Vale, la pregunta parece absurda. Pero antes de negarte a contestar tamaña estupidez, veamos de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
El tema de la extraña relación entre un humano y una muñeca (por entonces no se concebían los muñecos) comenzó con dos películas casi simultáneas de Pedro Olea y Luis García Berlanga. No es bueno que el hombre esté solo, del primero y Tamaño natural, del segundo, se estrenaron a comienzos de los setenta con apenas un año de diferencia.
En la película de Olea, un hombre solitario que es incapaz de mantener una relación afectiva con una mujer real, convive con una muñeca como si fuera su esposa. En la de Barden, otro hombre, con una vida matrimonial deprimente, se enamora de una maniquí con la que mantiene una relación clandestina.
Tuvieron que pasar más de treinta años para que este tipo de parejas salieran del armario. Fue con la película Lars o una chica de verdad, de Craig Gillespie, cuando el guion nos cuenta cómo un chico tímido presenta su novia hinchable a su familia y esta la acepta como un miembro más de la misma.
Hasta aquí las muñecas objeto (valga la redundancia). Pero con el desarrollo de internet las cosas se aceleraron. Tan solo seis años más tarde se estrenó Her. La primera mujer que, por ser virtual, no le ofrecía un cuerpo a su pareja, sino conversación y complicidad a todas horas. El salto fue tan impresionante que muchos fueron los espectadores que se enamoraron de la voz de Scarlett Johansson en aquella película.
Sí, he dicho se enamoraron.
Hagamos una pausa para aclarar este punto: el amor casi siempre encubre una carencia. El romanticismo, la edulcora. Cuando esa carencia se incrementa en exceso, el romanticismo busca un nuevo soporte desde el que ejercer su labor terapéutica. Y llegados a este punto, igual le sirve un trozo de látex, que un plástico hinchable, que un software de ultima generación.
Así que el siguiente paso era inevitable. ¿Por qué no fusionar cuerpo y alma para obtener la combinación definitiva? En la ficción cinematográfica la cosa era sencilla. Y si no, ahí está Ex Machina, tan solo dos años después de Her, para demostrarlo. Pero en el mundo real los procesos se ralentizan. Aunque eso sí, sin detenerse jamás.
Existe en la actualidad una empresa en California llamada Abyss Creations dedicada a la producción de muñecas (y, por fin, muñecos) dotados de movimientos autónomos e inteligencia artificial. Puedes mantener con ellos conversaciones cada vez más sofisticadas y programarlos para un determinado estado de ánimo: iracundo, amoroso, celoso, alegre, hablador…
Un robot femenino de enorme éxito es Harmony (el nombre ya lo dice todo). Su aspecto y su tacto es completamente humano, pero donde aún precisa mejorar es, lógicamente, en su capacidad de interacción.
Muchos compradores de Harmony la adquieren por su proactiva disposición hacia las relaciones sexuales. Pero en muchos casos, lo que subyace en estos usuarios son los mismos síntomas de soledad, introversión o anomia social que aparecían ya en las películas de Olea y Berlanga.
La cuestión ahora es, si en aquellas películas ya se planteaban cierto tipo de relaciones afectivas con objetos inanimados, ¿hasta dónde podrán llegar dichos afectos cuando un robot se convierta en un clon perfecto de la pareja soñada? Es decir, en un amante al que puedes programar, apagar o canjear sin consecuencias de ningún tipo.
Tal vez todo esto acabe llevando a algunas personas a descubrir una forma de amor utilitario hasta ahora inexistente. Y hasta puede suceder que, movidos por ese apego, quieran unirse a su androide en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… hasta que la muerte, o la obsolescencia programada, los separe.
Para casarse con ellos y que tuviera validez legal primero se les debería reconocer sus derechos al mismo nivel que los humanos.¿Tendría el robot derecho a heredar si el humano fallece? ¿Y a tener pensión de viudedad? ¿Y pueden casarse los robots entre ellos? ¿Pueden adoptar un niño humano? ¿Y presentarse a las elecciones?
Dolores Abernathy for President!