Qué erógena es la oreja…

4 de marzo de 2013
4 de marzo de 2013
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¿Qué tienen en común Silvio Berlusconi, el Príncipe Carlos y Jeff Goldblum? Pues unas orejas enoooooooooormes. Y eso no les ha impedido triunfar en sus respectivos campos, incluso es probable que la hipertrofia de esos cartílagos les haya resultado útil.
Más allá del famoso ¡¡¡¡¡UUUUUNAAAAAA DEEEE OREEEEJAAAAAAA!!!!!, grito ancestral en cualquier bar del centro de Madrid los domingos a la hora del vermú, está comprobado que hay personas que alcanzan el orgasmo estimulando estos curiosos apéndices que nos crecen a los lados de la cabeza. Pero es algo que hay que trabajarse, no crean que lo van a conseguir a la primera. El mundo anglosajón, tan adelantado en estas cosas, ya lo ha bautizado como ‘ear-gasm’, y existen comunidades virtuales para intercambiar experiencias.
Hemos rescatado este breve vídeo para ilustrar cómo un muchacho oriental llega al clímax mediante la experta caricia aural de su amiga afroamericana, en una biblioteca pública de EE UU.

En la película francesa más taquillera de todos los tiempos, Intocable (Eric Toledano y Olivier Nakache, 2011), un tetrapléjico millonario encuentra la complicidad con su cuidador y juntos llaman a unas preciosas prostitutas orientales… para que acaricien y besen las orejas del impedido en su silla de ruedas. Él confiesa que no puede empalmarse, pero explica que si se le ponen las orejas coloradas la sensación es muy parecida. A las chicas les parece bien, y los cuatro pasan un rato estupendo. El espectador también.
El guionista acierta: pocas cosas hay tan placenteras, y aquí encontramos algunos consejos de lectores y lectoras para lamer las orejas de la gente y provocar agradables reacciones.
Haruki Murakami, el escritor japonés de moda (y bien merecida, por cierto) nunca obvia las orejas cuando describe a una mujer. De hecho, es como si un escritor occidental dijera: “tiene el pecho así, las caderas asá, el culo de aquella manera…”. Para Murakami las orejas son lo más importante, y cuando alguna protagonista las descubre bajo su pelo, la mirada extasiada del narrador no escatima adjetivos al respecto.
Volviendo a Berlusconi, ese pabellón auditivo que luce Il Cavaliere parece fuera de escala, como si se hubieran terminado los que le correspondían en proporción y le hubieran prestado de manera provisional esos desmesurados cartílagos. ¿O acaso es un mensaje subliminal? Algo que viniera a decir: “Os estoy escuchando… así que cuidadín”. También puede ser que sus orejas tuvieran algún papel en los desenfrenos carnales que salpimentaron su vida política, a la par que animaron los noticieros de medio mundo. En cambio, las orejas de Mahmud Ahmadineyad son chiquititas, muy parecidas a las de Charlize Theron. ¡Esa sí que sería la pareja del siglo!
Es curioso constatar cómo a muchos les fascina fantasear con sus celebridades favoritas luciendo orejas enormes, como puede verse en este peculiar blog.
A finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, cuando todavía se rodaban películas porno en 35 mm, surgió un subgénero bastante caro de producir que incluía títulos como Eduardo Manospenes, una delirante trilogía dirigida por Paul Norman (ya se pueden imaginar el homenaje a Tim Burton) u otros filmes con mujeres que tenían vaginas en las axilas y podían por tanto ser penetradas desde muy diversos ángulos simultáneamente. Y recuerdo una en particular cuyas protagonistas disfrutaban de orejas retocadas para ser aún más sexuales, y que se abrían al contacto con los varones… En fin; nunca he visto penetraciones por la nariz, pero sí por las orejas; no tuerzan el gesto, las protagonistas estaban encantadas.
Dicen que los cartílagos siguen creciendo durante toda la vida, por eso Walter Matthau tenía esas narices tan gordas al final de su carrera, y por esa misma razón Emilio Botín sale tan mal en las fotos, también al final de su carrera (‘I hope’).
Para terminar, Ábrete de orejas no es más que la traducción rijosa de algún funcionario respecto a Prick up your ears (Stephen Frears, 1987), pero ya sugería que el público español entendería bien esa mezcla de muslos y oídos.
Por cierto, los saltamontes escuchan a través de sus rodillas. Palabra de entomólogo.

Foto: Wikimedia Commons

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