Vinod Khosla (Delhi, 1955) es mucho mรกs que un milmillonario de origen indio de los que pueblan con sonrisas relajadas, piel de bronce y dientes blanquรญsimos las listas de Forbes. Su vida trasciende como la de esos emprendedores alucinantes que brotan o echan raรญces en la tierra, removida por el viento salado y la niebla, de la bahรญa de San Francisco. Khosla es el espejo en el que se miran los รบltimos cuarenta aรฑos de Silicon Valley, sus contradicciones, sus utopรญas, sus รฉxitos y tambiรฉn sus fracasos con dinero pรบblico. Fue รฉl quien abriรณ y presidiรณ Sun Microsystems con solo 27 aรฑos, quien se convirtiรณ en una de las estrellas del rock del capital riesgo desde su despacho de Kleiner Perkins Caufield & Byers y quien fundรณ en 2004, en plena resaca tras el estallido de la burbuja de las puntocom, Khosla Ventures, una firma con la que esperaba, entre otras cosas, provocar una revoluciรณn en el mundo de las energรญas renovables.
El legendario inversor habรญa estudiado ingenierรญa elรฉctrica en Delhi, en uno de esos institutos tecnolรณgicos donde los procesos de selecciรณn habrรญan hecho las delicias de un amante de las guillotinas. Despuรฉs llegรณ el mรกster en ingenierรญa biomรฉdica en la Universidad Carnegie Mellon, cofundada por Andrew Carnegie, santo patrรณn de los empresarios filรกntropos y generosos en Estados Unidos y homo antecessor de los que se pasaron de sapiens dรฉcadas despuรฉs en Palo Alto o Cupertino. Por fin, completรณ el cรญrculo de su formaciรณn acadรฉmica con un MBA en Stanford, donde conocerรญa a dos de los tres socios con los que lanzarรญa Sun Microsystems. Sun no significaba sol; era el acrรณnimo de Stanford University Network.
Habรญan llegado los ochenta, una รฉpoca en la que no solo merece atenciรณn la lucha a brazo partido por el ordenador personal entre Apple e IBM (spoiler: se lo partieron a Apple) o el nacimiento de Microsoft. En realidad, estaba ocurriendo algo todavรญa mรกs importante: muchas de las piezas de la identidad del Valle de Silicio (la forma en la que sus miembros se percibรญan a sรญ mismos como los prรญncipes de un reino electrรณnico donde no se pondrรญa el sol) empezaban a encajar como solo lo hacen las caras de un cubo de Rubik en buenas manos.
La primera pieza la aportรณ Marshall McLuhan, teรณrico de la comunicaciรณn y filรณsofo canadiense, con su concepto de la โaldea globalโ, un espacio comรบn que compartรญamos cientos de millones de seres humanos enchufados a la permanente aspersiรณn de informaciรณn, ficciรณn y escรกndalo de los medios de comunicaciรณn de masas. Esa aldea no tardarรญa en adquirir los tintes romรกnticos de Stewart Brand, creador de la legendaria comunidad virtual The WELL en 1985, y la televisiรณn, los periรณdicos o las radios de la fรณrmula original fueron reemplazados gradualmente por pequeรฑos vecindarios digitales que luego convergerรญan en el ocรฉano de internet. Algรบn dรญa, todos llegarรญamos a estar interconectados y nuestra inteligencia colectiva crearรญa un mundo mejor.
La rebeldรญa, la arrogancia
No confundieron ese sentimiento de comunidad e interconexiรณn con el colectivismo soviรฉtico, porque en gran medida el fantasma de Ayn Rand, la expatriada rusa que se criรณ y falleciรณ en Nueva York en 1982, estaba allรญ para recordรกrselo con tres de los valores que los moradores del valle escogieron de entre todas sus ideas. Segรบn la novelista, los creadores e inventores especialmente originales eran revolucionarios y ยซbenefactores de la humanidadยป y merecรญan una valoraciรณn superior a la de la masa (manipulada por lo general para defender el statu quo). Tambiรฉn decรญa que el capitalismo con la menor intervenciรณn pรบblica posible era el mejor garante de la libertad y que la defensa exclusiva del interรฉs individual, aunque aplastase por el camino los intereses de los demรกs, era tan noble como cualquier forma voluntaria de altruismo.
