Sebastián Boesmi es un artista multidisciplinar. Y también es un tipo feliz. Por eso color y alegría son dos conceptos siempre presentes en su vida y en su obra. Y máxime si quien encarga la pieza es una publicación que lleva ese adjetivo en su ADN (sí, nosotros, Yorokobu).
Para esta portada, Boesmi se ha inspirado en la fuerza y energía del color, y su influencia significativa en la vida, en las emociones e incluso en las decisiones que tomamos. Las letras que forman Yorokobu se manifiestan como una hoguera de intenso color que resalta frente al azul del fondo, cargado de imágenes random y de letras. Un zorro y un toro custodian, cada uno desde su esquina, el fuego.
«Mi obra está cargada de sentimientos relacionados con la felicidad y la alegría, y son estos los disparadores de mi creación. Me interesa que ellos conformen el alma de todas las obras que realizo y que lleven consigo esa energía y fuerza tan importantes para existir en el mundo de hoy y ayudar a construir uno mejor».
Este artista argentino ha trabajado y vivido en varios países de Europa, América y Sudáfrica, y ha expuesto en numerosas galerías de arte e instituciones. «A la creación la complemento con la investigación», comenta, lo que le ha llevado a graduarse en Artes Visuales y a hacer un Máster en Investigación de Arte y Creación en la Universidad Complutense de Madrid.
Podría decirse que las obras de Boesmi crecen por intuición. «Al contenido de la obra y otros aspectos conceptuales los voy incorporando según mis inquietudes y cuestionamientos, después de ese momento inicial en donde predomina la necesidad de no olvidar la dimensión lúdica, estética y placentera en el arte de hoy». Para el argentino, el arte es algo muy serio y requiere de reflexión. Sobre todo, si se quiere trasmitir y conmover al público, y conectar con él. «Pero, aun así, mi proceso creativo es lúdico, espontáneo y contiene una gran dosis de ironía y humor».
Cada día acude a trabajar a la calle del Pez, en el barrio de Malasaña de Madrid. Unos días acude al Estudio Inverso y otros al Taller Madera. «Cuando comienzo una pintura en uno o realizo una escultura en el otro, el proceso es el mismo: otorgar libertad a la transformación del material (y la de sus significados inherentes) e ir concediendo autonomía a la pieza hasta llegar casi al límite de la cuestión».
A medida que va avanzando, esa autonomía disminuye, explica, ya que los aspectos formales comienzan a tener más fuerza. «Los pesos visuales, la composición y la paleta se afianzan, y la obra va creciendo y se va articulando como si se pasase de una palabra a un párrafo. Firmo la obra cuando me cautiva; cuando siento que la estética y la idea que conlleva le otorgan una vulnerabilidad que podría ser quebrada si continúo apoyando mi brocha o marcadores en ella».
A su estilo, lo define como expansivo, y se nutre de sus observaciones y experiencias cotidianas. «Soy ordenado con mi trabajo; mantengo un ritmo y pasión por la creación y necesito articular mis ideas en formas. Y resolver acertijos visuales explorando conceptos como el animismo, la transformación, la migración, la identidad y la relación entre la humanidad y el medio ambiente a través de la pintura, el dibujo, la escultura y el videoarte».