Toda mujer que conviva o haya convivido con un hombre ha dicho entre una y mil veces «no te pegues, que das mucho calor» o «¡me has puesto una gota de pis en la espalda!». Y si no lo ha dicho, lo ha pensado. Cosas de la convivencia y del amor. Sí, del amor: una mujer tiene que querer —y mucho— a un hombre para tolerar o aguantar entre una y mil veces que él se ponga pesadito con ciertos temas (lo que no significa aguantar a un tipo indeseable). Y al revés, los hombres soportan cosas de las mujeres que aman, cosas que ellas ven naturales. (Aquí cada uno que haga su lista: lo que para unos es molesto para otros es un fetiche).
Ir a la convivencia sin manual de instrucciones
De cómo son las parejas en la intimidad (no solo en el sexo) no sabemos ni la mitad hasta que compartimos casa o piso con la persona a la que queremos. De niños ignorábamos de qué hablaban papá y mamá cuando estaban a solas. Tan solo teníamos algunos resúmenes: «Tu padre y yo hemos pensado que…» Por supuesto, no sabíamos cómo habían llegado al acuerdo.
No leímos libros que avisaran de que las uñas o los pelos en la bañera podrían generar pequeñas guerras. Las películas de Hollywood olvidan que los besos mañaneros tienen mal aliento y legañas. Parece que en cuestiones de la intimidad de la pareja Hollywood nos ha tratado durante mucho tiempo como si fuéramos a rompernos porque los personajes hablen de manera natural —y a veces muy vulgar— de la vida en común. (Estamos en tiempos en los que las palabras pueden ser más transgresoras que la desnudez o la pornografía).
De hecho, es fácil que destaquen las películas de Hollywood que se apartan en mayor o menor medida de la ñoñez como las comedias para adultos protagonizadas por Seth Rogen, Jason Segel o Kristen Wiig, la mayoría obra de la conocida como factoría Apatow. Sin embargo, estas comedias acaban cayendo en la corrección política (la que se supone que hace taquilla).
La corrección política del cine made in USA explica por qué en los últimos años las películas y las series británicas sobre el amor y la pareja han interesado al público. Películas antirrománticas como Love Actually (que no habla de amor sino de calentones) o series como Coupling (en las antípodas de la correctita Friends), Dates o Catastrophe, a la que pertenece la frase «¡me has puesto una gota de pis en la espalda!».
Catastrophe o manual (sin tapujos) para parejas
Catastrophe es una serie británica de Channel 4, también coproductora de Utopía, Shameless y Black Mirror. Camina entre la comedia romántica actualizada, la comedia doméstica y los pequeños dramas cotidianos que suponen ser marido o mujer, tener un trabajo que roba las energías, uno o dos niños pequeños, suegros, cuñados y viejas amistades a las que perder de vista. Así es la vida de Sharon y Rob —los protagonistas—: gente tan corriente como nosotros. ¡Una catástrofe! Como tantas vidas, pero una catástrofe que merece ser vivida.
Sharon y Rob somos nosotros
Sharon es una cansada maestra de primaria que se esfuerza por mostrarse tolerante con los alumnos. Rob es redactor publicitario, pero su trabajo carece del glamour de Mad Men, una serie de la que hablan, como hablan de Juego de tronos (cuidado con el spoiler que hacen de la quinta temporada). Ambos tienen gustos normales, no siguen modas ni tendencias.
Parece que realmente Sharon (el personaje) es Sharon Horgan (guionista de la serie) y que Rob es Rob Delaney (también guionista de la serie). Y tanto como los personajes, ella es británica y él estadounidense. Que los personajes se llamen como los actores y creadores no parece casual: de esta manera se busca que el público relacione el personaje ficticio con quien lo encarna. Quizá perderíamos si apostáramos qué hay de real o qué de ficción en el guion. De todos modos, aunque el público no reparara en los créditos, encontraría que lo que ocurre en Catastrophe y de lo que se habla en ella es reconocible.
El formato de serie permite recrear (como pocas veces lo hace una película) las distintas fases de una relación: de los tiempos del calentón a los tiempos de qué-feliz-verte-despertar-cada-mañana, y después a los tiempos de hay-cosas-que-no-aguanto-de-ti. La brillantez de Catastrophe está en tratar las distintas fases con naturalidad (la pose más difícil de conseguir, según Oscar Wilde). Los tiempos de la conquista mutua no están teñidos de rosa ni lo están de oscuro los tiempos de qué-difícil-la-convivencia.
Aquí es importante que recordemos que el cine romántico de Hollywood a menudo presenta como final que la mujer trague con un canalla o tipo impresentable que pretende redimirse con un bonito discurso. En Catastrophe ni él es un canalla ni ella una lagarta. Son personas normales que siempre están tratando de contentar el uno al otro, pero esto no siempre es fácil. Incluso querer agradar a otra persona puede ser motivo de malentendidos.
En Catastrophe hay romanticismo en lo antirromántico: Cuando Sharon o Rob pretenden introducir romanticismo en sus vidas tal y como Hollywood vende, la realidad se encarga de destrozar las expectativas. Un ejemplo: pasan de estar en un restaurante de lujo a una calle sucia en medio de una fauna urbana nocturna que mea y vomita a la vista de todos sin vergüenza ninguna. En escenas como esta, Catastrophe demuestra que amor no depende de los sitios bonitos ni de las palabras bonitas sino de las miradas y las intenciones frustradas por la vida. Rob y Sharon ignoran lo feo: se miran el uno en el otro y se arropan; saben que son dos contra el mundo.
Por todo esto, Catastrophe es una serie que debería ser obligatoria para aquellos que no saben qué es vivir en pareja. No tanto como disuasión sino para entender lo que significa vivir en pareja. Una serie que también deberían ver aquellos que ya viven con otra persona: tras las risas («¡mira, como tú!») queda la reflexión.
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