Las obras de arte se explican por sí mismas, al menos en una gran parte. Sin embargo, el disfrute pleno de una pintura o una escultura depende de conocer los elementos de contexto que la rodean: al hacerlo, no solo aumenta la capacidad para comprender las implicaciones del objeto, sino que se abre la puerta de la curiosidad hacia otros campos del saber como la historia o la técnica. Esa es la filosofía que sigue Smartify, una aplicación móvil que permite exprimir al máximo los museos y las galerías.
Al igual que la app Shazam escucha la música del ambiente, la reconoce y chiva el título y el autor, Smartify observa la obra de arte y, a través de tecnología de realidad aumentada, la identifica y ofrece una descripción completa. Basta con colocar la cámara del móvil frente al objeto para, en unos segundos, recibir la historia, una nota biográfica del autor, críticas o vídeos.
La app compensa la falta de información de la que adolecen muchos museos. Conocer el nombre del autor y el título de la pintura aporta poco. Si se analiza en términos de método de aprendizaje, este sistema se correspondería con la memorización mecánica (aquella cosa de repetir el nombre de los reyes godos), mientras que la propuesta de Smartify caminaría en favor del conocimiento a través de la relación entre datos y la comprensión del conjunto.
Anna Lowe, cofundadora de la empresa, cuenta a Yorokobu que la intención es resignificar los teléfonos móviles más como forma de fomentar la implicación y el interés que como distracción. «Nuestros smartphones son una poderosa herramienta para acceder al conocimiento. Nosotros estamos proveyendo información como lo haría una audioguía o un catálogo, pero de manera más interactiva, portátil y accesible», explica Lowe. «Imagina tener un amigo entusiasta y con mucho conocimiento contándote más acerca de las obras de arte; imagina la conexión y el disfrute que esto te traería».
El proyecto nació de la afición artística de los miembros del equipo: «Siempre hemos amado visitar museos y galerías. Nos dimos cuenta de que desarrollábamos un entendimiento mayor y una conexión más profunda con las obras cuando aprendíamos sobre su contexto mientras las mirábamos», recuerda Lowe.
La información que dispensa Smartify procede de los propios museos y galerías que colaboran con ellos. Se han asociado con el Louvre, el MOMA, el Cartoon Museum de Londres o el British Museum. En total, unas 30 instituciones artísticas de todo el mundo.
También obtienen textos en distintos idiomas o contenidos de los que a veces los museos no disponen a través de la Fundación Wikimedia. Con estos mimbres, según Lowe, Smartify «se convierte en parte de la experiencia del museo en sí mismo». Además, permite «llevarte los recuerdos a casa» al ofrecer la posibilidad de crear una colección digital personalizada que puede compartirse con otros usuarios.
La app emplea la realidad aumentada para conseguir identificar las obras y además aprende por sí misma a reconocerlas a través del proceso machine learning. El sistema procesa la imagen en tiempo real y ejecuta una suerte de pensamiento inductivo a alta velocidad hasta dar con el mejor resultado.
Los creadores están abiertos a incluir cada vez más obras en su pinacoteca virtual: «Cualquier persona que desee publicar en la plataforma Smartify debe ponerse en contacto con nosotros a través del sitio web. Independientemente de si ya han digitalizado una colección o no, podemos guiarlos a través de un proceso simple para poner las cosas en la plataforma. También trabajamos con objetos 3D y escultura», detalla Lowe.
Smartify es la adaptación al formato móvil de la figura de los guías. No obstante, carece de humanidad: no aporta la misma carga interpretativa que un profesional del gremio. No cuenta con la misma capacidad para seducir a los asistentes, bromear con ellos, resolver preguntas o inculcarles una curiosidad y una emoción que, muchas veces, va más aparejada a la combinación de datos concretos y al tono de voz que a la cantidad de información que se facilita. Aun así, Smartify ahonda en esa veta de llevar la contraria a los apocalípticos tecnológicos y demostrar que las nuevas tecnologías de la información no solo nos sumergen en una ociosidad sin fin, sino que sirven para potenciar el conocimiento y la cultura.
Una región española bellísima por sus paisajes, por sus costas y sus montes, quiso en varias ocasiones, por muchas razones, válidas en su mayoría y por pedantería también, separarse de la bella nación a la que pertenecía. Supieron sus gobernantes que no lo iban a conseguir. Pero continuaron en su lucha, hasta que constataron que su lucha fue en vano. Pero en un arranque de sentido común y de querencia a su pueblo, el presidente de la autonomía sacó una bandera blanca. Parlems. Y el presidente del gobierno lo recibió en su palacio. ¿Tan feo me ves? ¡Qué dices, insensato! Tienes una belleza nada común, exótica… ¡Me tomas el pelo…! ¡También divino…! Ese peinado… Me atrae, me seduce, me cautiva… ¿Has traído algo de la tierra…? Nada, perdona, presidente… Ahora lo tienes tú todo…
Lo malo es que en los museos no dejan hacer fotos porque así mantienen los derechos de explotación de las obras… logico, pero incómodo.
Fantástico artículo, como casi siempre en Yorokobu 🙂
Bueno pues algo bonito seria … que aquellos artesanos que hacen cuadros digitales, os contasen buenas historias, de como una vez, estando trabajando en la decoración de un hogar cualquiera, en un lugar cualquiera, que no tiene por que ser en «Tierras de la Mancha» los cuadros dichos, interactuaban con los propietarios. Estos elegían los temas y hasta musica de ellos salía.
Siguieron los arrrumacos y un beso apasionado. Se juraron amor eterno y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Fenomenal la app, no la conocia. El deseo de cualquier amante de la belleza sobre el lienzo