—Explicar, explicar —gruñía Étienne—.
Ustedes si no nombran las cosas, ni siquiera las ven.
Y esto se llama perro y esto se llama casa.
Perico, hay que mostrar, no explicar. Pinto, ergo soy.
Julio Cortázar. Rayuela.
Si mi vida dependiera de dar un único consejo sobre storytelling, diría lo mismo que Julio Cortázar susurra en Rayuela a través de uno de sus personajes: «Perico, hay que mostrar, no explicar».
En la mítica película Karate kid, el maestro Miyagi se compromete a enseñar a Daniel el arte del kárate, y lo primero que le dice es que se ponga a lavar los coches alternando dos movimientos: «dar cera-pulir cera».
Pues bien, el binomio mostrar-explicar es el «dar cera-pulir cera» del arte de contar historias de viva voz. Aprenderlo es iluminar el discurso, y la ventaja es que solo es necesario desarrollar un entrenamiento para dominarlo razonablemente bien, sin adquirir más habilidades que las de afinar la consciencia al hablar, la percepción al callar y el vocabulario al pensar.
Cuando contamos de viva voz, alternamos expresiones «explicadas» y «mostradas». Llamaremos explicar a la expresión de una percepción procesada por nosotros, y mostrar a la expresión de la percepción bruta.
Por ejemplo, imaginemos que hablamos con Juan y le decimos que hemos visto a María y que «está triste». He aquí un ejemplo de explicación, ya que es improbable que cuando hayamos visto a María, esta lleve un cartel que diga «estoy triste».
Analizando el hecho a cámara lenta, lo que ha sucedido es que hemos visto a María y, por una serie de señales que hemos percibido, hemos interpretado que «está triste», y así, masticado y digerido, se lo hemos transmitido a Juan.
Juan está de este modo fuera de la ecuación, no puede interpretar el hecho como nosotros, y debe limitarse a creernos (o no).
Sin embargo, si en el mismo ejemplo le dijéramos a Juan que hemos visto a María «llorando», no interpretamos nada y trasladamos el hecho a Juan que puede, ahora, sacar sus propias conclusiones. Le hacemos cómplice y partícipe de nuestra experiencia en lugar de simplemente comunicarle nuestra explicación del hecho. Esto sería mostrar.
Quizá por la querencia de imponer nuestro criterio, quizá por la prisa, por habernos fijado poco en lo que hemos percibido o por el lenguaje más abstracto de la academia, tenemos tendencia a explicar sobre mostrar.
Fíjese el lector en cómo habla la gente a su alrededor… casi todo son explicaciones, y para contar bien una historia hay que aprender a mostrar mucho y bien, hay que hacer que las palabras sepan a pan. Al mostrar, usted consigue:
1. Hacer cómplice al otro de la experiencia, permitiéndole sacar su propia conclusión de lo mostrado.
2. Abrir un campo de intimidad, ya que el lenguaje mostrado hace la magia del como si: como si quien escucha la historia estuviera ahí, viendo lo que usted ve, oyendo lo que usted oye.
Yo recuerdo que cuando, siendo adolescente, llegaba algún amigo y me decía que le gustaba a alguien, siempre quería que me contase cómo lo había sabido: qué había visto exactamente, qué palabras precisas había escuchado…
Ahora comprendo que el placer de todo esto estaba en poder vivir yo mismo ese momento, estar ahí, y la puerta que conduce a revivir un suceso solo puede cruzarse con la contraseña de una historia mostrada y no con mera información. La historia mostrada es vívida.
3. Al «estar ahí» y no reducir la historia a mera información, se añade una parte emocional, ya que trasladar la percepción bruta abre el canal de la emoción, mientras que la información es puramente intelectual. Es la diferencia entre tomarse un sobre de vitamina C y comerse una naranja.
4. Traslada, paradójicamente, la información de manera más directa, más rápida y más ordenada. La explicación nos saca de la historia; por tanto, pide un regreso y un esfuerzo mental para quien escucha y quien cuenta, que debe recordar dónde quedó el hilo de la historia al incluir una explicación, al sacarnos del cuento.
Es como si, de repente, nos arrebatasen del sueño. El experto contador de historias sabe usar esa técnica de entrar y salir de la historia en su beneficio, pero es peligrosa para quien no domina esta técnica.
5. Mostrar es tan indiscutible como un hecho. Si yo le digo a Juan que María está triste, bien puede responderme «porque tú lo digas». Sin embargo, si le digo que la he visto llorando, eso no tiene discusión posible. Mostrar es la realidad de la ficción.
En definitiva, la misma técnica de storytelling, el mismo acto de contar historias, es un enorme mostrar. Se cuente sobre uno mismo o sobre terceros, una historia es un mostrar: es indiscutible, permite una interpretación, tiene un componente emocional y transporta al otro al universo propuesto por usted.
Contar es básicamente mostrar. Aprendamos y sorprendámonos de nosotros mismos al revivir las historias que queremos contar para que los demás puedan vivirlas también.
Llegados a este punto, si el azar me pidiera un segundo consejo, hablaría de la importancia del límite y la estructura para contar de viva voz. Pero ese es otro deseo.
Eres el mejor en lo tuyo
Mi boca abierta, mis ojos fijos en las últimas palabras de tu texto y mi mente buscando el recuerdo de lo leído y gritando «¡relee, relee!».
Gracias!
Héctor! ¿como puedo encontrar más información sobre este binomio que comentas?
¡Hola, Daniel! Pues espero que pronto en el libro que quiero publicar este año… ¡Un saludo!
Me hiciste pensar mucho en mi manera de contar las cosas, pero también en la de escuchar a otros. Gracias
Lo he leído varias veces. Y todas y cada una de ellas lo he disfrutado. Ahora falta llevarlo a la práctica, lo del mostrar, digo, y dejarme de explicaciones baratas.
Contar de viva voz suena bien.