Es autodidacta, devoto de la estética retro, el cómic clásico de superhéroes setenteros y la ciencia ficción de Asimov y Lem. En casa le llaman David, pero firma sus ilustraciones como Señor Salme. A medio camino está David Salmerón (42 años, Málaga), un ingeniero de telecomunicaciones que trabaja como informático de 8 a 2 y como ilustrador freelance las tardes, las noches y muchos fines de semana.
Lleva algo más de un lustro dando forma a un mundo particular, poblado de astronautas solitarios y personajes que languidecen quién sabe si por el peso del futuro –robótica, manipulación genética, IA, nanotecnología– que se nos echa encima amenazando tormenta.
Dice Salmerón que el paisaje distópico le sale de manera inconsciente, que no está en su intención dibujar un futuro negro. «Al contrario», asegura. «Quizás sea porque tengo un hijo, pero ahora prefiero ser optimista: creo que nacimos en la mitad buena del siglo XX y que la humanidad está hoy mucho mejor que hace un siglo».
Ha moldeado un estilo fundamentado en el cómic norteamericano, el que se entintaba a mano y se coloreaba sin degradados, el que aún dejaba entrever la imperfección de la artesanía. A través de Flickr, primero, y de las redes sociales después llegaron los primeros curiosos y luego, los seguidores. «Empecé a ver que a la gente le gustaba lo que hacía –cuenta Salmerón– y eso me empezó a motivar».
Pese a que nunca tuvo la ambición de terminar dedicándose a este oficio, con el tiempo, sus ilustraciones llamaron la atención de editores de todo el mundo. La firma de Señor Salme ya ha aparecido en The Washington Post, Wired, The New Yorker y The Guardian, entre otras publicaciones, y tiene una ilustración fija al mes en ‘Ciencia sin ficción’ de El País Semanal, acompañando los textos del divulgador J. M. Mulet.
Desde hace cinco años trabaja con la agencia Synergy, «siempre con el freno de mano cogido» porque le faltan horas, y usando más la Wacom que la tinta Sumi por un tema de practicidad. Los encargos le han llevado a especializarse en ciencia y tecnología.
Sin embargo, a la mínima que el calendario se descomprime, saca los pinceles, los markers y hasta el aerógrafo; le guiña un ojo a John Romita, Al Williamson y compañía y pone el cómic old school al servicio de sus astronautas a la deriva. Esos David Bowman desterrados que parecen flotar sobre el viejo dilema de Arthur C. Clarke: «Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas».
Hablamos a través de Skype. Lo pillo en su apartamento de Málaga, en una habitación que hace las veces de estudio. A través de la cámara veo parte de la mesa, varias estanterías atestadas de libros y una guitarra. También veo a un padre de familia, un informático. Un tipo ordenado que empieza un trabajo y lo acaba antes de empezar uno nuevo.
«Soy incapaz de tener dos proyectos abiertos a la vez». O se organiza o la vida le hace añicos. «El cambio de uno a otro me lleva tiempo, me parte, y me cuesta arrancar otra vez. Los plazos de entrega no suelen ser superajustados –una semana o dos para terminar un dibujo–, pero si me vienen varias cosas seguidas, luego intento no coger nada y tener una semana libre. Es que, si no, del agotamiento te pones enfermo. Al final, son dos trabajos y una familia». El orden o el caos.
¿Qué rutina sigues?
Toda la tarde trabajando, básicamente. Y si tengo un deadline, es toda la tarde y la noche.
Hay quien dice que, en la vida, todo se reduce a muerte o fechas de entrega.
Vivo en ese círculo angustioso en el que, a veces, tienes la sensación de estar amarrado con grilletes a la mesa. He visto esa imagen dibujada y es cierta. Uno se llega a sentir así: quieres salir a la calle, pero tienes la fecha de entrega. Es la parte más difícil de llevar.
Aunque también estará el placer de dibujar…
Lo tengo muy claro. Si hago esto es porque quiero. Sé que siempre voy a dibujar, porque es lo que me gusta. Es una satisfacción ver tus dibujos en una revista, o que te conozcan, pero tiene los contras de cualquier trabajo.