Mientras la mezcla de las ideas de McLuhan, Brand y Rand tomaba consistencia en el fuego lento de las dรฉcadas, los jipis, que habรญan alcanzado la mayorรญa de edad en los sesenta, superaban la barrera de los treinta aรฑos y se acercaban a la primera baliza que los seรฑalarรญa como carcas en los noventa: iban a ser tan cuarentones como los padres contra los que se habรญan rebelado exhibiรฉndoles mandalas y porros mientras les echaban agua bendita y los sometรญan a sesiones continuas de Frank Sinatra. Por suerte para ellos, estos treintaรฑeros tardรญos y cuarentones llegaron a la conclusiรณn de que podรญan seguir viviendo su rebeldรญa quizรกs no en las calles o en muchas de sus oficinas, pero sรญ ganando dinero en las nuevas avenidas digitales que prometรญa internet. Aquรญ es donde aparece la figura de John Perry Barlow.
Barlow publicรณ el 8 de febrero de 1996 la Declaraciรณn de independencia del ciberespacio, un manifiesto que removiรณ la tierra de California como solo sabe hacerlo la Falla de San Andrรฉs. El texto dejaba claro que los gobiernos nunca tendrรญan la capacidad de imponer sus normas al reino digital, una aldea global de la mente que utilizarรญa ese enorme caudal de inteligencia colectiva para construir un mundo mejor. La rotundidad escondรญa una realidad mucho mรกs frustrante: sabรญa que las infraestructuras que hacรญan posible internet se lo debรญan todo en sus inicios al dinero pรบblico de una instituciรณn tan abiertamente estatal y nacionalista como el Departamento de Defensa de Estados Unidos y que el acceso de la gente a la Red dependรญa en รบltimo tรฉrmino de la voluntad de cada paรญs.
Si la declaraciรณn del orgulloso firmante encarnaba muchas de las contradicciones que pueden encontrarse hoy en el runrรบn de la Bahรญa de San Francisco o en los libros que han escrito emperadores de Silicon Valley como Peter Thiel o Eric Schmidt, las circunstancias del propio Barlow tampoco se quedaban atrรกs. Para empezar, publicรณ su manifiesto en el Foro Econรณmico Mundial de Davos, donde habรญa tenido que ir para intentar seducir a los mismos lรญderes polรญticos a los que habรญa expulsado de su reino. En segundo lugar, uno de los orรญgenes de su ira tenรญa que ver con la aprobaciรณn de una ley, la Telecommunications Act, que podรญa poner internet en manos de grandes multinacionales como el gigante de la energรญa Westinghouse. En tercer lugar, รฉl habรญa cofundado Electronic Frontier Foundation, un lobby dedicado a defender y presionar al estado para que no se pusieran en peligro los derechos civiles del ciberespacio.
Amar la polรญtica
En 2013, Vinod Khosla, nacionalizado estadounidense, se habรญa convertido en un lobista mucho mรกs influyente que Barlow. A sus รฉxitos y fracasos legendarios como inversor de capital riesgo se unรญa un olfato especial para embelesar a los polรญticos y pasarles despuรฉs el cepillo de los subsidios y las ayudas. En 2012, financiรณ Priorities USA Action, uno de los tentรกculos de la propaganda que intentaba garantizar la reelecciรณn de Barack Obama, al mismo tiempo que fichaba a tres ex altos cargos de la administraciรณn Bush como asesores de sus empresas: Condoleezza Rice (secretaria de Estado), Robert Gates (secretario de Defensa tambiรฉn con Obama) y Stephen Hadley (consejero de Seguridad Nacional). Un aรฑo despuรฉs celebrรณ un evento para recaudar dinero para la campaรฑa del primer presidente negro que cobrรณ a cada uno de los invitados 32.400 dรณlares por sentarse a la mesa.
