Las palabras nacieron de una en una. Servían para señalar, para advertir o para amedrentar. Poco más. De hecho, llevó mucho tiempo el que comenzaran a trabajar en equipo construyendo eso que llamamos frases. Y mucho tiempo más el que fueran capaces de crear conceptos.
Pero desde el principio, solo las palabras que llegaron a ese tercer nivel lograron seguir adelante.
Veamos un ejemplo: «A la ocasión la pintan calva». Esta frase, que transmite el concepto de que hay que aprovechar la oportunidad cuando aparece, proviene nada menos que de 500 años a.C.
Dicen que fue Fidias quien pintó medio calva a la Ocasión, una hermosa mujer de larga cabellera, pero tan solo por la parte delantera de su cabeza. La mitad trasera estaba rapada mostrando su calvicie.
Seguimos con el cabello: «Pelillos a la mar». Esta otra frase es más interesante aún, porque existe constancia escrita de la misma: cuenta La Ilíada (siglo VIII a.C.) que mientras Paris y Menelao andaban combatiendo por Elena de Troya, algunos líderes de ambos bandos se reunieron para firmar la paz. Con el fin de mostrar sus buenas intenciones, cortaron unos cuantos pelillos de los corderos que habían sacrificado a los dioses y se los repartieron entre ellos para lanzarlos al mar.
Así, una palabra tan simple como pelo, comenzó a formar parte de más y más frases hechas a través de la historia. Y en cada nueva ocasión, se reinventaba de nuevo ampliando con ello su presencia en el lenguaje.
Como prueba de ello, aquí van algunos casos en los que el pelo ha seguido creciendo:
Se salvó por los pelos. Antiguamente a los marineros se les exigían llevar el pelo largo para que, si caían al mar, hubiera por donde agarrarlos. Así, en ocasiones, conseguían sobrevivir por muy poco.
Se le va a caer el pelo. En el pasado, los castigos a los delincuentes eran tan severos y las palizas tan salvajes que muchas veces a las víctimas se le caía el pelo por el tormento que sufrían. De aquí viene también lo de dar a alguien para el pelo.
Tomar el pelo. Literalmente sería rapar el pelo, pues la expresión proviene del rasurado a los novatos en el ejército o en las prisiones, los cuales eran víctimas de los veteranos que les tomaban el pelo hasta que se curtían.
De medio pelo. Hace más de cien años, los sombreros hechos con piel de castor utilizaban pelos enteros del animal. Pero otros sombreros, mucho más baratos, se fabricaban con tan solo medio pelo. Este hecho identificaba a los individuos de menor nivel social. Identificación que luego se extendió a la calidad de los objetos, la valía de las personas o su capacidad profesional.
Podríamos seguir con muchas otras frases: venir al pelo, soltarse el pelo, tirarse de los pelos, a pelo y a pluma, no te fíes ni un pelo, ni un pelo de tonto, sin pelos en la lengua, poner los pelos de punta, de pelo en pecho, con pelos y señales, no cortarse un pelo, venir al pelo, el pelo de la dehesa, cuando las ranas críen pelo, donde hay pelo hay alegría…
A través de los siglos, un sencillo significante, pelo, se ha convertido en una frondosa cabellera de significados. Y por eso, pese a su simpleza, ha sobrevivido al test del tiempo. Tal vez otro significante, como cabello, hubiera podido sustituirle. Pero pese a sonar más noble y refinado, nunca consiguió desbancar a pelo gracias a la multiplicidad de frases y conceptos que esta palabra nos ha proporcionado.
A mostacho le pasó al revés. Pese a llegar primero, fue sustituido por bigote porque la nueva palabra (que proviene de la exclamación bi got) comenzó de inmediato a juntarse con otras palabras que le respaldaron.
Hay otros ejemplos que también podrían servirnos. Pero lo que parece claro es que todos ellos funcionan siguiendo las mismas directrices. Las que ya marcara, hace muchos años, aquel viejo proverbio africano: «Si quieres ir rápido, viaja solo. Si quieres llegar lejos, viaja en grupo».
Muy bueno, aunque se me ha quedado corto. Me ha encantado y quería seguir disfrutando más…