El artista Austin Kleon dice que para sanear la mente del ilustrador freelance, es necesario compartir el trabajo con otros y tener algún proyecto personal paralelo. ¿Qué te parece?
Compartir lo considero parte de mi trabajo. Subirlo a las redes sociales es una forma de darte a conocer y de ahí te llegan propuestas. En Instagram, por ejemplo, parte de mis seguidores son directores de arte. A veces, a los dos días de haber colgado algo, te llaman y te dicen: «oye, he visto esto que me ha gustado y hemos pensado en ti».
Sobre lo de tener también proyectos personales: es importante tener algo tuyo ahí, más que nada para tener la sensación de que no estás todo el rato dibujando lo que te piden. Y también son oportunidades para probar alguna técnica distinta, precisamente porque tienes tiempo y si no funcionan, no pasa nada. Lo malo de esos proyectos es que, como son tuyos, nunca sabes cómo terminarlos y, a veces, se quedan abiertos durante meses.
David empezó a dibujar en una época en la que no había Youtube, aprendiendo a base de ensayo y error y con una pila de comics como único asidero. El Spider-Man de John Romita senior –«el de verdad, el que vale»–; la Patrulla-X de John Byrne; Al Williamson y su serie de Star Wars «coloreada con esa técnica de impresión de mala calidad, con todos los puntos visibles»; y Príncipe Valiente, de Harold Foster, con ese estilo realista «con mucho detalle y una calidad de trazo increíble».
Páginas y páginas de dibujos que van alimentando la imaginación del joven Salmerón y a la que se unirán más tarde el cine de ciencia ficción –Jindřich Polák y su Ikarie xb1; Kubrick y su 2001– y la literatura, sobre todo, de Stanislaw Lem: «la ciencia ficción dura de Solaris, Edén, Fiasco… y la idea de que la manera de comunicar del hombre y de una civilización extraterrestre es tan diferente que al final no hay forma de hacerlo».
¿De ahí la imagen recurrente del astronauta a la deriva?
Siempre me ha parecido una imagen muy potente: el astronauta flotando, solo, perdido en el espacio. Es muy visual y es un símbolo al que puedes recurrir muy fácilmente para expresar muchas cosas. Cuando me canso de todo lo demás, dibujo un astronauta, que es un dibujo que nunca termina de salirme como yo quiero, pero poco a poco nos acercamos.
Estética retro, muy de pasquín de cine de los 70 y una técnica igualmente tradicional. ¿Te ha forzado el trabajo editorial a cambiar?
Antes entintaba, escaneaba y coloreaba con el ordenador, pero con el tiempo me di cuenta de que no era práctico. Si los clientes te piden una corrección en un dibujo que has hecho a tinta normalmente implica volver al papel y rehacer el dibujo en una hoja separada, escanearla de nuevo, etc. Era muy tedioso. Así que empecé a trabajar directamente con tableta.
¿Cómo fue el cambio?
Pues al principio no fue sencillo. Me costó. De hecho creo que aún hoy lo hago mejor sobre papel. De todas maneras, cuando puedo aún me gusta coger el pincel. Y si tengo mucho mucho tiempo, uso aerógrafo. Ahora ya la gente no lo emplea, pero hay una tradición muy grande de ilustración a aerógrafo.
¿No piensas que los errores del trabajo a mano son un valor en sí?
Creo que es más difícil cortarse la mano para corregir cosas cuando estás trabajando en digital. Desde luego. Puedes corregirlo todo y al final terminas corrigiendo muchas más cosas de las que corregirías si estuvieras dibujando sobre papel. Hay imperfecciones que no merece la pena corregir, que aportan cosas al dibujo.
Háblame de tu relación con el cliente. En tu caso, directores de arte que te piden ilustraciones para acompañar textos. ¿Qué proceso sigues?
