El porno que cambió nuestras vidas (y nuestras camas)

14 de septiembre de 2015
14 de septiembre de 2015
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Qué bueno que a las mujeres nos diera por no ser menos que los tíos y en pleno uso de nuestras facultades, saltándonos todos los principios de moralidad y educación nefasta que nos han dado, andemos empeñadas en querer más, mucho más, cada vez que nos cruzamos con alguno en la cama.
Si hubiéramos hecho caso de las recomendaciones aportadas por nuestro entorno familiar, religioso y social, jamás habríamos visto cine porno. Las razones por la que se justifica hacerse fan del género cinematográfico más visto en la actualidad, no se basan en los criterios habituales: ni diálogos, ni decorados, a veces ni siquiera los protagonistas se salvan de la criba de cualquier ojo experto en la gran pantalla.
Pero oye, algo tendrán estas historias donde las frases son más bien escuetas a cambio del muestreo de gemidos y «chof», «chof», para que desde principio de la década del 2000 (con la explosión de internet en nuestras vidas), el porcentaje de mujeres enganchadas a los portales pertinentes haya crecido hasta situarnos en un nada despreciable 50%. La mitad de las féminas consumimos estas historietas de usar y tirar. Y lo hacemos por las mismas razones que nuestros amantes masculinos: para excitarnos, masturbarnos y a otra cosa mariposa.
Gracias a nuestra incipiente cultura pornográfica ya hemos asumido que no hay polvo que se precie en el que no terminemos con la cara llena de lefa. La necesidad de que el Follarín de los Bosques en cuestión la saque en el momento de eyacular se originó primero en el cine porno, una obligación de realización para demonstrar el final feliz de este sexo fácil.
Lo de fingir y exagerar lo teníamos controlado, así que no nos trajo ni mucho menos de cabeza y todas las que quisimos pudimos sacar la Linda Lovelace que llevábamos dentro. Al fin y al cabo, más allá de las posturas imposibles en las que siempre será indispensable hacer deporte para poder abrirse de piernas, que se vean bien los tacones y mostrar hasta los pistilos de la flor que tenemos entre las piernas, con que pusiéramos cara de zorrita y lamiéramos con gusto, estaba todo controlado.
Hasta que los vídeos de squirt comenzaron a ser los más vistos. El género coge su nombre de la palabra inglesa «chorro» y la búsqueda en Google genera así, de sopetón, 62.200.000 resultados. Casi nada. La Red ha sido la gran aliada de la eyaculación femenina. No solo sirvió para que la conociéramos a través de los portales de sexo al uso, sino que además proporciona tutoriales estupendos para todas aquellas con ganas.
Una de las eyaculaciones femeninas más vista de YouTube es esta:
https://youtu.be/suDL1dQQe4k
En realidad tiene muy poco de porno y aun sin tener ni idea de alemán, la estimulación del punto G de esta mujer (de la que, por cierto, no vemos más que las piernas y gracias), ha convencido a más 4 millones y medio de internautas. Tenemos ganas, ¿eh?
Los talleres sexuales se multiplican por doquier. Citas a las que ni mucho menos acuden solo mujeres. Más de un macho generoso (y consecuente) se ha empeñado en contribuir a nuestro placer y enmendar los siglos que llevamos de sexo pensado solo para ellos. Casi todas las firmas y negocios con intención de formarnos sexualmente se han apuntado como preferencia inmediata enseñarnos a localizar nuestro punto G, que por supuesto existe y que aprendamos a estimularlo con la suficiente maestría como para que empapemos nuestras sábanas hasta el punto de obligarnos a cambiar hasta el colchón cuando terminamos el polvo.
Recomiendo encarecidamente los talleres squirt con clases teóricas y prácticas. Sí, prácticas. Ya que nos metemos en faena, que no sea todo un ladrillo. Los mejores docentes que me he encontrado (yo misma ando perfeccionando mi técnica de chorreo) provienen del mundo del cine que dio a conocer la técnica. Anahi Canela, exactriz que se pasea por toda la geografía española demostrando dónde se encuentra el famoso punto de marras, se empeña primero en que localices el suyo (para que sepas dónde buscarlo después en otras féminas) y después, solo si quieres, te estimula el tuyo lo suficiente para que descubras lo que te has perdido todo este tiempo.
Una vez hechas las presentaciones, todo lo que te espera con tu punto G será bueno. La eyaculación femenina es mucho más escandalosa que la masculina y es absolutamente incontrolable. Es efectivamente un chorro que emana a la misma presión y distancia que si mearas con fuerza, pero cuya proveniencia no está en la vejiga, sino en las glándulas de Skene, situadas estratégicamente junto a la uretra. De ahí que durante años se haya dudado de si la eyaculación femenina no era más bien «lluvia dorada».
Pues no: hay que estimular bien el punto G y aquí no hay necesidad evacuatoria para que te quedes a gusto. Y lo mejor de este idilio es que solo incorporarás compañía si así lo decides tú. Una vez dominada la técnica, ni siquiera la necesitas.
Lo juro.

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