Por qué el centenario de la Revolución de octubre aquí cae en noviembre

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El próximo 25 de octubre se cumple el centenario de la Revolución rusa. Sin embargo, en España habrá que esperar al 7 de noviembre para celebrarlo. ¿La razón? Que la conocida como Revolución de octubre, en el resto de Europa, se produjo en noviembre.

¿Qué cómo puede ser eso? Cosas de calendarios. Mientras que la mayor parte de Europa se regía según el calendario gregoriano, la Rusia de los zares aún manejaban el calendario juliano. Una diferencia que provocaba un desfase de más de diez días, con los consiguientes problemas que eso acarreaba desde el punto de vista administrativo, histórico o de las transacciones comerciales.

Tradicionalmente el ser humano se había guiado por calendarios lunares. El primer calendario solar que se conoce fue establecido por los egipcios y, posteriormente, los romanos desarrollaron uno que rigió en gran parte de Europa.

El calendario romano contaba con 304 días distribuidos en 10 meses. Seis de ellos tenían 30 días y los cuatro restantes, 31. Debido a que ese sistema provocaba ciertos desfases, cada dos años era necesario añadir un mes.

Como esa solución no era del todo satisfactoria, en el año 46 antes de Cristo, los romanos establecieron un nuevo calendario. Conocido como juliano por haber sido promovido por Julio César, este calendario organizaba el año en 365 días repartidos en doce meses. Como todavía había ciertos desajustes, cada cuatro años era necesario añadir un día a febrero. En comparación con los 30 días de desfase anteriores, el avance fue notable.

Sin embargo, el calendario juliano tenía muchos errores de cálculo en lo que se refiere a las grandes magnitudes como equinoccios u órbitas terrestres. Por esa razón, en 1582 se implantó en el calendario gregoriano, por el papa Gregorio XIII. Aunque era muy similar al juliano, reducía los errores de este, que aunque parecían pequeños, a la larga podían generar desfases de hasta 10 días.

Esto provocó que, cuando los últimos países europeos adoptaron el calendario gregoriano, tuvieron que hacer ajustes realmente llamativos. Grecia, por ejemplo, pasó del 16 de febrero de 1923 al 1 de marzo de 1923 y Rumanía, del 31 de marzo de 1919 al 14 de abril de 1920.

Rusia acabaría aplicando el calendario gregoriano justamente después del éxito de la revolución y el fin del régimen zarista. En un primer momento pensaron que, para evitar saltos tan abruptos como los de Grecia y Turquía, lo mejor sería ir ajustando el calendario poco a poco. Esto suponía corregir un día cada año durante trece años así que, finalmente, decidieron hacerlo de golpe. Del 1 de febrero de 1918 pasaron al 14 de febrero de 1818 y santas pascuas.

Pero no acabó ahí la cosa. Es propio de los movimientos revolucionarios acabar con todo lo que recuerde al régimen anterior e instaurar una nueva realidad. Una política que afecta a casi todos los ámbitos de la vida. También al calendario.

Ya en la época de la Revolución Francesa se cambió el calendario para adaptarlo al sistema decimal y despojarlo de referencias religiosas. Desde 1792, Francia y sus colonias americanas y africanas comenzaron a referirse a los meses por nombres laicos, según las actividades que se realizaban en cada época del año o las características de los meses. Por ejemplo, Vendimiario, Brumario, Termidor, Germinal, Pluvioso, Fructidor…

La novedad duraría hasta 1806, cuando Napoleón, como emperador de Francia, acabó de un plumazo con muchos de los logros revolucionarios. Entre ellos estaba el calendario que, si bien se utilizó brevemente tras el derrocamiento de Napoleón y durante la Comuna de París, terminó siendo sustituido por el gregoriano.

Una cosa semejante sucedió en la URSS. Cuando la revolución estaba ya asentada, Yuri Larin consideró que el calendario gregoriano era nefasto para la economía soviética. Según este economista, era inaceptable que los trabajadores tuvieran un día de descanso a la vez, porque inaceptable era que el país parase completamente su producción un día a la semana.

Larin defendía la necesidad de hacer descansos escalonados, lo que llevaba asociado un cambio de calendario. A partir de 1929, los soviéticos dividieron el año en doce meses de treinta días, añadiendo cinco días que no pertenecían a ningún mes ni a ninguna semana, los cuales se repartían entre los diferentes trimestres. Además, las semanas pasaron de tener siete días a cinco, con objeto de que los meses tuvieran seis semanas justas.

Por último, el domingo dejó de ser el día de descanso. Los trabajadores fueron organizados por sectores productivos y, cada día de la semana, descansaba un sector diferente mientras que trabajaban los demás.

No hay que pensar mucho para darse cuenta de que este sistema era un ataque directo a la conciliación familiar y un poco lío. Sin embargo, aumentaba considerablemente el descanso de los trabajadores. Si antes los festivos eran uno de cada siete días trabajados, con el nuevo calendario era uno de cada cinco. Es decir, que de 52 días de descanso al año se pasó a 72.

En todo caso, a pesar de que el calendario revolucionario funcionaba más o menos en las zonas urbanas, su aplicación en las zonas rurales y ganaderas, donde cosechas y animales no entienden de festivos, fue un fracaso. Además, volvía a separar a la URSS del resto de países del mundo.

Por esas razones, y aunque se intentaron hacer diferentes ajustes, como establecer semanas de seis días, las autoridades se terminaron convenciendo de que lo mejor era volver al calendario gregoriano. Una muy buena idea, habida cuenta de que acababa de estallar la II Guerra Mundial y había que ajustar las agendas con los países aliados.

De esta forma, desde 1940, la URSS –y en consecuencia la actual Federación Rusa y las repúblicas independientes derivadas de ella–, se rige por el calendario gregoriano. Ahora lo único que tienen que decidir es si el centenario de la revolución rusa lo van a celebrar en octubre o en noviembre. Eso si lo celebran, claro.

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Patrick Thomas

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