Ser malo es cool

“Prefiero tener una pistola y no necesitarla que necesitarla y no tenerla”, Clarence Worley (interpretado por Christian Slater en True Romance).

Mucha gente, marcas, políticos, coolhunters y otros se sienten seducidos por la tentación de ser considerados cool. Lo cool nos puede dotar de atributos y/o asociaciones aspiracionales que pueden servirnos de mucho tanto a nivel personal como profesional. No obstante, por muy positivas que puedan parecer ciertas de sus asociaciones, lo cierto es que conllevan sus riesgos a nivel imagen, sobre todo en el orden público.

No hay mucho de ‘bueno’ en lo cool. El cool no es para moralistas, humanitarios, ni niños buenos. Tal vez la faceta más destacable de lo cool es ese implícito espíritu rebelde, contracultural, no conformista, y ‘malo’. El cool es para los enfants terribles, los marginados, los inadaptados. Los primeros iconos del cool fueron Marlon Brando, James Dean, Mae West, James Cagney, Jean Paul Belmondo, Steve McQueen, Lauren Bacall y una larga lista de chicas y chicos malos.

Los más contemporáneos pueden incluir nombres como Snoop Dogg, Lil’ Wayne, John Mayer, Liam Gallagher, Bill Maher, Jarvis Cocker, etc. Son desconformistas feroces. Desafían lo establecido. No buscan encajar sino destacar. Muestran poco respeto por lo tradicional y promulgan sus principios, sean estos cuales fueran, muchas veces en contra del sistema.

En la sociedad uber-políticamente correcta de hoy en día, lo malo aún sigue siendo cool. Si no, ¿cómo explicamos el éxito masivo del Gangsta Rap, Los Soprano o Mad Men? ¿O la idolatría de criminales como Jesse James o John Dillinger en el cine? ¿Por qué Samantha, la chica más golfa de Sexo en Nueva York, es la más cool de las cuatro, y no la protagonista, Carrie? ¿O cómo explicamos uno de los regresos más exitosos de Hollywood, cuando John Travolta cambia su papel de estrella disco o padre de familia por aquella de un asesino heroinómano en Pulp Fiction?

Y ¿por qué en EE. UU., donde encender un cigarrillo hace más daño a tu imagen social que a tus pulmones, las estrellas de Hollywood siguen fumando como si no hubiera un mañana? ¿O por qué el ama de casa americana por excelencia, Martha Stewart, salió de la cárcel oliendo mejor que su propio jardín de rosas?

La relación entre lo cool y lo malo es más vieja que la misma palabra. Drogas, pistolas, copas, cigarros o el sexo promiscuo han sido cool durante décadas o más, y aún lo son hoy mismo en esta era obsesionada por lo políticamente correcto. Tal vez valdría la pena establecer una distancia entre la realidad y la ficción, porque el cool malo puede ser parte de ambas.

En el mejor de los casos, el cool malo en la ficción satisface esa excitación que podemos obtener de vivir promiscuamente a través de un héroe de la gran pantalla. En el peor de los casos, en la realidad, puede promover el crimen, la cárcel, el homicidio adolescente, etc.

Nos podemos divertir con Tony Soprano, pero que maten a Tupac no es tan cool. ¿O acaso lo es? Desafortunadamente, para muchos, lo es. Las drogas, la calle, las pistolas, la cárcel son todas partes del Gangsta Rap, uno de los movimientos culturales más cool, aspiracionales y relevantes del giro de siglo. Un rapero sin cárcel en su currículum se las verá más duras para conseguir una discográfica que lo fiche o un público que lo siga. Tal es así que a Tupac lo acaban de ‘fichar’ el pasado mes de abril, después de 16 años muerto y en versión holograma, en el último festival de Coachella, en California, junto a Snoop Dogg.

En la ficción, nos regocijamos en vivir indirectamente a través de las aventuras y desventuras de los personajes en la gran pantalla, la pequeña, o encima de un escenario. Nos permite sacar nuestro pequeño rebelde que está escondido dentro. A muchos nos gustaría comportarnos un poco mal (o muy mal), pero nuestras vidas cotidianas, responsabilidades, obligaciones y sentido de la realidad no nos lo permiten. Sin embargo el mundo de la ficción siempre nos ha abierto una puerta para sacar nuestro lado salvaje.

