“España ya no es roja/ España no es azul. /España ahora y siempre es negra como el betún”, cantaban Def Con Dos. Aunque por los titulares del lunes 21 pueda parecer que no, que es muy azul igual que hace ocho años era muy roja, la verdad es que tiene un color neutro un poco pardusco.
Roja o azul, la verdad es que estamos asistiendo a un sistema de turno de partidos muy parecido al que instauró Cánovas del Castillo en 1875. El Partido Conservador (Cánovas) y el Partido Liberal (Sagasta) se turnaban el gobierno a espaldas del pueblo, de manera que todo el mundo gobernaba unos años y luego le tocaba a otro. El Pacto del Prado especificaba que el Rey nombraba un Jefe de Gobierno, que decretaba disolver las Cortes. Una vez hecho esto, el nuevo gobierno convocaba unas elecciones “trucadas” en las que se había asignado previamente el número de escaños que iba a tener cada partido.
Pero no solo rotaban los gobernantes, sino también los funcionarios: todos los trabajadores del Estado rotaban conforme al color dominante del momento y el resto se convertían en ‘cesantes’, células durmientes de la maquinaria administrativa liberal o conservadora, a la espera del retorno de su partido al poder.
Las ventajas fueron que todo el mundo rascó bola y no se produjo ningún incidente lamentable, como es costumbre en España siempre que las cosas no salen como a unos les gusta.
En España, desde que se instauró la democracia, ha habido una alternancia de partidos (de UCD al PSOE, de nuevo al PP, volvemos al PSOE, y ahora vuelta al PP) y una sensación general de enfado de la mitad de los españoles cuando gana otro. “Ha ganado el PP/PSOE. Vaya mierda de democracia” es la frase más escuchada los lunes después del cambio de partido, casi invariablemente.
Pero la verdad es que a todos nos tocan unos años en los que gobierna el que nos gusta. La parte mala se la llevan, sin duda, todos esos sillones que, cada vez que cambia el gobierno, cambian de ocupante. Son los llamados ‘cargos de libre designación’, que todo el mundo conoce como cargos ‘a dedo’. Todo el mundo se pone nervioso justo antes de las elecciones. Lo normal es que destituyan el responsable del chiringuito y pongan a otro que decidirá que quiere ‘caras nuevas’, preferiblemente de sus amigos. ¿Y qué les queda a los que salen? ¿Montar una lencería? No. Esperar otros ocho años. Esto sucede en prácticamente todas las instituciones públicas, empezando por los Ministerios, en muchos de los cuales –si no en todos– se ha creado una telaraña de favores que si no te han devuelto ya, no te los devuelven en las próximas dos legislaturas.
En octubre, se levantó cierta polvareda cuando un miembro del PP le sugirió a Ana Pastor que se fuera buscando otra cosa tras el 20 N. Si Ana Pastor se queda sin trabajo en TVE (Dios no lo quiera) por la llegada del PP, será solo una de las tantísimas personas que se van del sillón: los directores, secretarios, subsecretarios, consejeros, chóferes y asesores de confianza del Instituto Cervantes, la FORTA, el Consejo Superior de Deportes, el Instituto de la Mujer, el Plan Nacional Sobre Drogas, el ICAA, la Universidad…
Son los cesantes del siglo XXI. Con suerte, unos conseguirán colocarse en la empresa privada. Con más suerte aún, el Partido Socialista les pondrá un despacho en alguna de las múltiples fundaciones que se dedican a elaborar estudios y preparar las bases fundacionales del asalto al poder –Pablo Iglesias, Fundación Ideas– en 2020, si no media un desastre de fuerza mayor.
Imagen: ‘Jura de la Consittución de 1.876 por la Reina Regente María Cristina de Habsburgo’, de Sorolla y Jover (Wikicommons).