¿Son tus cosas realmente tuyas?

Una pulsera que te toma el pulso, un reloj que da los tuits, unas gafas que no sirven para ver, un coche como una tableta con ruedas que lleva personas dentro, un jardinero que cuida sus plantas desde la pantalla, una moneda que sirve para hacer favores a desconocidos y que conserva la memoria de quienes la ponen en circulación, un ordenador del tamaño de una tarjeta SD. Son las cosas de siempre, sí, pero no son lo que parecen.

Entramos en la cuarta era de internet. El www nos permitió intercambiar información codificada. Las redes sociales, desde los blogs a twitter, propiciaron que las personas intercambiaran contenidos entre ellas. El acceso al móvil, generalizado, nos permitió estar siempre localizados y conectados, contextualizados. Ahora los objetos se conectan también.

Ahora es la pulsera la que te dice si debes correr o caminar. El reloj te sugiere qué situaciones merecen tu atención y cuales otras podrían esperar. Las gafas te proponen dónde desayunar. Es coche te indica qué ruta seguir. Tu app la que te invita a regar. Evgeny Morozov lo define como algocracia: el gobierno de algoritmos inescrutables que guían nuestra voluntad.

Una cascada de instrucciones ocultas diseñadas para nuestra comodidad nos facilitan la vida anticipando nuestras necesidades como si la existencia fuera lineal. Todos lo hemos vivido: buscaste un vuelo a El Cairo un día; desde entonces cada vez que examinas alguna circunstancia te aparece de nuevo. Quizás rompiste con tu pareja y lo que te gustaría es olvidar Egipto para siempre jamás.

Si todas las cosas ahora llevan software incorporado: captan datos, los envían, se procesan y te proponen actividad; si como subraya la EFF (Electronic Frontier Foundation) este software no es apropiable por el usuario: no puede examinarlo, no puede modificarlo, no puede utilizarlo como componente para sus propias creaciones, no puede ni venderlo ni prestarlo; si como pasa con los contenidos digitales que supuestamente compras pero que después no puedes revender, ni dar en herencia, ni grabar y que un día pueden ser borrados de tu ordenador sin más consideración. Entonces, de acuerdo, lo compraste, pero ¿es tuyo?

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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