En los años 20 y 30, los dadaístas y surrealistas jugaban con temas sociales provocadores para la burguesía del momento, tanto en su arte como en sus vidas. Pero no sería hasta los años 40 cuando Hollywood comenzara su romance con el mal, dando luz al film noir y el género de cine de gangsters con sus icónicos chicos y chicas malos: Humphrey Bogart, Lana Turner, Peter Lorre, Barbara Stanwyck, Edgard G. Robinson, Ava Gardner… Los 50 trajeron sus propios golfos del movimiento Beat incluyendo grandes escritores de la talla de Kerouac, Burroughs y Capote y películas como The Bachelor Party, The Wild One, o Rebelde sin causa.

Más allá del flower power, el amor libre y el sexo, drogas y rock’n’roll, el Hollywood de los 60 nos brindó una lista de duos malos en Bonnie and Clyde, Butch Cassidy and the Sundance Kid, Easy Rider, o El Graduado. Los 70 trajeron algunos de los más malos de todos los tiempos: Taxi Driver, de Scorsesse, El Padrino, de Coppola y el satánico personaje de Alex en La Naranja Mecánica, de Kubrick.

Los 80 introdujeron unos perfiles variados de la mano de Blue Velvet, Sex Lies and Videotapes, o Wall Street, que nos enseñó más sobre tirantes que sobre responsabilidad financiera. Los 90 elevaron la maldad a nuevas alturas con héroes inmersos en lo macabro: Reservoir Dogs, Pulp Fiction, The Fight Club, The Professional, Goodfellas o True Romance. Y pareciera que el nuevo siglo se dedicó a trasladar a los malos de la gran pantalla a la pequeña con una lista de series con estilo cinematográfico: Los Soprano, Mad Men, Desperate Housewives, Lost, 24, todas ellas llenas de engaños, crimen, mentiras o terrorismo. Y el chico más malo de la televisión (en su vida real), Charlie Sheen, ha llegado a ser el mejor pagado de la pequeña pantalla en la serie Dos Hombres y Medio.

Pero esto no es un ejercicio histórico, sino tan simplemente una ilustración de la obsesión social y el magnetismo generado por los personajes malos y sus malos comportamientos a lo largo de las décadas. Tan solo muestra nuestra fascinación por los malvados de la ficción y cuán cool nos parecen al resto de los mortales.

Aunque pocos lo admitirían, algo en nuestro interior nos hace apoyar al malo, al mafioso, al asesino, al loco, al macabro o al yonqui. La Naranja Mecánica presenta en Alex a uno de los personajes más macabros, psicóticos y desagradables de la historia de la ficción. Sin embargo, sobre el final de la película, el público aplaude su recuperación. Pero aún más interesante es que alrededor de toda esa extrema y salvaje maldad, el personaje crea un mundo cool y aspiracional que marcó un estilo, afectando la moda, patrones de habla y hasta lenguaje corporal. Lo mismo podemos decir de contenidos más contemporáneos. Es curioso que la maldad no le eliminaba el aspecto cool, sino que lo dotaba del mismo.

La estrecha relación entre la maldad y lo cool presenta un gran desafío para aquellos interesados en entrar en este territorio, ya sean marcas o políticos. Lo cool no suele venir acompañado de bondad, ni sentimientos humanitarios. Una asociación a lo cool puede resultar falsa si no es auténtica, y peligrosa si lo es. No es lo mismo ser cool para un adolescente, un cineasta, o un rockero, que para un político o una marca. Cuando entramos en territorio político o corporativo, la tentación de caer en la popularidad de lo cool puede ser muy costosa.

Pocos y algo antiguos son los ejemplos de estos mundos ‘serios’ que pueden o han podido llevar la etiqueta de malos cool con éxito. Vienen a mente ejemplos como el Che Guevara o Malcom X en la política, extremistas con fuertes ideales que han tenido poco de santos, sin que esto evitara su enorme popularidad. En el mundo corporativo, podemos pensar en compañías como MTV, Benetton o Red Bull, que se han atrevido a desafiar lo establecido, ya sea con publicidad o con contenidos, con éxito.

Pero en el siglo XXI, donde lo políticamente correcto es mucho más correcto que la política, lo malo no se percibe como cool. Y lo cool no tiene mucho de bueno. Con lo cual, para estos sectores, puede ser momento de ir buscando otros atributos para alimentar la imagen, la popularidad y/o los beneficios. Eso sí, si alguien busca el próximo taquillazo, pongan mucho sexo, drogas, y rock’n’roll, y alguna salvajada con extra violencia, que en la ficción lo malo seguirá siendo bueno, y cuanto más malo, mejor.

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