Las pieles que dieron vida al ciervo: así se ha hecho la primera animación con tatuajes reales

«Esto va a ser imposible», dijo Fiona Vidal-Quadras, la productora de O, y dejó los papeles sobre la mesa. «¿Quién se va a tatuar un diseño sin verlo antes?». Tenían que reclutar a más de 100 personas dispuestas a ceder una parte de su cuerpo. De la sucesión de sus tatuajes saldría la primera película de animación hecha con tattoos reales sobre piel de verdad. En O se echaron las manos a la cabeza.

«No va a ser posible encontrar a más de 100 individuos que se tatúen de por vida un dibujo que no han elegido», pensó Vidal-Quadras. «Hace falta una confianza ciega en la marca y en el diseño».

Pero el desconcierto no echó a nadie atrás. Al contrario. Jägermeister creía fielmente en la idea. El equipo de rodaje se siguió montando con Pau Castejón, director de fotografía; Lluís Murúa, editor, y Yukio Montilla, coordinador de postproducción. Todos creían que era «una locura». Era algo que ni habían hecho antes ni jamás habían llegado a imaginar. Por eso era imposible decir que no.

Jägermeister había decidido crear ese corto. Buscaron en archivos audiovisuales de todo el mundo y no encontraron nada así. La decisión estaba clara. Si nadie lo había hecho, lo harían ellos. Entonces fue cuando acudieron a la productora O y todos se echaron a temblar. Tenían que empezar por lo más difícil: encontrar a los individuos que pusieran su piel para rodar esta película sin importarles que se trataba de un préstamo para el resto de sus vidas. Y no bastaba con unos cuantos. Necesitaban más de 100 para que el ciervo pudiera despertar y echar a correr libremente por el metraje.

«No era una producción publicitaria al uso. Miramos el guión y no vimos ninguna complicación en la parte técnica. Lo complejo era que dependíamos del factor humano», explica Rafa Montilla, productor ejecutivo del corto Hunt or Be Hunted (Cazar o ser cazado). «Teníamos que conseguir que más de 100 personas se tatuaran un frame de una animación y controlar una animación que dependía de unos dibujos hechos sobre piel humana. El resultado ahí es más imprevisible que pintar sobre un papel o digital».

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Jägermeister lanzó el desafío en sus redes sociales. Todo el equipo estaba expectante. Podía ser el principio de algo grande o el comienzo de un estruendoso planchazo.

Al final de la convocatoria había más de 1500 voluntarios que ofrecían su pellejo para realizar la película. El equipo de rodaje respiró tranquilo. Tenían piel de sobra para hacer volar al ciervo. Ahora solo tenían que encontrar a los más de 100 sujetos más comprometidos. Nadie podía fallar porque «si una de esas personas no acudía el día de la grabación, no aparecería el fotograma de su tatuaje y se descuadraría la animación», advirtió Vidal-Quadras. «Había que confiar en que ningún voluntario se echara atrás a última hora».

Llamaron a más de 300 para el casting final en Barcelona, Madrid y Valencia. El jurado formado por Jägermeister, la productora O y el estudio Ondo Tattoo eligieron las 100 epidermis por donde camparía el ciervo. El único compromiso que había por medio era su palabra. Ningún voluntario cobró por que le tintaran el brazo, el pecho o la espalda. Pero esto, para ellos, no iba de prestaciones de servicios. Era otra cosa. «Lo guay de este tattoo es que podré contar a mis hijos, mis nietos y a toda mi familia que voy a tener un vídeo de animación que enseñar de por vida», explicó una participante en el corto. Otro voluntario tenía otro motivo: «Es una idea romántica que compartes con más gente que no conoces de nada. Además, me gustó el concepto de cazar o ser cazado».

