No sé si conocen el Tratado de Versalles. Dicho acuerdo recogió la rúbrica de 33 firmantes, 33 países que dieron por finiquitada la I Guerra Mundial. Pues el Tratado de Versalles es una mierda comparado con el ejercicio de malabarismo que requiere cuadrar unas vacaciones y que todas las facciones de la familia queden satisfechas.
La memoria reserva un sitio luminoso para los últimos días de cada curso. El final del año académico es, para un alumno, la apertura de una etapa de ocio, juego y, poco después, de resacas a 40 grados. Es decir, lo mejor que uno puede experimentar. Sin embargo, la perspectiva cambia radicalmente cuando dejas de ser el chaval que comienza vacaciones escolares y son tus hijos e hijas los que se enfrentan a esa jovial situación. La explicación gráfica de ese último día, de la puerta de salida del colegio, sería ya esta:
Ya están los churumbeles en casa. Y seamos realistas: las vacaciones son algo caro, muy caro, si lo que quieres es algo más que tenerlos colgados de la tele. Tú, con un poco de suerte, tienes un empleo que te permite alimentarlos y, claro, tus vacaciones son menos prolongadas que las de ellos. Toca montar el puzzle para tratar de evitar que los infantes fenezcan asados sobre el asfalto de la ciudad.
Eso implica cuadrar un calendario de un buen número de piezas: cuatro abuelos, algún niñero o niñera que se haga cargo mientras estáis en el tajo, un campamento urbano o no tan urbano, un poco de monte o playa si hay suerte y las vacaciones propias. Y pagar todo eso, si se puede.
Si la pregunta es si se pueden planear unas vacaciones familiares, sobrevivir y que todo el mundo quede contento, la respuesta es obvia y rotunda.
¿Tu familia está agrupada? ¿Vives cerca de todos ellos? No sabes la suerte que tienes, canalla. En otro caso, te espera un verano de deglución de kilómetros, atascos domingueros y, en resumen, permanentes ganas de estrellar el coche contra un árbol. Más te vale encontrar una manera de matar el tiempo mientras estás sentado al volante.
Entregar a tus hijos a abuelas y abuelos implica asumir una ley no escrita: como te están librando del marrón de hacerte cargo de ellos mientras trabajas, pueden hacer con ellos lo que quieran en materia de horarios, dieta, corte de pelo y armas a utilizar en las necesarias batallas intergeneracionales (se recomienda que las lanzas tengan la punta redonda).
La tarea de conciliar las agendas de todos los agentes implicados en el proceso vacacional será, ya de por sí, hercúlea. El nivel de maestría necesario para que todas las partes queden contentas con el reparto infantil, que todo coincida con la disponibilidad de cada uno en sus agendas propias y que a ese buen fin se llegue sin heridos es tal que la misión convalida para acceder a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El 99,7% de los niños en verano son un huracán. Padres, madres, abuelos y abuelas llorarán pidiendo un rato de descanso; una pausa para hacer algo que tenga ver con ocio adulto; implorarán pidiendo una siesta de más de diez minutos.
Para ese particular, y una vez que el Tour de Francia –fuente máxima de todo sueño vespertino– llegue a su fin este próximo fin de semana, recomendamos mandar a la chavalada a buscar pokémones durante esa horita de desconexión existencial. Jugarán, trabajarán en equipo y harán ejercicio físico. Eso sí, cuatro de la tarde, ojo.
Finalmente, el resultado de la agenda –tanto de padres como de personal de apoyo– será algo parecido a esto. El caso es que todo habrá merecido la pena porque, qué diablos, lo que se intenta es que la prole consuma el verano de manera excitante. En realidad, tampoco queda tanto para el comienzo del próximo curso.
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