‘Sherlock’ y la lógica de los sueños

Todas las películas y series están llenas de agujeros lógicos y dramáticos. Como la vida misma. «Esto no tiene sentido», decimos si faltan piezas (lógica) o momentos (drama) para entender por qué X se casó con Z o Y se fue para no volver. Sin embargo, cuesta aceptar los agujeros en la narrativa audiovisual. El público demanda explicaciones; al menos, para la cuestión principal. Nadie había en la habitación para escuchar a Charles Foster Kane decir «Rosebud», pero el espectador queda satisfecho al saber qué significa. El agujero no impide que Ciudadano Kane esté en todas las listas de películas más influyentes del cine.

Los amigos de la lógica

Si todas las películas tienen agujeros, ¿por qué unas son acusadas de ilógicas y otras no? Los deseos, las expectativas, la predisposición, quizá. Hay quienes rechazan el cine musical o el de ciencia ficción o el de superhéroes por irreales. Quienes cuentan las balas que salen de un revólver. Quienes no admiten las elipsis si no van antecedidas por un «nos vemos en» o «vamos a». Hitchcock llamaba «amigos de la lógica» a los demandantes de escenas explicativas. Escenas que por su lógica secuencial lastran la naturaleza de las historias en imágenes: la naturaleza del sueño.

Las imágenes en acción y la naturaleza de los sueños

En los sueños se pasa de la cocina a una montaña nevada y de aquí a una feria en el siglo XIX sin escenas intermedias. El único asidero en los sueños es uno mismo. En una película o serie, el asidero es el protagonista. Si lo amamos, aceptamos que nos lleve de la mano por cualquier historia. Por esto, quienes aman al Sherlock de Cumberbatch no critican las elipsis en El problema final (capítulo 4×03).

Los amigos de la lógica exponen: ¿Cómo es posible que Eurus salga y entre de la prisión a su antojo? ¿Quién encadenó a Watson en el pozo? ¿Cómo pudo Eurus secuestrar la voluntad de sus carceleros? ¿El alcaide no sospechó de la conspiración en ningún momento? Agujeros para los amigos de la lógica; elipsis para Moffat y Gatiss, los guionistas, que prefieren la rapidez a las explicaciones, el golpe teatral a la exposición. Los autores saben que completar los huecos hubiera hinchado el episodio en más de 90 minutos. Para explicar cómo Eurus llegó a controlar la prisión se necesitaría una trama paralela a las aventuras del médico y el detective durante varios episodios.

No necesitamos ver cómo Eurus da instrucciones a sus secuaces. Sí queremos que Sherlock resuelva el enigma principal: ¿salvará a la niña? Y el problema final: ¿sacará a Watson del pozo? Sherlock contra el reloj como el conejo de Alicia. Eurus, como la Reina Roja con sus arbitrarias decisiones.

Sabor a epílogo

Y, a pesar de la rapidez, los guionistas se permiten zanjar cuestiones. Muestran el amor entre Sherlock y Mycroft aunque tengan sus más y sus menos. Mycroft se muestra odioso para recibir el disparo de Sherlock. Este prefiere suicidarse. Finalmente, el detective pide a Lestrade que cuide a su hermano.

Por otro lado, el capítulo humaniza a Mycroft. Le vemos emocionarse con un melodrama en blanco y negro. Le vemos asustado en su casa y descubrimos su frustrada vocación como actor de teatro. El violín para la hermana es una muestra de cariño hacia ella aunque la tema. Finalmente, acepta como un niño una reprimenda de los padres por ocultar la existencia de Eurus.

Sherlock afirma ante Mycroft que John Watson «es familia». Es tajante y sincero. A Sherlock le cuesta verbalizar sentimientos como queda claro al decir «te quiero» para salvar la vida de Molly, la forense. Con Barbarroja se explica por qué Sherlock teme amar: no quiere volver a sufrir una pérdida. La recuperación de la relación con Eurus cicatriza el corazón de un Sherlock que una vez se declaró sociópata a gritos. Mary vio la fragilidad de Sherlock y supo que los chicos de 221B de Baker Street se necesitaban, como declara en el DVD. Una carta de amor hablada. La carta de una rendida admiradora.

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