De las bombas de Guernica a las de Kiev: el mexicano que lleva sus pinceles a las zonas de conflicto

Roberto Márquez tiene 60 años y ha decidido poner algo de color en aquellos lugares arrasados por la tragedia. Estos días ha acabado una adaptación del cuadro de Picasso en la Medyka, la frontera de Polonia con Ucrania por donde han cruzado más de dos millones de refugiados.

Elevado a icono de las masacres, el Guernica de Pablo Picasso mantiene su fuerza a pesar de los años. Vuelve en cada tragedia, desde las atrocidades de los Balcanes hasta la guerra en Siria, y hasta sirve de ejemplo para narrar el horror actual de Ucrania en boca de su presidente, Volodímir Zelenski.

Este cuadro del pintor malagueño resume, con esa potencia visual de trazo grueso, manos implorando al cielo y elementos castizos, el ataque a esta localidad vasca, pero también la expresión máxima del sufrimiento y la desolación.

Con estampas parecidas asediando a diario desde ciudades como Bucha, Irpin, Járkov o Mariúpol, el eco de esta obra maestra se escucha cada vez más cerca. La invasión de Rusia a Ucrania el pasado 24 de febrero ha devuelto imágenes parecidas. Y ha provocado un éxodo masivo que ya supera los cuatro millones de personas.

Roberto Márquez pintor mexicano

Este escenario ha sido el elegido por Roberto Márquez para desplegar su reciente afición: este mexicano de 60 años lleva meses recorriendo zonas tocadas por la catástrofe para ponerles color gracias a sus pinceles y su adaptación de lienzos ajenos.

Así llegó semanas atrás a Medyka, principal paso fronterizo entre Ucrania y Polonia. Portando un sombrero de cowboy y una sonrisa en medio de un reguero de migrantes forzosos.

Márquez, originario de Zacatecas y residente en la ciudad estadounidense de Dallas, quería aportar algo en este drama humanitario. Y repitió lo que acaba de probar en otros sitios más cercanos a su hogar, como Washington DC, Miami o Cuba.

«En 2018 dejé mi maleta, cogí un pincel y dije: “Vamos a ver qué sale de esto”», expone el mexicano frente a una creación, todavía en boceto, en la vereda de un pasillo por donde caminan mujeres con niños que acaban de cruzar la aduana.

Roberto Márquez pintor mexicano

Dejar la maleta, en su caso, no es una metáfora: según cuenta Márquez, su oficio de agente inmobiliario es lo que le permite acudir como artista a este tipo de contextos.

«Mi familia es de agricultores. En México cultivábamos maíz hasta que mis padres decidieron marcharse a Estados Unidos. Y allí pues ya me puse a estudiar y a trabajar», narra quien recaló en Texas con 14 años y trató de ganarse la vida como lavaplatos o barrendero hasta que dio con el negocio que le proporciona su vertiente solidaria.

«Gracias a que cambié de sector, ahora puedo financiarme los viajes», arguye, indicando que cuenta con otro punto a su favor: sus cuatro hijos, que ya se sitúan alrededor de la treintena, pueden desenvolverse solos o tirar de la madre.

Márquez no duda, por tanto, en agarrar sus bultos y lanzarse a donde cree que sus brochazos puedan servir como registro del instante y como lumbre para el ánimo. En Medyka, su dedicación hace que algunos viandantes se queden mirando y se abstraigan de sus circunstancias, que se acerquen con un café acompañado de charla o que revivan el terror entre lágrima y silencio.

«He estado en Guadalajara, con la caravana de migrantes en México; apoyando al Movimiento San Isidro de La Habana o en Miami cuando se derrumbó el edificio», enumera, aludiendo a las riadas de vecinos centroamericanos que parten hacia el norte sin certezas, a las protestas de la isla caribeña contra el Régimen o al colapso que sufrieron los cimientos del Champlain Tower South en la ciudad de Florida y acabó con 98 víctimas mortales.

«No fui a la escuela de pintura ni tomé clases, es puro deseo», confiesa sosteniendo un tarro en el que aclara un azul intenso para acabar con la palidez de los dibujos. Roberto Márquez no sabía «nada», señala, pero sí tenía ganas de aventurarse en esta pasión.

Casi siempre usa a Picasso como modelo. En esta ocasión, las semejanzas históricas y el objetivo no dan lugar a dudas. Pero en otras, como las mencionadas del continente americano, podría haber tirado por algo menos cubista. Y, sin embargo, tal y como enseña a través de su perfil de Instagram, siempre hay un inicio con motivos del autor de Las señoritas de Avignon. Unas veces es solo el arranque, que termina en un mural variado de colores y estilos, y otras es el leitmotiv, como en este Guernica a las puertas del infierno ucraniano.

Roberto Márquez pintor mexicano

Lo que ha variado en esta ocasión es el toque final. A pesar de que una mirada rápida lo asemeje con el lienzo de Picasso, en el de Márquez sobresaltan los tonos parduzcos y la combinación de azul y del amarillo, colores de la bandera ucraniana. Que también ondea en tela a un costado del cuadro, mecida por la brisa de este paraje y azuzada por las muestras de caridad de miles de decenas de voluntarios, que atienden con dulces, peluches o incluso melodías de piano a quienes huyen del peligro.

«El pueblo está resistiendo ante el ataque de Putin», comenta escueto a modo de análisis sobre un conflicto donde se calcula que más de 1.000 civiles y unos 20.000 combatientes han muerto.

Su mensaje, más allá de opiniones bélicas, es simple: No a la guerra. Lo tiene escrito en polaco, en inglés y en ucraniano. Lo ha compartido en redes con sus colegas de frontera y con personas anónimas que se acercan curiosas a este estand artístico.

«Me enrolé en la Cruz Roja y me quedé en una de sus tiendas de campaña. Luego fui a una especie de establo con literas que me dejó un pastor», cuenta sobre su búsqueda de techo antes de ir hasta Leópolis o Kiev y despedirse de Modyka, dejando ese testimonio al óleo de la contienda.

«Un cuadro puede tener el mismo efecto, pero contrario, que las bombas», sentencia ya en la capital del país atacado. Allí volverá a empuñar los pinceles y alzarlos, como hizo Picasso, contra el espanto de la guerra. «Feliz de encontrar a gente que lucha por la libertad», escribe en su última entrada.

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