Noto cómo mis tetas empiezan a ponerse duras y calientes. Frente a mí, Diane Keaton y Morgan Freeman interpretan a dos jubilados demócratas que discuten si vender su casa de Brooklyn. Ahora, la hordas de hípsters están dispuestos a pagar mucho dinero por su estiloso piso que, contra el futuro próximo de estos personajes, no tiene ascensor. Ellos discuten civilizadamente y yo noto que la presión sobre mi sujetador va en aumento. Sé cómo aliviarla y me siento feliz por ello.
Quienes estén al tanto de la cartelera de cine, sabrán que la pareja Keaton-Morgan no es otra que la protagonista de Un ático sin ascensor, un film gominola que estos días ocupa buena parte de las salas de cine de este país.
Los, mejor dicho, LAS que hayan alimentado a un bebé conocerán esa extraña y amorosa sensación que te hace necesitar a tu hijo lo antes posible y evitar que tus tetas sigan convertidas en dos auténticos pedruscos. Dicho de otra manera, y para quienes necesiten una explicación más técnica: la acumulación de leche en el pecho avisa de que es hora de dar de mamar al bebé y que seguramente él o ella lo esté deseando.
Mientras alivio está presión y hago feliz a una pequeña de cuatro meses que se está pegando un atracón, Freeman y Keaton, tan monos, tan modernos y tan pro Obama, siguen con las dudas sobre su mudanza (Aviso: toda la peli va sobre eso y no ocurre nada más).
En realidad, lo que estoy contando era hasta ahora una combinación imposible: cine y lactancia. Ver cine en una sala y en gran pantalla forma parte de esa lista de cosas a las que te obligan a renunciar durante un tiempo tras ser madre. Y digo obligan porque la Sesión Teta, sesión pionera de los cines La Vaguada (en Madrid), abierta a las madres lactantes y a sus bebés, ha derribado otro de esos muros que falsamente definen la maternidad como algo privado y casero.
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Carmen Maderuelo, una enfermera jubilada de pediatría del Barrio del Pilar, es la artífice de esta iniciativa que acerca España a países más avanzados en esto de la lactancia, la maternidad y la paternidad.
Cuenta que pidió a los cines del más clasico centro comercial madrileño que abrieran una sesión de la mañana para que las madres de baja pudieran ir al cine y «poder seguir pegadas al mundo adulto». El encargado del cine, sensible y despierto a nuevas oportunidades de negocio, entendió que era una buena manera de dar viabilidad a las sesiones tempranas, normalmente vacías. «Para que los bebés estuviesen bien, solo tuvimos que quitar el aire acondicionado y bajar el volumen de los 100 o 90 decibelios de cualquier película a los 60 de estas sesiones», explica Miguel Ángel Pérez, encargado de los cines La Vaguada y aliado de Carmen en sacar adelante la Sesión Teta.
En la sala, la oscuridad y esas voces tan clásicas del doblaje comercial parece que relajan a los bebés. La que tengo en mis brazos ha decidido echarse una siesta. En la pantalla, la pareja de sesentones ‘progres’ ha encontrado un apartamento que parece que encaja con su gusto.
Huele a palomitas y se escuchan esos ruiditos que hacen los bebés cuando están felices. Me refiero a esto.
Me reclino en mi butaca y observo que, en esta sesión, las normas nada tienen que ver con las del cine convencional. Pero las madres —en la sala solo hay mujeres— las conocen y hacen de este sitio un espacio de libertad y respeto.
Detrás de mí, una mamá está de pie acunando a su bebé. Unas cuantas butacas más allá, escucho un beso sobre un moflete y bajo la pantalla veo a una madre deslizarse hacia el baño con su pequeño. Todo con cuidado, todo muy tranquilo. Incluidos los pedos que acabo de escuchar en la butaca de delante.
Con la sala llena de recién nacidos, los protagonistas viven su momento amargo al recordar el día que aceptaron que nunca podrían tener hijos biológicos. Vale, las pelis de la Sesión Teta no son las de la Filmoteca. Son películas comerciales, fáciles de ver, que muchas de las madres que estamos en la sala no iríamos a ver solas. Me lo digo yo y me lo dicen al acabar Celia y Laura, dos madres de baja asiduas a esta sesión, la cual, sin embargo, está empezando a ampliar el tipo de filmes de su programación.
Morgan Freeman y Diane Keaton parece que se vienen arriba y no solo deciden no mudarse sino que defienden a un supuesto terrorista árabe de los ataques racistas de sus vecinos. ¡Estoy con ellos! ¡Estamos con ellos! Por fin, la pareja ha tomado una decisión y estoy tan emocionada que creo que, al salir del cine, yo también me voy a mudar a Brooklyn.
El subidón emocional de la escena parece que no solo me ha afectado a mí y una gigantesca cascada de caca y pedos cae sobre mis piernas. Miro hacia abajo y una niña feliz me sonríe. Nos levantamos, nos vamos al baño y, guapas y limpias, volvemos a seguir viendo la peli. No pasa nada, no ha pasado nada. Aquí las normas son otras.