El llamado cine catastrófico nos viene engañando desde que se inventó ese género. Todas sus películas han funcionado con un mismo esquema: algo terrible e inesperado le sucede a la humanidad, pero esta lo afronta con entereza y lo resuelve para conseguir que todo sea como antes.
El origen de la tragedia es diverso: puede provenir del cielo (Armageddon), del mar (Lo imposible), de un enemigo enorme (Godzilla) o de otro minúsculo (Contagio). Pero siempre se trata de un drama apocalíptico que concluye felizmente de un día para otro.
No es casualidad, en ese sentido, la coincidencia de tantos títulos de películas que apuntan en esa dirección: El día más largo, El día después, El día de mañana, Independence day…
Por un lado, es comprensible. Las historias del cine catastrófico no solo han de tener un final feliz y definitivo, sino que además ha de llegar en el plazo de los 90 minutos que dura la película.
Pero esa visión cinematográfica es la que a nosotros nos vuelve ciegos. Nos impide darnos cuenta de que el término de cada tragedia es tan solo el comienzo de la siguiente.
En el mundo real, cuando una hecatombe desaparece siempre lo hace dejando un rastro. El rastro de sus consecuencias. Lo que sucede es que, como en toda desescalada, las huellas se van desvaneciendo tan lentamente que al final somos incapaces de establecer las conexiones entre las causas y el efecto de lo que sucederá después. Tampoco ayuda, es cierto, el hecho de que lo más probable sea que la nueva tragedia en nada se parezca a su progenitora.
¿Quién relacionaría, por ejemplo, la pandemia de la gripe española con el surgimiento del nacismo en Alemania? Sin embargo, un informe reciente de la Reserva Federal de Nueva York sostiene que la gripe de 1918, que acabó con la vida de unos 50 millones de personas, transformó la sociedad alemana y contribuyó al ascenso al poder de los nazis.
Esto lo cuenta el diario digital República de las ideas: «El documento, publicado en mayo y firmado por el economista de la FED neoyorquina Kristian Blickle, evalúa los niveles de gasto municipales y el extremismo de los votantes en Alemania desde que surgió la gripe en 1918 hasta 1933, el año en que los nazis accedieron al poder, y señala que los países que experimentaron una mayor reducción de la población por la pandemia destinaron menos gasto per cápita a sus ciudadanos en la década siguiente».
Curiosamente, ese menor gasto social fue el que dio origen en Alemania al creciente aumento de votos al Partido Nacional Socialista de Adolf Hitler.
Una catástrofe llevó a la otra. Lo que sucede es que cuando la sociedad está inmersa en el paréntesis que se forma entre ambas es incapaz de descubrir la correlación existente. Es normal, pues en ese momento resulta difícil analizar la situación con la suficiente perspectiva.
Pero la historia nos ha enseñado que los virus pueden mutar de mil maneras. Hacia otro virus o hacia una transformación social que nos conduzca a una nueva tragedia incluso mucho peor que la que ya habíamos superado.