¿Quieres ser feliz? Admite que la vida es una mierda

Julie Reshe

Ser filósofa no te libra de la depresión. Tener una mente predispuesta para entender el mundo, la vida, la razón y el porqué de las cosas no evita que puedas caer en el abismo de una de las enfermedades más desoladoras a las que una persona puede enfrentarse.

A Julie Reshe, filósofa y psicoanalista ucraniana, ni esa condición ni su trabajo como profesora en la School of Advanced Studies (SAS) en la Universidad de Tyumen en Siberia y como directora del instituto de Psicoanálisis en el Globar Center for Advanced Studies (GCAS) de Dublin, la libraron, al menos, de padecerla.

Pero un filósofo es un filósofo en cualquier circunstancia, y la depresión de Resher le sirvió para hacerse una reflexión: ¿Y si esa angustia existencial fuera la base de la realidad? ¿Y si lo realmente enfermizo es esa búsqueda constante y obsesiva de la felicidad? Y para profundizar en ello, escribió un artículo en Aeon titulado «Realismo depresivo».

El origen de la depresión de Julie Resher fue una ruptura sentimental. Su pasado y el sentido que había tenido su vida se desmoronó en un segundo, y con él, el futuro. Resher describe así su situación: «Era un estado mental aterrador que parecía continuar indefinidamente. La idea misma de despertarse estaba plagada de temor. Un estado de turbulencia interna, aprensión y negatividad sobre el futuro impulsó el colapso total de una actitud positiva y optimista. Sentí que mi mente de repente se enfermó y se retorció. No reconocí mi nuevo yo y me pregunté qué le habría pasado a la persona alegre que solía ser».

FUERA DE MATRIX: EL ESTIGMA DE LA DEPRESIÓN

La depresión, afirma la filósofa ucraniana, no es un estado tolerado por la sociedad. De hecho, un gran número de enfermos que la padece o ha padecido alguna vez se queja de lo mismo. Nadie es capaz de entender su estado, de comprender por lo que están pasando. No es una depre, no es una mala racha en la que no te apetezca salir y te sientas triste. Es algo mucho más dañino que no se puede explicar porque ni tú mismo eres capaz de entenderlo.

«La depresión se disfraza de sentimientos con los que estamos plenamente familiarizados y por eso pasa desapercibida incluso ante nosotros mismos porque, ¿quién no se ha sentido triste, desanimado y ahogado de vez en cuando? ¿Quién no ha querido apagarse o no ha querido acostarse deseando no despertarse jamás?», explicaba una escritora que no se identificaba en un artículo para Semana.

Julie Reshe

Gracias a su depresión, Reshe desarrolló una comprensión más profunda del sufrimiento ajeno y su mente empezó a analizar ese lado oscuro en el que había caído y al que tan poca atención había prestado antes. «Como filósofa, sé que lo que parece obvio está lejos de ser siempre así y, por lo tanto, requiere un análisis crítico riguroso. A raíz de mi experiencia, me sentía especialmente inclinada a dudar de la ecuación estado de ánimo positivo-salud y de estado de ánimo negativo-disfunción. ¿Y si lo que en realidad me estaba ocurriendo, partiendo de mi depresión, es que ahora veía el mundo tal como era?

Fue entonces cuando recordó la teoría que le dijo una vez su directora de tesis, Alenka Zupančič, de la Academia Eslovena de Ciencias y artes: el esfuerzo común por la felicidad constituye una ideología represiva. Y si miramos a nuestro alrededor, no cuesta mucho entender que no le falta razón. Vivimos en la dictadura de la felicidad. Las redes sociales no hacen más que mostrar lo bien y alegres que viven nuestros vecinos (da igual si es verdad o no); los mensajes del tipo «Persigue tus sueños» que se nos lanzan nos exhortan continuamente a buscar ese estado de nirvana al que no siempre es posible llegar, pero da igual: si quieres, puedes. Y si no llegas nunca a ser tan happy happy como te enseña Instagram es que eres un fracasado, un bicho raro que no se esfuerza y así, coño, es imposible, no hay manera…

«Etiquetamos el sufrimiento emocional como una desviación y un problema, una distorsión que hay que eliminar; una patología que necesita tratamiento», comenta Julie Reshe en su artículo. «La voz de la tristeza es tildada de enferma». La depresión se ve y se siente como un estigma, una desviación de ese paradigma social que nos han marcado y en el que muchos viven instalados en mayor o menor grado. Es algo que debe ser curado, dice la filósofa ucraniana, porque los estados de ánimo negativos no están bien vistos. Ahora bien, ¿son esos terapeutas los que imponen esa actitud o, por el contrario, ellos mismos están también influenciados por ese paradigma cultural dominante? Resher no se atreve dar una respuesta.

