¿Para qué estoy escribiendo este artículo?

3 de abril de 2023
3 de abril de 2023
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¿Para qué escribo este artículo?

Hay preguntas que están tan mal formuladas que pueden generar respuestas como «42». Pero vamos a intentarlo. ¿Por qué estoy escribiendo esto? ¿Por qué estoy oprimiendo las teclas de mi portátil mientras apuro un café? ¿Qué persigo al querer que este texto sea publicado? 

42 sería, sin duda, la respuesta más acertada, pero quizá, poniéndonos superferolíticos, podríamos alumbrar cuatro niveles de respuesta a esa cuestión. Cuatro niveles que convergen en algunos puntos, como un diagrama de Venn.

CINCO NIVELES

Primer nivel. Respuesta mundana: estoy escribiendo esto porque me gusta, porque me mola. Porque me hace sentir bien. Porque quiero. Incluso puedo adscribirme al abanico de respuestas que un escritor con gafas de montura de carey desplegará con la habilidad de un croupier repartiendo cartas: para ordenar mi mente; para expresar mi rico mundo interior; porque me impelía una fuerza desconocida; porque me sentía galvanizado, inspirado o seducido por el canto de sirenas remotas.

Segundo nivel. Respuesta próxima: estoy escribiendo estas palabras, engarzadas justamente de esta manera, no tanto para alcanzar determinado efecto en el lector como para que ese efecto repercuta en mis ingresos pecuniarios. En otras palabras: escribo para comer, para llegar a final de mes, para subsistir realizando un trabajo que me permita estar en pijama.

Tercer nivel. Respuesta distal: desde la psicología evolutiva se nos dice que las hembras seleccionan a los varones para la cópula en función de su éxito social. Pero hay muchas formas de medir el éxito social: el dinero, los bienes materiales o, como decía el biólogo Geoffrey Miller, la creatividad y la habilidad artística.  Al igual que mi cuerpo está adaptado para extraer calorías de los alimentos, escribo para aumentar mi reputación y, por consiguiente, mi probabilidad de intercambiar segmentos de ADN con el mejor partido posible.

El intercambio de ADN puede ser real o potencial. No importa. Mi ADN puede terminar en una polución nocturna, una masturbación, un coito o un embarazo. Mientras un mínimo porcentaje de veces termine en un embarazo, es suficiente para perpetuar este anhelo, siendo el arte un subproducto del mismo.

¿Para qué escribo este artículo?

Cuarto nivel. Respuesta mitológica: escribo porque tengo un relato interno y externo de lo que significa para mí este acto aparentemente prosaico. Por ejemplo: escribir me hace conectar mejor con mis sentimientos, y con los demás. Y, habida cuenta de que me siento un privilegiado que ya ha cubierto sus necesidades básicas de la pirámide de Maslow, me parece una gran oportunidad dedicarme a juntar letras porque ello me permite investigar, aprender y divulgar.

Y en este parpadeo de mi vida que es mi existencia, puedo no solo asomarme a las grandes preguntas, echar una mirada rápida fuera del ámbito de la caverna de Platón, sino también devolver lo recibido a la comunidad. Porque me siento en deuda con todos aquellos que me han cedido su conocimiento, y ahora soy una suerte de correa de transmisión, y necesito trasladarlo a otras personas y disfrutar de cómo se les dilatan los ojos por la curiosidad y el sentido de la maravilla.

Bonus track: quiero dejar un legado más allá de mis genes. Un legado memético. Que algún segmento de este código, como el codificado por la A, la G, la T o la C del ADN, arraigue como un virus en algún cerebro incauto.

42: CUÁL ES EL SENTIDO DE TODO

Todas estas respuestas, cada una encajada en su propio nivel, tiene su servicio. Cada una es cierta a su manera, en función del grado de escrutinio, el enfoque y la capacidad de salir de la caja. Pero, en puridad, todas ellas son explicaciones reduccionistas. En suma, respuestas imprecisas que pueden instalarse en uno u otro punto de una infinita espiral conceptual.

Sin embargo, tendemos a creer que sabemos por qué suceden las cosas. Y, por consiguiente, también creemos que podemos pronosticar lo que va a pasar, y actuar en consecuencia. Un mito retroalimentado por cómo nos han contado la historia: como una narración coherente.

Esta idea de que los hechos son como piezas en un mecano, cuyas interacciones podemos no solo entender, sino incluso modificar a nuestro antojo, no solo distorsiona la historia, sino nuestra propia existencia individual. Es lo que finalmente propicia el llamado sesgo retrospectivo: un sesgo cognitivo que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos, en favor del resultado final. Finalmente, una persona quedará persuadida, mesmeriada por la idea de que un determinado evento ya sucedido era previsible, cuando en realidad no tenía por qué ser así.

Tenemos una idea lineal de los hechos, no compleja. Una sucesión de causas y efectos simples, no una red inextricable de bucles retroalimentados donde nada ni nadie dirige nada. Sin embargo, tenemos la propensión a considerar que hay genios, inventores, literatos, políticos, revolucionarios que han tomado las riendas del destino del mundo, cuando en realidad es el mundo el que los mantiene cautivos.

La idea de autor o agente, de hecho, es relativamente reciente. Se conceptuó en su sentido moderno de un modo progresivo a lo largo del siglo XV, coincidiendo con el creciente interés por los estados mentales. También la industrialización, que dio lugar a la producción de copias en masa, facilitó la generación del culto al original como reacción. El cambio de paradigma puede rastrearse con el aumento de los epónimos para bautizar nuevos territorios (América), leyes científicas (ley de Boyle), formas de pensamiento (newtoniano), partes anatómicas (trompas de falopio), etc.

Por eso nos creemos autores. Autores de nuestras vidas. Protagonistas de la Historia, así, con enfática mayúscula. Incluso escritores, como el que ahora está oprimiendo teclas mientras apura su café. Escritores que se atreven a responder acerca de la razón que subyace a lo que hacen. Cuando la única respuesta es, siempre, «42».

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