una empresa con impacto sobre el territorio. En definitiva, es un nuevo modelo de negocio y no simplemente una empresa que ofrece un nuevo servicio. Es un aspecto más amplio de intervención que puede llegar a crear empleo y ofrecer aquellos servicios que el Estado no consigue administrar», analiza Galasso.
Cristina cree que Q.I. es un experimento innovador que permite a profesionales de distintas áreas – arquitectura, urbanística, energía, sociología, arte, diseño, reciclaje y alimentación – cooperar en el mismo proyecto. «Q.I. quiere fomentar nuevas relaciones de carácter formativo y científico, hacer disponible un espacio común para que distintas intelectualidades puedan crear y colaborar, y facilitar el diálogo entre lo público y lo privado, la investigación y la acción», explica Cristina.
Para el futuro, espera que Q.I. tenga un impacto sobre el territorio contribuyendo a desarrollar una cultura ecosostenible entre los habitantes del barrio. «Hemos hablado y trabajado con todo tipo de público: profesionales, obreros, inmigrantes, sin hogares y hasta los toxicómanos que solían parar en la escalar. Hoy incluso los okupas del edificio de al lado se preocupan con la limpieza y han respondido bien a nuestro intento de integrarlos en el proyecto», concluye.
El barrio inteligente que reniega de los pelotazos
