Una vez estuve en San Diego. Tras conducir casi una hora hacia las afueras apareció ante mí una nave industrial medio destartalada, pero con un disuasorio control de accesos. Descendí de mi viejo Mercury, me sacudí el polvo y pulsé el botón del intercomunicador. El letrero decía “Abyss Creations”.
¿Qué quiere?
Ver a las Real Dolls. Soy director de cine.
¿Porno?
No, solo cine, de momento.
Son 100 dólares.
¿Sólo por echar un vistazo a su tienda?
No es una tienda, es una fábrica.
Joder, ninguna fábrica cobra por ver las instalaciones. Además, soy un posible cliente.
Muy bien, demuéstremelo pagando 100 dólares. No tengo todo el día.
Procedente de la industria secundaria de Hollywood, en este caso, de hacer maquillaje, y prosthetics, así como algunos animatronics para grandes pelis y otras no tan grandes, Matt MacMullen decidió aplicar sus habilidades a algo totalmente revolucionario. MacMullen reinventó la muñeca de plástico, y la llevó a unos niveles de excelencia que plantean numerosos problemas éticos, pero resuelven otras cosas. Su empresa se llama, efectivamente “Abyss Creations”, y ahora es millonario.
La web no tiene desperdicio. Es posible elegir primero el tipo de mujer, entre 14 todas ellas con nombre propio. Recuerdo que la primera que me llamó la atención, hace ya casi una década, se llamaba Stephanie, y era una morena voluptuosa con unos preciosos rizos y una cara para enamorarse. Nada que ver con esos globos hinchados pintados con colores planos y un agujero en la boca y otro entre las piernas, eso que siempre ha sido una muñeca hinchable. Las Real Dolls no se hinchan. Son mujeres silenciosas.
Después podemos elegir su maquillaje, el tipo de vello púbico (color, textura, rasurado), la copa de los senos, el tipo de pezón y de aureola y un sinfín de parámetros. Y por supuesto, podemos vestirles con lo que más nos guste, pues sus tallas son reales, y basta con ir a una tienda y aprovisionar el armario de nuestra nueva compañera.
Su interior contiene una suerte de semiesqueleto cartilaginoso artificial que permite a la Real Doll sentarse a la mesa de un restaurante, por ejemplo. El camarero solo pensará que es una mujer muy tímida y poco habladora, pero quedará fascinado por su escote, probablemente.
Uno de los impagables testimonios que pueden leerse en el foro es el de una agradecida esposa, que encuentra una bendición el que su marido se haya comprado una Real Doll. “Hace con ella todas las porquerías que yo no haría, no se gasta el dinero fuera de casa en prostitutas, y pasa más tiempo sin salir de bares ¿qué más puedo pedir? ¡Llevamos 15 años casados! Mike no es un mal tipo.”
Por si el lector se está imaginando algún tipo de muñeca basta como la de “Tamaño natural” (Luis G.Berlanga, 1973), nada más lejos de la verdad. Las Real Dolls tienen una mirada que te cautiva, y un nivel de realismo que supera cualquier expectativa. Los cabellos (de todos los lugares) son naturales, el látex está esculpido con memoria mórfica, podemos entrelazar sus suaves manos con las nuestras, pintarles las uñas de los pies… o llevárnoslas a la ópera y compartir un palco con ellas (basado en hechos reales).
Si queremos una hay que pagarla íntegramente por adelantado, es decir, sólo trabajan por encargo. El precio ronda los 6000 euros, dependiendo del modelo y de los accesorios, y nos enviarán a casa a nuestra nueva novia en algo muy parecido a un ataúd, eso sí, con discreción, como reza la publicidad.
También hay un modelo masculino, pero tardaron en ponerlo a la venta debido a que existía peligro de asfixia y ser aplastado por Charlie (que así se llama), al hacer ciertas prácticas sexuales. Por cierto, en la presentación sugerida de Charlie en la web aparece tirado en el sofá con una lata de cerveza en una mano y un mando a distancia en la otra, en camiseta blanca. Algo así como un Homer Simpson joven y cachas. Y es más caro que las chicas.
Para terminar, estoy pensando en abrir un prostíbulo ofreciendo los servicios de doce Real Dolls vestidas y acomodadas en diversos ambientes, con servicio de copas, exquisita higiene y atención personalizada por la gerente (madame) del local… ¿creen ustedes que ello me convertiría en proxeneta?
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Antonio Dyaz es director de cine