Quiero vivir en el siglo XIX

Hagamos un ejercicio de nostalgia. Cuando Sir Arthur Conan Doyle escribiรณ El mundo perdido, probablemente la novela mรกs apasionante jamรกs concebida acerca de la posibilidad de que aรบn existan dinosaurios sobre la Tierra, รฉl mismo pertenecรญa a varias sociedades como la Royal Society o la National Geographic Society que potenciaban y financiaban expediciones y aventuras para delimitar un mundo que todavรญa parecรญa inabarcable.
Google Earth es muy excitante, pero de algรบn modo traiciona el espรญritu de la aventura. Ya no podemos suponer que hay una ciudad precolombina funcionando bajo la bรณveda de las selvas del Yucatรกn.
El รบnico territorio sin explorar que todavรญa prevalece no es una regiรณn sino las profundidades oceรกnicas. Bien es cierto que quedan regiones vรญrgenes sin investigar en la Amazonia y en la Orinoquia, en Amรฉrica. Y en Papรบaโ€“Nueva Guinea en el sudeste asiรกtico. Pero รfrica, la ensoรฑaciรณn aventurera por antonomasia, con las bรบsqueda de las Fuentes del Nilo por parte del intrรฉpido Burtonโ€ฆ, ya estรก cartografiada y clasificada.
Y ยฟquรฉ decir de los avances tรฉcnicos? Mucho se prosperรณ en todo durante el XIX, sin el concurso siquiera de la electricidad, que no comenzรณ a ser amaestrada hasta los รบltimos aรฑos del siglo.
Todo era posible en el XIX. En el XX las dos grandes guerras fratricidas nos arrojaron a la cara el lado oscuro del progreso y, cuando el milenio agonizaba, Internet ya se abrรญa paso como un cachorro increรญblemente bien dotado y listo para evolucionar hasta lรญmites que todavรญa ni siquiera intuimos.
Respecto a la deliciosa y ambigua moral decimonรณnica, fueron sus mimbres los que inspiraron a Oscar Wilde las atmรณsferas de El retrato de Dorian Gray o de sus retorcidos y suculentos relatos.
Los escotes de las damas en las fiestas de la alta sociedad adornados con suntuosos collares, sus peinados imposibles, el fru-fru de las telas de sus faldas o la severidad de sus corsรฉs, que habรญan de vestirse con la ayuda de solรญcitas doncellas, todo ello conformaba un universo onรญrico a la luz de las bujรญas y de las grandes lรกmparas de cristal que albergaban cientos, acaso miles, de velas en las ocasiones especiales. Y la mรบsica, siempre en directo, siempre en vivo. Spotify no se puede comparar con un cuarteto de cuerda interpretando para nosotros nuestras piezas favoritas en el salรณn mientras los caballeros hablan de negocios y dan profundas caladas a sus enormes cigarros. Algunos se atusan los bigotes, otros consultan distraรญdamente sus relojes de cadenaโ€ฆ
Salir despuรฉs de la fiesta con nuestra dama tomada del brazo y llamar a un coche de punto, cuyo cochero solรญcito se apresura a abrirnos la portezuela lateral para despuรฉs encaramarse al pescante, descargar un latigazo a los caballos y llevarnos raudos a la luz de los faroles de gas hasta las afueras de la ciudad, donde se yergue nuestra residencia y donde los lacayos nos esperan. Han preparado un baรฑo de agua caliente, pues saben que nos gusta retozar juntos antes de entregarnos a los placeres menos decimonรณnicosโ€ฆ
ยกAh, quรฉ noches las de aquel siglo!

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#142 Primavera / spring in the city

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Yorokobu es una publicaciรณn hecha por personas de esas con sus brazos y piernas โ€”por suerte para todosโ€”, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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