Siguiendo el consejo de sus amigos, la filósofa y psicoanalista de la School of Advanced Studies acudió a un terapeuta, pero la mente inquieta de Reshe fluctuaba entre dejarse llevar por las terapias cognitivas conductuales (TCC) que trataban de aplicarla para liberarla de la depresión y la resistencia ante ellas.

El psicólogo José Antonio García Higuera explicaba los motivos que pueden originar una depresión en la web  Psicoterapeutas.com y mostraba varias teorías, entre ellas, la conductual y la cognitiva. La teoría conductual asegura que esta enfermedad se debe a una falta de refuerzos que hace que quien la padece no actúe. La cognitiva afirma que la depresión se debe a pensamientos inadecuados del tipo «No sirvo para nada», «Soy un inútil», «Nadie me valora» o «Las cosas no pueden cambiar».

Pues bien, las terapias cognitivas conductuales, que empezó a desarrollar en los años 60 el psiquiatra estadounidense Aaron Beck, tratan de revertir esos pensamientos y falta de estímulos porque los consideran una distorsión de la realidad, y ahí residía el problema para Julie Reshe. «Los pensamientos depresivos son desagradables e incluso insoportables, pero esto no significa necesariamente que sean representaciones distorsionadas de la realidad». Los interrogantes se sucedieron en escala a partir de esa reflexión.

«¿Qué pasa si la realidad realmente apesta y, mientras estamos deprimidos, perdemos las mismas ilusiones que nos ayudan a no darnos cuenta de esto? ¿Y si, por el contrario, el pensamiento positivo representa una comprensión sesgada de la realidad? ¿Y si, cuando estaba deprimida, aprendí algo valioso que no podría aprender a un coste menor? ¿Y si fue un colapso de las ilusiones –el colapso del pensamiento irreal– y el vislumbre de una realidad lo que realmente causó mi ansiedad? ¿Y si, cuando estamos deprimidos, percibimos la realidad con mayor precisión? ¿Y si tanto mi necesidad de ser feliz como la demanda de psicoterapia para curar la depresión se basan en la misma ilusión? ¿Y si el llamado estándar de oro de la terapia es solo una pseudociencia reconfortante en sí misma?».

FRENTE A LA RELIGIÓN, LA PSICOLOGÍA Y EL POSITIVISMO, FILOSOFÍA

De esta manera, Julie Reshe ponía patas arriba toda la teoría en la que se basa la psicología moderna, que, si bien reconoce que el pensamiento cotidiano está muy sesgado y basado en distorsiones, afirma que ese reconocimiento existe en el marco de la positividad.

Y el origen de esa corriente positiva, afirma Reshe, hay que buscarlo en la religión. Fue ella la que ofreció a la sociedad la noción de salvación ofreciendo una imagen sólida del mundo con un final feliz. Hoy, que el mundo es más laico, la psicología llena ese espacio vacío que deja la religión y da esperanzas de un mundo mejor.

«Reemplazar la religión con la psicología mantiene muchas características de la tradición cristiana, por ejemplo, intactas», afirma con rotundidad la filósofa. «El papel de un consejero o terapeuta, y nuestra necesidad de escucharlos, encuentra muchas analogías en la práctica con un pastor y la tradición de la confesión. Tanto el consejero como el pastor son figuras con autoridad para reclamar lo que está mal en ti y decirte cómo solucionarlo».

Pero la filosofía trata de tirar por tierra esas hipótesis. Quien más peleó contra esa visión del mundo que ofrecía la religión (y ahora la psicología) fue el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que aseguraba que el sufrimiento es inevitable y un componente clave de la existencia humana.

