Lupe no es una persona muy simpática. Pero, ahora que tiene cáncer, se le permite no serlo. Que no, que no me muero narra con humor una serie de microhistorias de alguien que afronta una enfermedad y todo lo que la acompaña: la condescendencia de los demás, los comentarios inapropiados, los cambios en el cuerpo y en el ánimo o el consejo repetido hasta la saciedad de que tome remolacha.
A Lupe no le sirven de mucha ayuda las frases motivadoras. Tampoco los autores del libro tienen la pretensión de servir de ayuda a nadie: «El libro no lleva moralejas, ni explícitas ni implícitas. Javi y yo estamos contando historias lo mejor que podemos, y más bien huimos de cualquier tono de consejo o testimonio experimentado», asegura María Hernández Martí. «Puede ser útil para otras personas enfermas en el sentido de que se sientan acompañadas si se identifican con Lupe», acepta. Pero se conforma con que la gente que lo lea pase un buen rato. «Seré extremadamente feliz si conseguimos eso, que es mucho ya».
A la propia Lupe no le habría servido de mucho toparse con un libro como este, asegura la autora. «Nada le habría hecho sentirse mejor. Solo que hubieran llamado del hospital diciendo que se habían equivocado con el diagnóstico. A Lupe le irrita que le digan que se visualice sana y fuerte, envuelta en luz azul, y que piense siempre en positivo; y a mí también, aun cuando sé que la gente lo hace con buena intención».
María Hernández no es Lupe. Eso es algo que quiere dejar claro. Aunque, como casi todos los escritores, para escribir aprovecha cosas que le pasan, pide historias prestadas o se inventa otras. «Yo tengo peor carácter que ella, soy más inflexible y más extremista. Lupe no da un portazo ni rompe un plato en todo el libro, y me parece que solo grita una vez. A mí se me llevan los demonios con más facilidad».
No es fácil dirigirse a alguien que está pasando por una situación así. La mayoría de las personas se vuelve torpe frente a ellas. «Te puedo contar meteduras de pata gloriosas a modo de ejemplo de lo que pienso que no se debe hacer. Por ejemplo, a mi tía Leonor, a la que diagnosticaron un cáncer de mama a los sesenta y pico, una vecina le dijo «bueno, pero tú ya tienes a tus hijos criados y has visto nacer a tus nietos y todo». Vamos, que ya te puedes morir, que total no te queda nada más que hacer en este mundo. Mi tía, por cierto, ya está curada y hace muchas cosas».
Las personas que están luchando contra un cáncer coinciden a menudo en que lo que necesitan es, sobre todo, normalidad. Eso también es lo que busca la protagonista de esta historia. «Es inevitable que el cáncer te cambie la vida, al menos temporalmente, pero Lupe se empeña en minimizar los cambios. Cada cual tiene derecho a vivir su enfermedad como mejor le salga, como quiera y como sepa».
La evolución física de Lupe a lo largo del libro y la representación simbólica de sus reflexiones se debe a la pluma del ilustrador Javi de Castro, que convirtió en cómic los textos que le enviaron María Hernández y Sheila R. Melhem, la editora de Modernito Books. Hernández habla del proceso de trabajo con Javi de Castro: «Él nos mandaba los dibujos, nosotras le hacíamos aportaciones sobre detalles narrativos o formales y llegábamos a acuerdos sobre la marcha. Todo por correo electrónico, porque vivimos muy lejos. Javi es muy agudo y creativo y muy buen narrador, yo agradecí mucho que captase tan bien el tono de las historias, que el humor antipático de Lupe le hiciese gracia y que lo resaltase y potenciase. Estoy feliz de haber trabajado con él. Ya casi no le echo en cara que sea veinte años más joven que yo».
La escritora apenas tuvo que renunciar a nada para ver sus textos convertidos en novela gráfica: Javier de Castro los trató con respeto y los mantuvo de forma casi íntegra. «Su trabajo era mejorar los cuentos y así lo hizo».
De Castro, por su parte, alaba la calidad del texto inicial. «Fue una adaptación bastante literal ya que el texto del que partía era muy bueno. El tono del libro casaba perfectamente con mi forma de ser. En muchas ocasiones me daba pena quitar algo y en otras lo mantuve a pesar de ser algo redundante», explica.
María Hernández entendió a la perfección, según el ilustrador, que los dibujos no solo acompañan, sino que también cuentan. «Al ir avanzando en el libro fue obvio. En el libro hay unos cuantos monólogos y ahí los dibujos tenían que aportar si no quería que fuese simplemente un personaje hablando a cámara», dice Javi, que considera que estos capítulos fueron los más difíciles de adaptar.
Javi de Castro se basó en María para dibujar el personaje de Lupe. «Ya tenía una modelo en la que fijarme. La sutil transformación que hace en el libro fue difícil, tuve que preguntar mucho a María». Su estilo es de entrada sencillo y simpático, y con él consiguió en Que no, que no me muero el equilibrio perfecto para contar una historia dramática sin perder ese tono. «No era consciente de lo importante que son las cejas para dibujar expresiones hasta que se las tuve que quitar», comenta entre risas.
Muy bueno.
Buenísimo! Me encantaría que formara parte de mi repisa. Quedé con ganas de más 🙂
Saludos desde Valparaíso, Chile
[…] hablan de remolacha, de cambios en el cuerpo y de mil cosas más. Podéis leer algo más del libro en Yorokobu. La salud de los refugiados protagoniza dos entradas que nos han llamado mucho la atención. Por […]
Muy lindo! saben donde lo puedo conseguir
[…] el maravilloso cómic Que no que, que no me muero, la autora cuenta a través del personaje de Lupe el proceso interior y el social que se […]