El efecto visual que ovejas, vacas o cabras producen en el paisaje agreste resulta evidente. Desde la ventanilla del coche o a pie de campo, un rebaño es uno de esos elementos que no pueden faltan en cualquier escena bucólica que se precie. Pero la presencia del ganado también incide en otro aspecto del entorno rural tal vez menos obvio pero igual de relevante: el sonoro.
Ese es precisamente el ámbito que interesa a Nader Koochaki, autor de Paisaje Dorsal, un archivo sonoro con los cencerros de los rebaños de cerca de un centenar de cabezas de Guipúzcoa, que presentó recientemente en el ciclo dedicado al arte y experimentación sonora Alrededor del sonido, del Festival Curtocircuíto de Santiago de Compostela
«Existen numerosos estudios e investigaciones sobre la práctica del pastoreo pero apenas los hay que hayan prestado atención a su faceta sonora». Su interés por este tema, dice, comenzó tras realizar unas grabaciones en un concurso de perros de pastor.
«En ese momento me encontraba leyendo sobre las teorías sociológicas y antropológicas que proponen otra forma de pensar basadas en rizomas, esto es, entidades que no tienen jerarquía definida, ni principio ni fin, en las que todos los elementos están ligados entre sí y que son muy difíciles de gobernar».
Visualizando las imágenes del concurso, entendió que, en cierta forma, los rebaños se comportaban de una manera similar. «En estos concursos el pastoreo se simplifica y se reduce a una serie de elementos básicos: el pastor, como sujeto; el rebaño, como entidad animal maleable, y el perro como mediador».
Este esquema sirvió a Koochaki para tratar los temas que le inquietaban aunque le añadió un elemento más: el cencerro «como el instrumento que utiliza el pastor para gobernar el rebaño». A partir de ahí abrió dos líneas de investigación: la primera se centraba en la parte visual de la práctica del pastoreo y su folclore. La segunda prescindía completamente de las imágenes. Los cencerros era el elemento clave en esta línea de trabajo.
Koochaki se lanzó al monte para grabar los sonidos de los cencerros de las cabezas de ganado ovino de Guipúzcoa no sin antes documentarse. «Solicité un registro de los regaños de la zona. Uno de las claves era grabar solo a los que pudiera identificar con sus dueños. Lo que me interesaba era la relación entre el sonido del rebaño y la autoridad del pastor».
En 2009 comenzó sus grabaciones y hasta la fecha no ha parado de hacerlas. «Obviamente no ha sido un trabajo continuado porque lo he tenido que compaginar con otras actividades. Además, no se puede grabar siempre que se quiere. Además de mis circunstancias, también depende de las climatológicas, de si los animales llevan puesto el cencerro o no, si este suena, etc.».
Siempre que ha podido hacerlo, confiesa, ha evitado «la colaboración» del pastor. «Creo que ya se les ha preguntando todo lo que se les podía preguntar sobre el pastoreo, los rebaños… Por eso he intentado generar otro tipo de representación o articulación del saber».
Las grabaciones en las tierras comunales de pasto le han provisto del mayor número de grabaciones. «Es lógico porque una de las razones de ser de los cencerros es la de saber qué está haciendo el ganado y dónde está y esto último es algo que tiene sentido en las zonas abiertas y no tanto en las cercadas».
En 2015, Koochaki sintió la necesidad de parar y recapitular. «Era el momento de darle un vuelta y compartir lo que estaba haciendo. Nunca había trabajado exclusivamente con sonido y necesitaba exponerlo de alguna manera». Fue entonces cuando decidió publicar Paisaje Dorsal.
La publicación recoge una muestra de ochenta y tres grabaciones de rebaños en tres LPs. «Cada pista dura aproximadamente un minuto. Además de estos, hay una lista de unos 40 más que son los llamados rebaños mudos, aquellos que he grabado pero no tienen sonido o no había suficientes».
Los discos se presentan en un ensamblaje creado con diferentes materiales y en el que Koochaki ha contado con la colaboración de «varias manos», entre ellas, las de un maquetador y un cartógrafo.
«Aunque lo pueda parecer no responde a un diseño previo premeditado. Se ha ido construyendo como una cebolla». Cada capa, dice, ha determinado el siguiente paso. Por eso, «realmente no ha habido diseño en términos de prever una imagen. Ha existido la necesidad de crear algo que archivara y ordenara los materiales, que fuera legible, que estéticamente respondiera a mis gustos y sensibilidades pero la forma final ha sido imprevista».