Las dudas, la teoría y la práctica del sexo y el arte de la seducción son inherentes al ser humano. Y, sin embargo, tendemos a demonizarlas. Mas si se trata de personas en edad madura, entonces o no existe o no es de decoro sacarlo a relucir. Pero podemos pensar que esto empieza a modificarse.
Resulta extraño que alguien se corte dentro de su grupo de iguales a la hora de contar experiencias, fantasías o frustraciones. Sin embargo, hay que añadir dos pegas a esta aseveración: la cosa cambia si eres mujer y es extremadamente distinta si encima has pasado la menopausia. El silencio se impone en tales situaciones. Por vergüenza, por incomodidad o por el peso machista de la sociedad.
«Hay un silencio absoluto sobre el cuerpo femenino y sus funciones. Sobre la regla y la menopausia o sobre la masturbación femenina. Y, si no, hay estigmatización: cuando se muestra deseo, a ellas se les llama putas –o pumas, si son de mediana edad (traducción de cougar, acepción inglesa para mujer mayor que busca chicos jóvenes)– y a ellos nada», responde Anna Freixas (Barcelona, 1946), que acaba de publicar el libro Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez en la editorial Capitán Swing. «Forma parte de un diseño patriarcal de la sociedad. El embudo tiene la parte ancha para los hombres y la estrecha para las mujeres. Ahora se trata de convertirlo en un cilindro», indica la psicóloga y escritora.
Llega este razonamiento en medio de una reivindicación cada vez más visible. Muchos sexólogos apuntan que la plenitud sexual se obtiene hacia los 40 años. Y que, aunque en la mujer se produzca una alteración hormonal en la menopausia, el problema del descenso de libido o de gozo es más psicológico que fisiológico.
Otro manual de reciente publicación coincide con las tesis de Freixas, apodada como «impulsora de la gerontología feminista». En La sexualité des femmes n’est pas celle des magazines (La sexualidad de las mujeres no es la de las revistas), de la psicoterapeuta y sexóloga Catherine Blanc, se defiende que las mejores relaciones íntimas ocurren entre los 50 y los 60 años porque se prioriza la sensibilidad a la fogosidad. La ternura gana terreno, así como la creatividad, la libertad o la veteranía. Cejan las inseguridades y el disfrute es pleno.
«Históricamente, las mujeres hemos desaparecido de la vista social a partir de los 50», cuenta Freixas. La que fue catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad de Córdoba introduce en su libro en el concepto de «deseo de piel».
«Es un deseo que tienen los seres humanos toda la vida, desde que nacemos. Qué mejor para el bebé que sentir la piel de su madre desnudo cuerpo a cuerpo. Eso lo mantenemos toda la vida y muchas veces es negado a la gente mayor. A partir de determinado momento, los hijos y las hijas, los vecinos, estigmatizan esa cercanía, que puede llegar a ser genital, pero tiene mucho también de placentero y corporal».
Tenemos ejemplos del doble rasero al departir sobre este tema. Dos casos actuales. Donald Trump y Emmanuel Macron. Tanto el presidente de Estados Unidos como el de Francia tienen una abultada diferencia de edad con sus respectivas parejas. Trump, de 71 años, está con Melania, de 47; Macron, de 40, comparte su vida con Brigitte, de 65.
Para el primero nunca hubo un escándalo. Para el segundo llovieron titulares con calificativos del tipo «matrimonio insólito» o «atípica historia de amor». «Se perpetúa la imagen de la mujer asexuada a partir de los 50 porque interesa al mercado sexual del patriarcado», concede Freixas; «nos echan para justificar su preferencia por mujeres jóvenes».
Prolongar estas actitudes provoca miedo. El silencio y los tabúes impiden conocerse a uno mismo. «Hay que pararse a legitimar los deseos», expresa Freixas. «Hacer esta reflexión implica que haya una invitación social a que se hable de estas cosas», añade.
No solo por el bienestar vital a cierta edad, sino por una educación temprana adecuada. «Es que incluso la regla se oculta o se arroja como un insulto. Se dice: ‘¿Qué pasa, estás con la regla?’ como si fuera algo malo», arguye. «El cuerpo es un deseo hasta que te mueres. Ya sea deseo genital, sensual, de piel, de compañía: la importancia de hablar de esto es reconocer que es muy diverso y que todo es válido siempre que salga de la libertad».
Contrasta con este silencio la sexóloga Ana Sierra, que acaba de publicar Conversaciones sexuales con mi abuela. Un manual desenfadado que recorre desde los procedimientos estigmatizados o prohibidos unas décadas atrás hasta los hábitos más comunes de la actualidad y que propone el mindfulsex. Sierra dialoga con una de sus referentes vitales –en ocasiones asustada ante el despiporre de la juventud– y sobre todo intercambia ideas.
«Mi abuela me ha enseñado mucho de la sexualidad. Cuando hablamos de sexo parece que nos centramos en los genitales, y ella me mostró que la sexualidad es un presente, que está presente a lo largo de nuestra vida, que tenemos que tener consciencia plena en el momento y que es un regalo, un presente».
«También me ha enseñado que la edad es una actitud, no un número biológico, y cualquier persona tiene mucho que dar y puede necesitar esa sexualidad siempre, en beneficio propio o a regañadientes, solos o acompañados», arranca la autora, que abre el libro con un cita de Einstein. El científico afirma que «no sabes realmente nada hasta que puedes explicárselo a tu abuela».
Ana Sierra cree que aunque «ligamos de forma distinta o tenemos actos de forma distinta», en el fondo no hemos cambiado mucho. «En mi día a día me encuentro con comentarios que podrían haber sido de mi abuela. Incluso cuando hablo con amigos me doy cuenta de que digo cosas parecidas», sostiene. «A veces hasta mi abuela era más abierta, porque llega un momento en que te da igual todo».
Esto no evita que siga existiendo un filtro a la hora de hablar, sobre todo en cuestiones de género. «Es verdad que muchas mujeres tienen aún problemas con sus genitales, que no se los han visto o no se han tocado. Ellos tienen una relación, digamos, más sana con su pene, aunque haya muchos complejos por el tema de tamaños. Y que los hombres tengan los genitales expuestos hace que se sepa más. Los hombres, aunque sea por una cuestión fisiológica, se los tocan varias veces al día para orinar. Ellas a veces lo ven como algo incluso sucio. Y nos han enseñado a ser más pudorosas, lo llevamos en el ADN».
Se encuentra sexo en todos los lugares, pero aún chirría sacarlo a colación en según qué contextos. Sea por la supuesta inexistencia de deseo en una edad adulta o por las trabas añadidas a mujeres u orientaciones fuera de la heterosexualidad.
«El sexo está menos oculto porque se muestra en redes y lo vemos a menudo. Estamos hipersexualizados en muchos sentidos, pero la libertad sexual es relativa», señala la sexóloga, «muchas veces nos intentan decir qué es normal y lo no normal, y eso propicia callarse por miedo a ser rechazado por el grupo. Lo que hace falta es hablar y, sobre todo, educación».