Ser el primero… y contarlo

En las películas del Oeste, un viejo advertía al pistolero: «Siempre hay alguien más rápido. Querer ser el más rápido es querer morir pronto».

La importancia de ser «prime»

Tenías siete u ocho años. Tus padres te llevaban al parque con tus hermanos y tus primos. En total erais tres o cuatro críos. Tú eras el más pequeño.
—Solo hay un columpio —decía papá. Los otros estaban ocupados o rotos.
—¡Prime! —gritaba tu hermano o tu primo.
—¡Segun! —gritaba otro.
Y te callabas porque, aunque erais cuatro críos, decir «terce» no importaba. Sabías que el «prime» estaría montado en el columpio tanto tiempo como el «segun» aguantara sin protestar. Y el «segun» tanto tiempo como tu madre lo permitiera:
—Deja que tu hermano se monte un ratito.
Y un ratito era todo el máximo tiempo que podías estar en el columpio, como subir cuatro o cinco veces al cielo. El tiempo entre que tu madre decía «deja que tu hermano» y «tenemos que volver a casa». Tú protestabas y tu madre te hacía callar:
—Haber pedido primero —decía tu madre.
Ser «prime» tenía ventajas antes y durante la preadolescencia:
—Prime —gritabas, y elegías la flor verde o la F de chocolate del pastel de cumpleaños de tu tita.
—Prime —gritabas, y te montabas en la moto del tito aparcada en el garaje.
—Prime —gritabas, y jugabas a la máquina de marcianitos del bar, y tu hermano y tu primo miraban.

De «prime» a «mira lo que tengo»

En un momento impreciso de una adolescencia más o menos tardía te topaste con la realidad: perdiste la edad para decir «prime» y estrenar el pastel. La opción «segun» también quedó devaluada. Pero no tardaste en descubrir expresiones sustitutivas. Hay dos. Una es «mira lo que»:
—Mira lo que compré el otro día…
—Mira lo que me han dado con los puntos…
—Sal a la calle y mira… Sí, ese es mi coche.
Otra expresión es «el otro día…»
—… Fui a un barecito nuevo con unas tapas increíbles.
—… Fui al estreno de…
Lo importante no es el cachivache ni el barecito ni la película, sino ser el primero de tu familia, amigos y conocidos en haber ido al bar, haber visto la película y tener un aparato tan nuevo como impronunciable.
Hawking y las prisas-2

Internet, el hábitat de los «prime»

Cuando el Concorde se estrelló el año 2000 alguien escribió en un conocido foro de actualidad (hoy desaparecido):
«Alucinante lo del Concorde. Lo estoy viendo en streaming».
Aquella persona se refería a los restos del Concorde confundidos con los restos del hotel sobre el que cayó. Restos extinguidos por los bomberos. La palabra importante era «streaming», una tecnología en pañales y solo apta para ordenadores y conexiones potentes y caras.
Aquella persona que escribió «streaming» por primera vez recibió toda la atención del foro: ¿Ves streaming en casa o en la oficina?, ¿Cuánto te ha costado? ¿Dónde lo estás viendo?
«Yo también lo estoy viendo en streaming en…», escribió otro, pero a este apenas le prestaron atención.
No cabe duda de que internet es un hábitat perfecto para el que gusta gritar «prime». Para quien no puede permitirse el lujo de comprar cachivaches cada mes o no viva en Nueva York, internet es el paraíso de los columpios.
«Yo fui de los primeros en disfrutar de (…) cuando no lo conocía nadie», es el consuelo de quienes no se atrevieron a gritar «fantástico artista que acabo de descubrir». Lo importante es ser «prime» o «segun», como mucho.
Una productora de cine anuncia que el próximo blockbuster tardará en llegar a España dos meses sobre el resto del mundo y un grupo de personas grita «¡la queremos ya!». La productora sabe que jugar con el síndrome de «prime» es contar con publicidad gratuita.
Una cadena estrena una serie en inglés con subtítulos y muchos espectadores se quejan: no quieren leer. La cadena pide paciencia porque están doblando los capítulos.
«Esto es una estafa», escribe alguien que espera la serie doblada. Quiere los episodios doblados al castellano cuanto antes mejor. Si es posible, antes de que se graben los capítulos. Leer subtítulos supone prestar atención a la pantalla y esto impide comentar las escenas en las redes sociales.
Los que se quejan de la espera quieren el doblaje de las series y los blockbuster calentitos, como churros recién hechos. Parecen rememorar aquella infancia en la que apenas pasaban tiempo en el columpio. Pero, ¡oh! sorpresa… Los padres ya no gritan «a casa a comer». Ahora es la vergüenza la que te impide montarte en el columpio.
Para nuestros antepasados preaustralopitecinos llegar el primero a la platanera era mejor que llegar el último. Por aquel entonces, la comida no estaba en los estantes del supermercado. Una vez que el primer preaustralopitecinos se comía el rácimo de plátanos debía esperar un año para volver a saborear la fruta. Esto es importante recordarlo porque…
… ¡Sorpresa! Ni las películas ni las series se agotan después de que tu primo, tu mujer o tu compañero de trabajo las vieran. La película no tarda un año en crecer. Puedes verla dos meses después del estreno o veinte años… Estará igual que la primera vez (incluso mejor: remasterizada). Aún no hay casos documentados de personas muertas por ver E.T. por primera vez veinte años después del estreno o ver una serie doblada un año más tarde. («¿Que no has visto E.T.?» fue en 1982 una de las expresiones más escuchadas en los patios de los colegios).
El deseo de ser primero impide la atención y el disfrute. Impide acercarnos a lo que nos gusta para ir detrás de lo que gusta a otros. Nadie se da hostias por ser el primero en leer a Aristóteles ni Platón.

Los peligros de ser «prime»

En algunos casos, querer ser «prime» es estar expuesto al peligro. Querer ser el primero en dejar atrás el semáforo puede llevarnos a las páginas de sucesos: «Pique entre conductores acaba en accidente».
Dar codazos para atravesar una multitud y ver un desfile en primera línea o querer colocarse el primero la puerta del metro (aunque queden por delante diez paradas) también da ocasión a salir en Youtube.
—¡Yo estaba primero! —grita una señora, botella de aceite en la mano.
Tú estás en la caja a punto de pagar porque la cajera te ha pedido que avances.
—Señora, aquí no había nadie.
—¡Y el carrito! —señala la señora un carrito a pie de caja. La señora pretendía ser la primera con el burdo procedimiento de abandonar el carrito e ir llenándolo poco a poco.
Lo cierto es que en nuestro tiempo, al margen de las competiciones deportivas, hay pocas situaciones en las que «ser el primero» suponga una gran ventaja. Una anécdota absurda sería:
—Y recuerdo aquel día, un 12 de mayo, soleado, en el que mis padres me llevaron al parque con mis primos y había un columpio. «¡Prime!», dije. Y fui el primero.
… Tan absurda como esta:
—Y recuerdo que fui el primero, antes que mis amigos y mi familia, en ver El príncipe de Bel-Air.
En las películas del Oeste, un viejo advertía al pistolero: «Siempre hay alguien más rápido. Querer ser el más rápido es querer morir pronto».
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Imágenes:

  • Ilustraciones caseras del autor del artículo.
  • «Concorde 216 (G-BOAF)» por Arpingstone, dominio público.

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