Sí, las tarjetas de seguridad de los aviones salvan vidas (y hay quien las colecciona)

Es durante un vuelo cuando el protagonista de El Club de la Lucha conoce a Tyler Durden (al menos, en la versión cinematográfica protagonizada por Edward Norton y Brad Pitt, porque en el libro la escena transcurre en una playa). Y es sobre las tarjetas de seguridad de los aviones sobre lo que versa su primera conversación con el carismático vendedor de jabón. Durden tenía su propia teoría sobre el porqué, ante una situación de pánico como es un accidente aéreo, los personajes de aquellas tarjetas parecían «vacas hindúes» en lugar de mostrar en sus rostros el pavor de verse ante una muy probable muerte inminente. En su opinión era debido al uso de las mascarillas que se desprenden del techo en caso de fallo del sistema de presurización: «El oxígeno te coloca. En una situación de emergencia te pones a respirar frenéticamente debido al pánico. De repente te vuelves eufórico, dócil. Aceptas tu destino…». La opinión Mo LaBorde, periodista y apasionada de las tarjetas de seguridad de los aviones (tiene una colección que supera las 300 piezas), no suena tan conspiranoica como la de Durden, pero resulta también perturbadora. En una entrevista para el pódcast In the Unlikely Event, LaBorde explicaba que algunas personas, ante una situación de peligro como la descrita arriba, entran en shock y se quedan petrificadas. De hecho, en algunos accidentes aéreos, algunos cadáveres fueron encontrados en sus asientos con el cinturón aún puesto. Y esto lo achaca a una especie de instinto primario similar al de algunas especies animales, que optan por hacerse las muertas ante la presencia de un depredador y evitan, así, que les ataquen. Pero si estás leyendo estas líneas durante un viaje en avión camino o de vuelta de tu destino vacacional, que sepas que aquí arranca la parte positiva y más práctica de este artículo, que impedirá que dejes de leer inmediatamente o evitará que entres en pánico, te levantes de tu asiento, comiences a gritar «¡Vamos a morir todos» mientras corres por el pasillo, mientras alzas los brazos y los agitas de un lado a otro. Porque aunque seas de los que no ha hecho ni caso a las indicaciones del sobrecargo antes del despegue, y ni siquiera te has interesado por saber si tienes a mano la tarjeta de seguridad con esas mismas instrucciones, debes saber que sí, que las tarjetas de seguridad de los aviones funcionan. Vamos, que si todas las compañías aéreas cuentan con esos folletos en cada uno de los bolsillos traseros de los asientos es por algo. La razón es la experiencia acumulada en los últimos años de la historia de la aviación. Y en concreto, de las investigaciones realizadas en los accidentes aéreos que demuestran que si lees con atención las indicaciones antes del vuelo puedes salvar tu vida. La información es vida En los años 60 las compañías comenzaron a profundizar en la seguridad de sus aviones. El gran hito en el mundo de la aviación se produjo en 1968, cuando Douglas Aircraft acudió a los expertos Dan Johnson y Beau Altman para mejorar el protocolo de seguridad en sus aviones. Ambos decidieron entonces crear la Interaction Research Corporation, especializada en la realización de todo tipo de pruebas y simulacros con el objetivo de que las aerolíneas pudieran mejorar en esta materia. La teoría de Johnson, avalada por las conclusiones de las investigaciones de diversos accidentes aéreos, era que la mayor parte de los fallecidos en este tipo de catástrofe no moría tras el impacto, sino al no poder salir del avión, asfixiados en su mayoría por la inhalación de humos y gases. Pero pese a las mejoras introducidas a partir de entonces en el interior de las cabinas de pasaje para facilitar la evacuación, en los simulacros el tiempo no bajaba de esos 90 segundos. Aunque la cosa mejoraba cuantas más instrucciones recibían las personas que participaban en ellos. Fue entonces cuando tanto Johnson