Hasta los 12 años, Merry L. Morris tenía un aliciente más para bailar. Su padre solía acompañarla de vez en cuando. Pero a partir de 1980 eso dejó de pasar. Un grave accidente de circulación, que de milagro no acabó con él, lo dejó postrado en una silla de ruedas.
La vida de su padre había cambiado para siempre. Pero la de Merry y el resto de su familia, también.
Sobre todo la de su madre, principal implicada en los cuidados diarios que su marido requería. La severa lesión cerebral que padecía el señor Morris le sometía a una dependencia total, lo que para su esposa se traducía en una lucha diaria con multitud de frentes abiertos. Como a todo buen cuidador, le tocó convertirse en experta en la enfermedad de su esposo y en todo lo que le rodeaba. Por ejemplo, en sillas de ruedas. Cuenta Merry que llegaron a probar con seis tipos diferentes, pero ninguna les convencía. Demasiado aparatosas, poco prácticas,…
Ninguna facilitaba la labor de la señora Morris. Y, ni mucho menos, permitía a Merry cumplir el sueño que llevaba callando desde los doce años: volver a bailar con su padre. Tampoco hasta entonces había compartido con nadie su idea de desarrollar su propio prototipo de silla de ruedas, que le venía rondando por la cabeza desde hacía tiempo.
Merry no es ingeniera pero no considera que su propósito deba considerarse chocante: “No creo en esas categorías que definen a la gente tan categóricamente: ingeniero, bailarina… Muchos aspectos de la vida contribuyen a la esfera de conocimiento de una persona y explican quién es. Yo soy bailarina y profesora de la Universidad del Sur de Florida pero también diseñadora, y concibo formas y maneras en las que los cuerpos en movimiento se involucran en el espacio e interactúan entre sí”.
También se considera investigadora, porque durante muchos años ha ensayado junto con su madre con numerosos dispositivos y herramientas terapéuticas para mejorar la calidad de vida de su padre. “He invertido mucho tiempo estudiando los aspectos físicos y mecánicos del movimiento”.
De esas pesquisas se derivaban conclusiones y también hipótesis, algunas relacionadas con la dinámica y la interactuación entre cuerpos y máquinas… Merry, en el fondo, agradecía su dilatada experiencia con las sillas de ruedas de su padre. De cada una de ellas había aprendido algo: sus características más útiles y aquellas que el día a día demostraba que eran inservibles.
El momento más difícil, en el que su silla dejaba de ser una idea para convertirse en un producto real, había llegado. Su trabajo en la universidad le proporcionó un amplio abanico de posibilidades en forma de recursos y contactos que Merry aprovecharía en las primeras fases del proyecto. Más tarde comenzó a asociarse con empresas ajenas al ámbito universitario, como la compañía Vertec Inc, especializada en sillas de ruedas y con la que la profesora sigue trabajando actualmente en el perfeccionamiento de la silla.
La silla de ruedas que Merry pudo desarrollar gracias a las becas internas de la propia Universidad de Florida y al dinero logrado tras alzarse como ganadora en un certamen de creatividad, es ominidireccional y se puede controlar con un smartphone (en concreto, con el Samsung Galaxy III). Su altura es ajustable, su asiento rota en todas las direcciones y el control de inclinación es total. La principal diferencia respecto a las sillas tradicionales es que es el propio usuario puede propulsar la silla con sus movimientos, solo con girar o mover el torso, brazo o cabeza, y sin necesidad de mover las ruedas con las manos o con una palanca.
Merry asegura que la suya es una silla pensada para la multitarea: “Por ejemplo, cuando el control inalámbrico del teléfono se une a la del torso permite a una persona realizar varias tareas con sus manos mientras se transporta de un lugar a otro”. El smartphone, además, posibilita la opción de que sea otra persona la que controle de manera remota el movimiento de la silla cuando el usuario no pueda controlar el dispositivo.
La libertad de movimientos que permite la silla facilita la labor de rehabilitación y recuperación, ya que frente a la naturaleza estática de la mayoría de modelos manuales o motorizados, la de Merry ayuda a los usuarios a mantener el tono muscular del usuario para prevenir problemas tan usuales en este tipo de casos como la obesidad o los problemas cardiovasculares y circulatorios. También evita los problemas en los hombres que suelen degenerar a largo plazo las sillas que requieren de propulsión manual.
Los años de investigación, de tormentas de ideas, de pruebas de ensayo y error de Merry habían derivado en una silla que permite que personas como su padre puedan abordar su día a día con más independencia, y que cuidadores como su madre también lo tengan mucho más fácil. Y, además, había acercado un poco más su propio sueño, porque su silla también permitía bailar a los que no podían hacerlo con sus piernas, como su padre.
Merry ha testado la silla con diversos bailarines en silla de ruedas de Nueva York, Canadá y Florida. “Todos han respondido con entusiasmo con las opciones que permite en términos de movimiento espacial en todas las direcciones, cambio de altura y por su sistema de control móvil . Se abre un repertorio totalmente diferente para la danza”.
La profesora continúa probando las posibilidades de su silla. Está convencida de que con ella podrá seguir eliminando barreras para todos aquellos que quieren acercarse a la danza pese a sus limitaciones físicas. Pero también acabar con muchas de los obstáculos que la invalidez impone en la vida diaria de las personas con este problema.
“Sigo trabajando en la mejora de su potencial y con ganas de conseguir que llegue cuanto antes a manos de aquellos que podrían beneficiarse de ella”. Mientras, Merry sigue a la espera de conseguir la patente de su silla. Y también de la financiación necesaria para dar los siguientes pasos. Por eso ha abierto una cuenta en la Universidad en la que trabaja para todos aquellos que estén interesados en convertirse en mecenas del proyecto.