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Entre noviembre y diciembre pasados, los tatuadores dibujaron los frames de la película en la piel de todos los participantes. Dedicaron una media de unas cuatro horas a cada tatuaje. Empezaron por Barcelona, donde se gestó el proyecto con la agencia McCann Erickson, y después viajaron hasta Valencia y Madrid para tatuar al resto. «Hicimos una animática a lápiz. Pasamos todos los fotogramas al estudio Ondo y ellos hicieron una versión tatuable con todos los detalles para pasarlo a la piel», explica el director de la película, Ernest Desumbila. «El tatuaje y la animación parecen similares pero son muy distintos. En la animación tradicional puede pasar un frame borroso. En los tatuajes, no. Teníamos que encajar cada tattoo en cada fotograma».

Pero había una cuestión más importante que lo puramente técnico. «Todos los frames tienen que ser tatuables», indicó Desumbila, que acaba de ser galardonado como mejor director novel por la revista Shots. Una responsabilidad aplastante pesaba sobre el equipo en la realización de Hunt Or Be Hunted porque «todas las campañas tienen un tiempo limitado, pero esta va a durar para siempre en el cuerpo de algunas personas. Eso nos obligaba a hacer algo extraordinario».

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[L]a incertidumbre de si llegarían a reunir suficiente tejido humano no fue la única. Ahora se presentaba una nueva incógnita. Dibujar sobre un tejido vivo da vida al dibujo. Los diseños eran incontrolables. Dependían de la cicatrización de cada piel. La sensación de control sobre la película nunca dejaba de andar de puntillas. «Cada dibujo se adapta de un modo diferente a cada persona porque cada piel es distinta», indicó Pau Castejón. «Incluso hubo que estirar algunas para que cuadrasen con los fotogramas anteriores y posteriores».

Pero no era solo eso. Oscar ‘Arte’, uno de los tatuadores, explicó antes de coger sus herramientas: «Tenemos que tatuarlos exactamente igual que aparece en el dibujo. Entiendo que todo el mundo sabe que es algo hecho a mano y nos podemos equivocar. Seguro que habrá saltos en la imagen, aunque eso lo hará más natural».

Había que asegurarse de que los tatuajes cicatrizaban correctamente. Una línea imprecisa o una imagen desfigurada rompería la carrera del ciervo. «Durante las tres semanas posteriores al tatuaje, llamamos a los voluntarios todos los días para ver cómo estaban. Les decíamos cómo debían cuidarlos para que cicatrizaran bien», relata Rafa Montilla. «Después, cuando ya estaban listos, tuvimos que hacer pruebas de luz para ver cómo se comportaban los tatuajes en cámara».

Un fin de semana de enero se reunieron todos los voluntarios en Barcelona. Tenían dos días para grabar la animación y dos días más para rodar el resto de la película. El galope del ciervo tenía que enmarcarse en una historia intrigante e inesperada y para eso acudieron a un lugar de Barcelona, medio abandonado, que guarda en su historia lecturas de Ateneo y noches de cabaret. «Debíamos crear una escenografía que llevara a un momento importante e hiciese la película grande», cuenta Montilla. «Elegimos la cúpula de Venus para que todo parezca una especie de sueño».

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Buscaban un «punto de magia», pero el hechizo no surge en cualquier parte. Requiere un «decorado lo suficientemente impresionante para que los espectadores se pregunten qué va a ocurrir al instante siguiente», detalla el productor ejecutivo. Por eso hicieron ascender al protagonista del corto por unas escaleras ascendentes que llevaban a un mundo onírico lleno de estatuas y un tatuador. De fondo, sonaba una canción de la banda del roster Jägermusic The Saurs. El grupo del extrarradio barcelonés compuso la banda sonora para elevar la tensión del corto.

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Todo estaba hilado con precisión de tatuador. Aunque, aquí, los tattoos solo son piezas de un proyecto mucho más ambicioso. Esto va de emoción, pertenencia, intriga y compromiso. Eso es lo que suele ocurrir en esos templos que huelen a rito de iniciación donde, después de todo, nadie nunca sabrá qué fue real y qué fue sueño. «En la pieza final nadie dice que sean tatuajes», enfatiza María Sosa, la realizadora del documental que muestra el rodaje de Hunt or Be Hunted. «Mi responsabilidad era dejar claro que detrás de cada frame de la animación había una persona real. No queríamos tratarlos como un trozo de carne».

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