como Beau decidieron buscar la ayuda del diseñador Larry Bruns para que se encargara de crear los panfletos con indicaciones de seguridad, y que estuviera accesible para todos y cada uno de los pasajeros. Bruns optó por hacerlas lo más gráficas posible con el fin de facilitar su compresión. Hoy, continúa haciendo esa misma labor junto a su nieto desde la compañía que ambos dirigen: Air Safety Art International. La prueba definitiva de que esta medida resultaba efectiva vendría unos años después, en 1977, tras el terrible accidente ocurrido en Tenerife. La colisión durante el despegue del 747 de KLM con un 747 de Pan Am provocó la muerte de todos los ocupantes de la primera nave. Del avión de la Pan Am, cuyas tarjetas de seguridad fueron ideas por Johnson y Beau, sobrevivieron 67 personas. Muchas de ellas asegurarían después que habían conseguido salir del avión gracias a las instrucciones que habían leído antes del despegue. De folletos a seguros de vida Antes de las de Johnson, Altman y Bruns, los aviones solían llevar folletos y tarjetas, aunque su función era muy distinta a las actuales: «En la década de 1930 no había ninguna regulación sobre lo que debía figurar en las tarjetas, y las aerolíneas podían poner en ellas lo que quisieran. En aquellos momentos, estas compañías tenían, sobre todo, que convencer a la gente para que subiera a los aviones, por lo que durante muchas décadas las tarjetas tenían como objetivo calmar a los pasajeros y venderles la idea de que viajar en avión era seguro y glamuroso», explicaba LaBorde en el citado pódcast. Proliferaron entonces octavillas, folletos e incluso minicatálgos donde, además de anuncios de la compañía, se solían incluir algunas instrucciones de seguridad, aunque normalmente en texto. El libro Design For Impact, de Johan Pihl y Eric Ericson, recoge muchos de estos ejemplos, algunos de ellos realmente estéticos desde el punto de vista del diseño, pero poco prácticos desde el de la seguridad. Nole, sile… Fue precisamente la estética de algunas de estas tarjetas de los años 60 lo que cautivó a Kevin Cleynhens, empleado del departamento de seguridad del aeropuerto de Bruselas, para adentrarse, al igual que LaBorde, en el mundo del coleccionismo de tarjetas. «Comencé a coleccionarlas cuando tenía 18 años y hacía mi primer trabajo de verano en el aeropuerto, donde limpiaba aviones. Noté que cada una tenía un diseño diferente y algunas tenían características bastante divertidas. Más tarde, cuando encontré las tarjetas de seguridad más antiguas, descubrí que algunas tenían ilustraciones bellamente diseñadas». De entre sus favoritas, Cleynhens destaca una tarjeta Lockheed Constellation de Sabena del año 1958. «Ese año hubo una exposición mundial en Bruselas y, debido a la gran afluencia de pasajeros que asistieron a la exposición, Sabena (nuestra aerolínea de bandera en aquel momento) alquiló tres Lockheed Constellation a la empresa estadounidense Seaboard & Western, solo por un par de meses. Tengo la única tarjeta que existe, que yo sepa. Para mí fue ganar el premio gordo cuando la encontré escondida en otra. Hace unos años, incluso estuvo expuesta en el Atomium, durante una muestra sobre la ya desaparecida Sabena». El belga admite su pasión, pero no la considera una obsesión. Asegura que, ante todo, busca la calidad en su colección, por lo que no compra cualquier cosa. Además, frente a los que coleccionan por coleccionar, a él le gusta compartir sus hallazgos: «Me gusta exhibir mis tarjetas en mi site, aunque sé que le hace falta alguna actualización». Aun así, la web le ha permitido entrar en contacto con otros coleccionistas y entusiastas de la aviación. Alguno le ha donado más de una pieza para su colección. «Al trabajar en el aeropuerto me es fácil conseguirlas. Pero también colecciono las historias que conllevan estas tarjetas, porque siempre suelen ir acompañadas de una anécdota bonita».

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