Para el filósofo, lo normal no es la felicidad, sino que la vida es un sufrimiento profundo y un luto sin fin. Y que la conciencia no hace más que empeorar las cosas porque son los seres conscientes los que experimenten un dolor más agudo y son capaces de reflexionar sobre lo absurdo de sus sentimientos.

En una línea parecida se expresaba Martin Heidegger, quien se refirió a la ansiedad, la angustia, como un modo básico de existencia humana, y el pensador noruego Peter Wessel Zapffe. Incluso el padre el psicoanálisis, Sigmund Freud, tampoco era muy optimista con la aplicación de su terapia a la hora de devolver la felicidad al paciente. Su objetivo, según detalló en Estudios sobre la histeria (1895) era ayudar a los pacientes a aceptar y reflexionar sobre el infierno que es la vida.

Julie Reshe

FRENTE AL OPTIMISMO IRREAL, EL REALISMO DEPRESIVO

Las psicólogas estadounidenses Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abrasom publicaron en 1979 un estudio titulado ¿Más triste pero más sabio? donde pusieron a prueba a un número de estudiantes a los que habían dividido entre deprimidos y no deprimidos. Los resultados mostraban que los primeros eran más realistas que los segundos. O lo que es lo mismo, que la realidad siempre se mostraba más clara, más elocuente, si se miraba desde la perspectiva de una persona deprimida. Es lo que se conoce como realismo depresivo.

A pesar de lo controvertido de esta corriente, otros psicólogos como el australiano Joseph Forgas han demostrado que la tristeza refuerza el pensamiento crítico y nos ayuda a reducir los sesgos de juicio, a mejorar la atención y a aumentar la perseverancia, además de promover un estilo de pensamiento más escéptico, detallado y atento. Según esta teoría, las personas felices son más propensas a un pensamiento estereotipado basado en clichés que quienes muestran rasgos de depresión.

Por su parte, investigadores como Paul Andrews, de la Virginia Commonwealth University, y J. Anderson Thomson, de la University of Virginia, sostienen que la depresión, más que un trastorno mental, es una adaptación evolucionada cuya función es desarrollar mecanismos de pensamiento analítico y ayudar a resolver problemas mentales complejos.

LA VIDA ES UNA MIERDA, ASÚMELO Y DISFRÚTALA

Y así, reflexión a reflexión, Julie Reshe acabó concluyendo que, a pesar de lo terriblemente mal que lo pasó con la depresión y del cambio profundo que supuso en su vida y en su forma de ver el mundo, también le sirvió como vehículo conductor hacia otra verdad que no había contemplado antes. «Desgraciadamente, ¿y si este es el coste de perder nuestras ilusiones y aprender infinitamente más sobre la realidad misma? Podríamos estar llegando a eso».

Si, como parecen demostrar algunos estudios, esa angustia existencial está creciendo en todo el mundo, en especial en Occidente, la filósofa y psicoanalista ucraniana se pregunta si no estaremos buscando obsesivamente la felicidad porque ya no es alcanzable. «El círculo vicioso en el que nos encontramos –la búsqueda interminable de la felicidad y la imposibilidad de alcanzarla– solo nos duele más. Tal vez la salida es aceptar nuestro elevado nivel de conciencia. En nuestras melancólicas profundidades, encontramos que los estados superficiales de felicidad son en gran medida una forma de no estar vivos. La salud mental, la psicología positiva y las modalidades de terapia dominante como la TCC requieren que permanezcamos en silencio y sucumbamos a nuestras ilusiones hasta que muramos».

Los peros que buscamos para tratar de paliar el lado oscuro de la vida, esos «sí, la vida es un asco, pero también tiene sus cosas buenas» no son más que mecanismos de defensa y de supervivencia, afirma Reshe. «Mi pequeña propuesta sería explorar la desilusión y el refugio de la positividad como un nuevo espacio para experimentar la vida […]. Una alternativa a huir de la vida a través de la ilusión es explorar un espacio libre de ilusiones durante el mayor tiempo posible, para ser más capaces de soportar la realidad de una vida concreta y desilusionada. Si tiene éxito, se liberará de su falsa positividad y de sus cadenas».

Y concluye: «La vida es un infierno, y parece que no nos espera ningún cielo, para colmo. Esto, en sí mismo, podría ser un camino hacia la liberación ya que, después de todo, no tenemos nada que perder».

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Patrick Thomas

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