Había un maestro de escuela que todos los años le hacía la misma pregunta a sus alumnos:
—¿Por qué en el Siglo de Oro había tantos poetas?
Los niños, desconcertados, se miraban entre sí sin saber qué decir. Entonces, el maestro les respondía:
—Porque había dinero.
Antes de que el estupor infantil se evaporara, el maestro les preguntaba de nuevo:
—¿Por qué en el Siglo de Oro había tantos santos?
Y otra vez el silencio, tan solo roto de nuevo por el maestro:
—Porque había dinero.
Entonces, el maestro concluía su reflexión con estas palabras:
—¿Os dais cuenta? Hasta para que haya santos hace falta dinero.
¿Será cierto que talento y dinero van tan de la mano? La Biblia ya nos dio una pista al darle ese doble sentido a la palabra. Los talentos de la parábola de Mateo y el talento moneda, cuya unidad equivaldría hoy nada menos que a unos 340.000 euros.
Repasando la historia descubrimos que el talento individual nada tiene que ver con la opulencia de una época determinada. Sobre todo porque, como explica el escritor Dan Pink, en términos generales la gente creativa trabaja por pasión y no por dinero.
Pero una cosa muy diferente es el talento generacional. Es decir, el nacimiento de muchos creadores en una época determinada. En esos casos, lo que dichas épocas suelen tener en común es el hecho de que surgen en el momento económicamente emergente de un determinado lugar.
Tras la Primera Guerra Mundial, París vivió un período de crecimiento económico considerable. Ello permitió que muchos soldados negros estadounidenses se quedaran allí dando lugar al mejor jazz de todos los tiempos. Y eso sucedía a la vez que varios movimientos artísticos de vanguardia, como el dadaísmo o el surrealismo, surgieran también entonces.
¿Era tan rico París como para potenciar este impresionante auge artístico? No, lo que sucede es que la ciudad vivió un cambio radical en un período muy breve de tiempo. Lo que nos da otra pista sobre este tema: lo que cuenta no es solo la incidencia económica, sino también el gradiente de la misma.
Es decir, cuanto mayor diferencia de nivel haya entre un antes y un después, mayor será también la eclosión artística latente y, con ella, la floración del talento.
Salvando las distancias, algo similar sucedió en España con la creatividad publicitaria. Con el final de la dictadura y la previsible irrupción de un consumo cada vez más sofisticado y masivo, las elevadas inversiones de las grandes multinacionales del sector que llegaron a nuestro país atrajeron, con sus atractivas remuneraciones, a un amplio grupo de personas con talento. Gente procedente del mundo del arte, la literatura, la música y, con la posterior creación de la carrera universitaria, de la publicidad.
Eso supuso un salto en la brillantez de las ideas que colocó a nuestro país en un permanente tercer lugar en el ranking del Festival Internacional de Cannes (detrás tan solo de Estados Unidos e Inglaterra). Pero cuando los beneficios de las agencias comenzaron a caer, ese tercer puesto comenzó a descender hasta situarse en el séptimo de este último año.
¿Había antes más talento o había más más dinero?
Lo cierto es que, en términos generales, una cosa lleva a la otra. Si quieres contar con una persona de talento, necesitas suerte. Si quieres contar con muchas, necesitas dinero.
Eso ya lo tenía claro aquel profesor de escuela cuando se lo explicaba a sus atónitos alumnos. Cualquiera puede llegar a santo. Pero hace falta un gran desembolso para conseguir que muchos de ellos, a la vez, lleguen al cielo.