En 2009, un ciudadano galés de 43 años abusó sexualmente de una joven de 16 años. Al día siguiente, la agredida (que había dormido en la casa del hombre) había huido. El hombre, que no entendía nada, le había mandado cartas preguntándole si todo estaba bien. Semanas más tarde le llegaba una citación judicial. El juicio se celebró y pasados dos años el hombre fue absuelto de los cargos. Durante el juicio, la esposa del hombre y una antigua pareja habían confirmado que, con nocturnidad y eventualmente, practicaba sexo sin ser consciente ni recordar nada al día siguiente. El juez reconoció que la sexsomnia era motivo suficiente para absolver al agresor.
La sexsomnia es, en el sentido literario de la palabra, una pesadilla; en el sentido literal, una parasomnia. Raúl Padilla, terapeuta sexual, la define así: «Es un trastorno del sueño en el que se producen conductas sexuales mientras se encuentra en un sueño profundo, pero de las cuales la persona no guarda recuerdo alguno una vez que ha despertado». Y añade las formas en que se puede manifestar: «Puede ser masturbación, lenguaje obsceno, interacción con otras personas conocidas o no, a todos niveles, incluso coito o incesto».
SEXSOMNIA Y PRENSA
Es difícil hablar de la sexsomnia en clave científica porque, como dice el aforismo, el plural de anécdota no son datos. Los casos se cuentan por goteo y gran parte de la literatura científica que la ha tratado es conjetural. De hecho, incluso su vida (si es que se puede decir que las parasomnias tienen vida) es corta o joven. Fue descubierta por el doctor Colin Shapiro, quien firmó en 1996 un artículo titulado Comportamiento sexual en el sueño, una nueva parasomnia.
La escasez de textos periodísticos relativos a la sexsomnia, hasta hace bien poco, también es significativa. Si bien es cierto que el artículo referenciado al comienzo del texto es de 2011, la mención se da de forma tangencial. Y apenas examina el concepto.
Uno de los primeros textos periodísticos que abordan la sexsomnia con profundidad e inteligencia lo firmó Stephen Klinck en 2014 y está escrito en primera persona. 2014 fue también el año en que la sexsomnia fue reconocida como enfermedad según la Clasificación de Trastornos de Sueño III.
Y 2016 fue el año en que la Fundéu recomendó escribir sexsomnia antes que sexomnia. A partir de ahí, el goteo de textos ha sido constante: sexólogos se han especializado en el tema y medios generalistas (de La Sexta a La Vanguardia) han tratado el tema.
SEXSOMNIA Y SU DIMENSIÓN ACADÉMICA
Gran parte de la literatura médica que se refiere a la sexsomnia está escrita en condicional. Se dice que podría tener relación con otros trastornos de la conducta del sueño manifestados en la infancia o con el bruxismo o que los medicamentos que inducen al sueño podrían potenciarla. También son algo difusos (y podrían servir para prevenir otras enfermedades como, por ejemplo, la cirrosis) los consejos de prevención: no cenar mucho, hacer deporte, beber moderadamente o no drogarse. Dicho de otra forma: no existe un medicamento específico que cure la sexsomnia.
Lo cierto es que la sexsomnia es una verdadera ruleta rusa. Una vez que se manifiesta es imposible saber qué factores la van a desencadenar. Ni la luna llena, ni la temperatura exterior, ni el lugar en el que se duerme. Ninguno de estos elementos son factores desencadenantes. Sí que lo son, por ejemplo, el alcohol o el estrés, según algunos estudios, pero tampoco son determinantes. Y la ausencia de ambos solo reduce las posibilidades de manifestación. Nadie asegura que una vida abstemia equivalga a una vida sin sexsomnia.
Uno de los estudios más exhaustivos fue publicado por el Journal of Clinical Sleep Medicine. Una de las cosas más interesantes de este texto es que hace referencia, ya no al porcentaje de la población que la sufre (Raúl Padilla dice que entre un 1% y un 2%) sino al porcentaje de parasomnes que la padecen.
El texto, según un estudio de la University Health Network en Toronto (Canadá), dice que un 7,6% de la gente que sufre parasomnias tiene sexsomnia. El problema es el que indicábamos al principio del artículo: la muestra es muy pequeña. Se basa en los casos de 832 pacientes. Aun así, también es interesante conocer otra conclusión de ese estudio: es más frecuente en hombres (11%), que en mujeres (4%).
En lo relativo al diagnóstico, la sexsomnia tampoco es fácil de reconocer y es necesario esperar a que se manifieste. Una vez manifestada, Raúl Padilla aconseja tratarla en un Instituto del sueño: «Se hace una polisomnografía, un estudio del sueño, para ver cuál es su actividad durante las distintas fases del sueño. Si durante la fase N-MOR (o no REM) se produce un incremento significativo de la movilidad, podemos empezar a suponer la existencia de sexsomnia».
LO TERRIBLE DE LA SEXSOMNIA
La relación del sexo con el sueño, por cierto, cristaliza en este término. Pero también en otros como somnofilia, que es la atracción hacia la persona que está durmiendo. O el de los sueños eróticos. Claro que la principal diferencia entre estas tres cuestiones es que mientas la somnofilia es un deseo y los sueños eróticos ocurren en el escenario de los sueños, la sexsomnia ocurre en la vida real y tiene consecuencias reales.
Aunque lo terrible de la sexsomnia, que bien pudo haber inspirado a Oliver Sacks en alguno de los capítulos de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, es que no solo afecta a quien la sufre. A diferencia del bruxismo o de la parálisis del sueño, la sexsomnia, como hemos visto en el caso del ciudadano galés (por cierto, no es la única vez en que sexsomnia y justicia se han visto las caras) afecta al paciente, sí. Pero también, retomando los términos jurídicos, a la contraparte o a un tercero. Es decir, a toda persona que no ha concurrido con su voluntad a la formación de un acto jurídico (sexual, en este caso).