[pullquote class=ยปrightยป]John Perry Barlow publicรณ el 8 de febrero de 1996 la Declaraciรณn de independencia del ciberespacio. El texto dejaba claro que los gobiernos nunca tendrรญan la capacidad de imponer sus normas al reino digital, una aldea global de la mente que utilizarรญa ese enorme caudal de inteligencia colectiva para construir un mundo mejor[/pullquote]
Se habรญa convertido en el puente de oro que conectaba a los gigantes verdes de la energรญa (bondadosos por naturaleza frente a los gigantes negros del petrรณleo), a Silicon Valley y Washington, y habรญa decidido que iba a salvar el mundo capitaneando una revoluciรณn de energรญas verdes y a ganar muchรญsimo dinero con ella. Fusionaba asรญ los sueรฑos de los ecologistas jipis, las ansias de forrarse haciendo el bien que albergaban algunos yuppies y los especuladores de las puntocom, y la demostraciรณn de un compromiso con esa ciudadanรญa interconectada del siglo XXI que alguien habรญa llamado โaldea globalโ. Utilizarรญa el poder de Khosla Ventures, una firma de capital riesgo que habรญa fundado en 2004 y que poseรญa un mรบsculo financiero tremendo de mรกs de 4.000 millones de dรณlares para hacer realidad sus ambiciones.
Pero a sus anhelos no les sentaban bien las crรญticas. Cuando un reportaje realizado por la CBS cuestionรณ su capacidad para cumplir sus objetivos recordando que muchas de sus empresas de biocombustibles habรญan perdido un 80% de su valor en Bolsa, les contestรณ en una carta abierta que no entendรญan nada del negocio y los acusรณ de practicar un periodismo bastardo y sensacionalista. Parecรญa cumplirse la maldiciรณn que Ayn Rand habรญa dibujado en la novela y posterior pelรญcula de El manantial: los grandes genios y creadores tienen que pagar su grandeza enfrentรกndose a los mediocres de su รฉpoca y, muy especialmente, a la prensa sensacionalista que utilizan para echarles a las masas encima.
Khosla Ventures abriรณ en 2010 una planta experimental que iba a procesar trozos de madera convirtiรฉndolos en un tipo de hidrocarburo que podrรญa utilizarse, por ejemplo, como combustible para cualquier vehรญculo. Aseguraron que estaban dispuestos a instalar plantas parecidas por todo el paรญs, pero que necesitaban un estado que les diera facilidades para construir la primera con vocaciรณn comercial. Despuรฉs de prometer una inversiรณn de 500 millones de dรณlares y la creaciรณn de 1.000 puestos de trabajo para diciembre de 2015, Mississippi, con un gobernador republicano muy prรณximo a la firma de capital riesgo, le concediรณ un crรฉdito de 75 millones de dรณlares a veinte aรฑos sin intereses que se sumaron a los subsidios federales y a los recursos que el propio inversor puso sobre la mesa.
El pasado 10 de noviembre la sociedad que gestionaba la planta, KiOR, se declarรณ en quiebra y mรกs de 2.000 acreedores, Bill Gates entre ellos, se quedaron sin su dinero. Algunos accionistas han acudido a los tribunales, porque aseguran que les vendieron humo y que la planta ni siquiera estaba bien diseรฑada. Vinod Khosla habรญa reconocido en su carta abierta a la CBS pocos meses antes que ni sabรญa demasiado de energรญa ni lo creรญa necesario para revolucionar el sector, aunque en 2011 y 2012 habรญa fracasado con dos empresas de biocombustibles embadurnadas previamente con mรกs de 300 millones de dรณlares en ayudas pรบblicas. Dijo que habรญa cosechado un triunfo memorable con Sun Microsystems sin formaciรณn previa en computaciรณn y que a otros muchos en Silicon Valley como Google o Amazon les habรญa pasado algo parecido. Tenรญa derecho a seguir experimentando. Era, como ellos, un benefactor de la humanidad.
Ilustraciones: Rocรญo Caรฑero
Silicon Valley: anatomรญa de un fracaso

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