Normalmente me envían primero el artículo. Me lo leo con un cuaderno de notas al lado y voy haciendo garabatos pequeños, para mí básicamente, pensando con el lápiz, para conectar ideas. Luego señalo los que más me gustan, los hago un poco mejor, más grandes, y eso es el boceto que envío.
¿Mandas muchas opciones?
No. Dos o tres. Aprendí hace tiempo a no enviar más de la cuenta solo por hacer bulto. Porque si incluyes una idea que realmente no te gusta, al final siempre eligen esa.
¿Y si te toca ilustrar temáticas que desconoces?
Tienes que buscar en internet a ver de qué va. Una vez me tocó dibujar una molécula concreta y tuve que encontrar la forma de esa molécula en particular para poder dibujarla. A veces el director de arte te sugiere por dónde tirar. Pero no son temas excesivamente crípticos como para no saber absolutamente nada. Al final, mi trabajo no es tanto explicar el artículo con un dibujo, sino hacer un dibujo que resulte atractivo al que está ojeando la revista y motivarle para que se interese.
Trabajas mucho la metáfora visual.
Juntar dos imágenes y mezclarlas como metáfora. Sí, es un estilo para ilustrar un artículo. Otro estilo, por ejemplo, es crear una escena. Pero no siempre funcionan. Hay veces que expresar conceptos con una escena real es muy difícil. En esos casos uso imágenes evocadoras, ensoñaciones.
Y luego toca revisar y hacer cambios. ¿Se hace muy farragoso?
Alguna vez tienes un cliente que te hace cambiar algo una vez y otra y otra y otra… Cuando pasa eso, mala señal. No suele dar buen resultado, porque llega un momento en que estás dibujando lo que el otro te está diciendo que dibujes, vas a ciegas, y ya no sabes lo que estás haciendo. Pero, en general, no hay mucho problema de corrección.
Normalmente les vas enviando distintas actualizaciones para que vean cómo está quedando. Lo normal es que te hagan un par de cambios –añade esto, este elemento ponlo en otro sitio, etc.– y no va a más.
Hace unos años, Salmerón hizo una serie de dibujos para ilustrar una exposición del Museo de la Ciencia Ficción de Seattle. A los pocos días se topó con una foto de la inauguración en la que aparecía uno de sus trabajos y, delante, el mismísimo George Takei, el timonel de la nave Enterprise.
Le pregunto si esa foto vale más que todos los likes del mundo. «Lo de Takei me hizo más ilusión, sin duda. Aunque él no se daría ni cuenta. Pero no te voy a engañar: cuando algún dibujo tiene muchos likes o me dejan comentarios, también me hace ilusión».
Pese a la vocecilla del ego, Señor Salme intenta no planificar sus proyectos personales en función de los gustos de sus seguidores. «Intento no guiarme por lo que creo que va a gustar porque entonces nunca vas a hacer cosas diferentes. Aunque… ¿de qué estoy hablando? ¡Si al final termino siempre buscando astronautas!».
De momento, Salmerón sigue haciendo malabares: el trabajo de las mañanas, la ilustración por la tarde y, en medio, la familia. Reconoce que su pareja es la clave para que no se desmorone el tinglado. «Sin su apoyo sería imposible, porque tenemos un niño al que hay que dedicar tiempo. Siempre que llega un trabajo nuevo le pregunto: ¿este fin de semana qué teníamos?».
Y el equilibrio sigue desafiando a la gravedad. De momento, no se plantea centrarse exclusivamente en su faceta de ilustrador, básicamente porque necesita tener la certeza de que va a cobrar a final de mes «y no a los tres, cuatro, cinco o incluso más meses».
Cuando le pregunto sobre los retos del futuro sonríe, duda un poco y contesta con la misma sencillez con la que traza líneas de tinta: «A mí, en realidad, lo que me gustaría es aprender a dibujar».
Grande, Daniel! Muy bien redactado y muy interesante el tipo! Ya te dije yo, en Gales y con una pinta en la mano, que veía una gran pluma en ti.. jaja.. ahí lo dejo. Abrazo, amigo!
[…] Señor Salme y los cosmonautas, ilustraciones espaciales. […]